Era la corrida de feria en la localidad de La Muela, allá por tierras aragonesas y, el cartel, no podía ser más atractivo. El Bote, Enrique Ponce y Finito de Córdoba. Digamos que, dos figuras del toreo arropaban al diestro madrileño que, en honor a la verdad, en corrida a modo, hicieron cuanto sabían.
Ciertamente, el toreo, está muy mal; no existe ningún torero que llene plaza alguna, obviamente, salvo las que se llenan solas; si tenemos que esperar el tirón de alguien, la ruina está más que servida. Pensar que, Ponce, en dicha plaza, congregó a mil quinientas personas de pago, ello es un dato escalofriante. Me pongo en el cuerpo del empresario y, a estas alturas, supongo que, el hombre, ya se habrá cortado las venas puesto que, si tenía que pagarle a Ponce el caché que dice que tiene, con toda seguridad, se le han ido las ganas de ser empresario taurino.
Vivimos una época nefasta para el toreo y, como las pruebas evidencian, no hay ningún diestro de tirón. Han pasado los años y, con todos sus defectos a cuestas, jamás le podremos agradecer a Manuel Benítez todo el bien que le hizo al toreo, sencillamente, por aquello de llenar todas las plazas del mundo. De aquella actitud, se beneficiaba el propio Benítez y, a su vez, todos los que compartían cartel a su lado. Yo entendería, en la corrida citada en la plaza de toros de La Muela que, José Luís Bote, de ser él el cartel y dos más, hubiera comprendido tan poca asistencia de público; pero que dos figuras actuales del toreo, con el mandón de la torería a la cabeza y no congreguen a nadie, ello es terriblemente preocupante.
Ha pasado a mejor vida aquella época en que, los aficionados, para ver a sus ídolos, algunos, hasta empeñaban el colchón que solía decirse como frase al uso. Es decir, para asistir a una corrida de toros que despertara el interés de los aficionados, estos, eran capaces de cualquier cosa. Todo esto viene a demostrar que, en su momento, había toreros que despertaban el interés del aficionado. Ahora, tristemente, la máxima figura de la torería mundial sigue toreando festejos con poco más de mil personas en los tendidos.
Los datos son reveladores y, para Enrique Ponce, pues mucho más. ¿Se imagina alguien el momento de la liquidación de cuentas del empresario de La Muela para con los toreros actuantes? La verdad es que, el momento, debió ser épico. No quiero ni pensarlo. Si pactó unos honorarios acorde con su categoría, como antes decía, pobre del empresario; aunque las malas lenguas aseguran que, el estropicio, corría a cargo del ayuntamiento de la localidad; y si actuó a porcentaje, él mismo pudo comprobar todo el dinero que le quedó. Obviamente, me inclino por la primera postura puesto que, Ponce, de tonto no tiene nada y, a su vez, es sabedor de que no congrega a nadie, salvo que llegue a una plaza y estén todos allí; es decir, que coincida con la fiesta patronal en que todo el mundo acude a los toros y nadie sabe el por qué.
Está claro que, quien suscribe, le importa muy poco la gente que pueda llevar a dejar de traer, el referido matador valenciano. Lo que si analizo es el triste momento que vive la fiesta; es decir, el escaso interés que despierta el que dice ser la figura actual del momento. Ahora resulta que, en breves momentos, las cañas se tornaron lanzas; me explico. Nadie quería torear con El Cid y, como están viendo que, el diestro de Salteras, con su bagaje de triunfos incontestables es el que congrega al público, las figuras, esos mismos que hace muy pocas fechas le negaban el pan y la sal, ahora, todos quieren compartir cartel con El Cid. Y tienen sus razones porque, como le pasara a Ponce en ya repetidas ocasiones en esta temporada, debe ser muy duro actuar con todo el cemento vacío. Bien es verdad que, al respecto, El Cid, debería ser escrupuloso y, como diría el otro, reírse de su hambre y con su gloria y, a su vez, elegir a sus compañeros. Seguramente, así lo hará y, el beneficiado, será él, por supuesto. Como digo, el torero de más nombre del momento, no debe dejarse llevar por la ruina que se están buscando sus compañeros y, su gloria, debe de administrársela puesto que, se la ha ganado a pulso.