Al parecer, como los hechos están demostrando, vuelve Ortega Cano a los ruedos y, esa es la peor de las noticias con la que nos podemos encontrar. Se trata, como todo el mundo sabe, de un error sin paliativos. Ese hombre, Ortega Cano, no sabe lo que hace y, lo que es peor, lo puede pagar muy caro. Alguien de sus allegados debería de hacerle entrar en razón y, advertirle muy seriamente del riesgo que puede correr delante de los toros. Convengamos que, sus dos últimas incursiones como matador de toros en los ruedos, supusieron un fracaso sonadísimo y, se escapó de la cornada porque Dios es misericordioso.
Duele en el alma tener que escribir estas líneas de un hombre que, como torero, en los primeros años noventa, nos hizo vibrar como nadie. Su toreo era pura magia, encanto embelesado el propio aire de su muleta y, su garbo, todo un prodigio de creatividad que, como digo, encandilaba al personal con su arte singular. Ortega Cano era la creatividad personificada dentro de los ruedos. Faenas inolvidables las que llevó a cabo en repetidas ocasiones y que, éstas, jamás debería de haber borrado de la memoria de todos los aficionados que, como digo, pudimos vibrar con su toreo puro y caro.
Todo tiene un final y, la carrera de Ortega Cano, artísticamente, no podía ser una excepción, por tanto, en su momento, le llegó el final en su día. Y se marchó Ortega Cano lleno de gloria, como le correspondía a su gloriosa trayectoria taurina. Pero, más tarde, le pudo la nostalgia y reapareció. Error descomunal que, como se evidenció, sus allegados, no supieron hacerle ver. Atrás quedó para siempre la creatividad de este torero singular para, de la noche a la mañana, convertirse en una marioneta de ferias acudiendo a pueblos y aldeas para cosechar los fracasos más estruendosos. Estaba claro que, como torero, nada tenía que ofrecer y, a su vez, con sus penosas actuaciones, además de quitar un puesto a un torero joven que podría rodarse en los pueblos citados, estaba decapitándose a si mismo. Triste destino el de este hombre que, en su día, resultó un torero importantísimo y, él se ha encargado de borrar aquellas bellísimas imágenes que guardábamos en nuestras retinas para mostrarnos su faz amarga y, lamentablemente, la cara del fracaso.
Ortega Cano anda sumido en lo que se llama la prensa del corazón y, flaco favor le están haciendo. En ese círculo, unos le aman y, otros le odian, hasta el punto de que, en su momento, le acusaron de tener una hija secreta y, eso si es una calumnia. ¿A quién se le ocurre de acusarle a este hombre de tener una hija secreta si no la ha querido tener en su matrimonio? Eso son difamaciones que no vienen al caso y, como se demuestra, tienen mal bajío, como dirían por allá abajo en Andalucía. Como explico, se necesita ser muy malo para acusar a este hombre de padre adúltero. Como digo, razones de su boda, llevaron a este hombre a las revistas del marujeo y, el pobre, cayó en la trampa que le tendieron, hasta el punto de creerse que, las mariconadas que cuentan dichas revistas, podían servirle en su profesión y, se equivocó.
En fin, no entremos en detalles baladíes que, el hombre, con su vida personal, hará cuanto le plazca y será respetado. Allá él con sus actitudes. Lo que nos duele es su carrera profesional; esa carrera que él solo ha destrozado y que, a estas alturas, nadie recuerda su grandeza como torero puesto que, sus desdichadas actuaciones por los pueblos de Dios, han borrado aquel torrente de torería y creatividad que le alumbró durante varios años. Seria lamentable que, justamente, en un pueblo, un toro se lo llevara por delante y le hiciera una mala faena. Algún malintencionado diría que, Ortega Cano, vuelve por dinero. ¿Qué dinero? Yo fui testigo en la liquidación crematística de algunas de sus últimas corridas y, le dieron tres mil euros. Con semejante capital, lógicamente, no podía ni cubrir gastos. Está claro que, no es una cuestión de dinero que, con toda seguridad, para él, no lo hay. Y no lo puede haber en plazas de tercera y portátiles que, a lo sumo, pueden congregar a dos mil personas, siendo muy generosos, claro.
Alguien podría rebatirme cuanto digo esgrimiéndome que, por ejemplo, Antoñete, reapareció con la edad de Ortega Cano. Lo de la edad, es cierto. Lo diferencia abismal es que, Antoñete, con más de 50 años, reapareció para ir a Madrid en repetidas ocasiones para cubrirse de gloria y dejarse matar si en el empeño hubiera hecho falta. Antoñete quiso, al final de su carrera, hacerle ver al toreo entero que, a lo largo de su vida, con él, habían cometido la peor de las injusticias y, así lo demostró con sus triunfos por doquier. Por el contrario, Ortega Cano, que en su día encontró el éxito y el reconocimiento, hecho cantado por todos, en sus penosas reapariciones, ha querido que todo el mundo olvide lo buen torero que había sido y que, al paso de los años, le recordemos como un pobre hombre pidiendo limosna en plazas de tercera, portátiles y talanqueras. Que Dios le proteja que, mucha falta le hará.