Alguien le metió un gol por la escuadra a doña Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid. El que compró los toros sabe de esto como yo de decir misa. Una corrida puede salir mala o buena; es imposible pronosticarlo. Pero si sabemos, de antemano, todas las que saldrán horribles, como la de ayer celebrada en Madrid. Se conmemoraba en el día de ayer la fiesta grande de la Comunidad Autónoma de Madrid y, como todos los años, para tal evento, entre otros muchos actos, tenía lugar una corrida goyesca en la plaza de las Ventas. Ciertamente, para dicho festejo, se pensó en tres toreros muy válidos y, ante todo, queridos y respetados por la afición venteña; Fernando Cepeda, José Ignacio Uceda Leal y Fernando Robleño. Y, lo del gol, como explico, vino por la compra de los toros. Todo el mundo sabe que, los toros del Conde de la Corte, hace años que perdieron su casta, su bravura y todo lo bello que portaban dentro de sus cajas; hoy, lamentablemente, en dichos toros, sólo queda la lámina hermosa que siempre caracterizó a estos toros, pero sin el menor atisbo de bravura, por tanto, la corrida, estaba abocada al fracaso. Para colmo, la bendita afición de Madrid llenó la plaza, pese a que, millones de madrileños, se habían marchado de vacaciones con el puente festivo.
Ante lo que estaba siendo la corrida, el mejor homenaje que pudiera hacerle la afición de Madrid a Fernando Cepeda, sin lugar a dudas, resultó ser la bronca en el último de su lote. Si en su primero lo intentó sin resultado positivo, en su segundo, como explico, tiró las tres cartas porque, el “condeso”, era toro de matadero y, traerlo a las Ventas para su lidia, me pareció terrible y, mucho más, para que éste cayera en las manos de Fernando Cepeda. Obviamente, aunque parezca un contra sentido, lo que hizo el público de Madrid, al abroncarle, no era otra cosa que pedirle a la empresa que, ante todo, le pongan en una corrida válida, nunca en un desecho de matadero que, como se demostró, poca gloria podía aportarle. Y, en una corrida válida y lógica, como demostrara el domingo de Ramos, bordó el toreo y cortó una oreja. En aquella ocasión, su enemigo, era un toro, con todas las de la ley; pero embistiendo, nunca para ser llevado al matadero y, antes, correrlo en la primera plaza del mundo. ¿O acaso había algún memo en las Ventas que pretendía que un toro asqueroso cogiera a Cepeda? Los toreros deben de caer heridos, llegado el caso, en el bello ejercicio de su profesión; creando arte y la obra bella, pero jamás, pese a quien le pese, entre los pitones de un toro asesino.
Uceda Leal se llevó los sobreros de corte similar al de los titulares y, sus buenos deseos, se estrellaron contra el muro de lo imposible. Como siempre, brilló su tremenda espada. Eran muchas las ilusiones que este torero traía consigo puesto que, por ejemplo, el pasado año, en la misma corrida, en tarde épica, salió por la puerta grande de Madrid al matar seis toros. Sin embargo, en esta ocasión, los toros impidieron que el torero de Madrid reverdeciera viejos laureles. Estuvo en torero, con dignidad, e hizo cuanto debía. Poco más, yo diría que nada más se les podía hacer a dichos ejemplares que, como los restantes, lucían lámina y pitones, pero estaban huecos de bravura.
En una tarde de compromiso tremendo para el madrileño Fernando Robleño, era alucinante comprobar como se desvanecían las bellas intenciones de este torero que, por conseguir el triunfo, se jugó la vida sin trampa ni cartón; no le importaban las tarascadas y avisos de aquellas guadañas traicioneras puesto que, su muleta, siempre estaba en el lugar adecuado. Digamos que, su lote, dentro de lo malo, resultó el mejor. Su primero se lo quería comer por todos los lados; yo diría que se lo dejaron un tanto crudo en la pica; de haberlo ahormado un poco más, sus alocadas embestidas, posiblemente hubieran encontrado un temperamento adecuado que, dada la predisposición de Robleño, sus logros, posiblemente, hubieran sido otros. Fernando Robleño estuvo valiente a carta cabal; desde que lo recibió a porta gayola hasta que le pudo meter la espada al tercer envite. Se le ovacionó su voluntad, su valor, sus ganas infinitas. Ya en el último de la corrida, un “tío” como sus compañeros, Robleño, se jugaba la vida de nuevo. Labor valiente y encomiable donde las haya. Convengamos que, si el presente indicativo del verbo querer, es yo hago, como suele sentenciar mi entrañable Antolín Castro, Fernando Robleño lo cumplió con toda perfección; hizo y, de haber acertado con la espada, pudo haber cortado una oreja que, con toda seguridad, hubiera sido con toda ley y mejor justicia. Con el “material” que había en el ruedo, pretender crear arte, era pura utopía, nada es más cierto y, Cepeda y Leal, saben lo que digo. Pero nadie le negará a Robleño su reivindicación por querer ser torero; nadie podrá acusarle de haber dejado escapar una oportunidad, más bien, de todo lo contrario. Pedimos, ahora más que nunca, justicia para un valiente. Pero se trata de un valiente de verdad que, en su momento, ya salió por la puerta grande de las Ventas y, las empresas, no le hicieron el menor caso. Convencido estoy que, su gallarda forma de jugarse la vida, en breve, tendrá su premio, la recompensa merecida.