En honor a la verdad, el sabor del fracaso, amargo como la hiel, a todos nos gusta olvidarlo aunque, los toreros se empeñan en edulcorarlo o endulzarlo para que no sepa tan agrio. Para ello, claro, ahí tienen a los “escribidores” de turno que, pagados por sus amos son los que se encargan de dicho menester; todas las culpas la tiene el toro cuando el torero fracasa y, de ese modo todo arreglado.
El torero por regla general, al terminar el festejo del fracaso, procura olvidarlo rápidamente, por ello, claro, al día siguiente, leer la crónica y rememorar la hecatombe, ello no es productivo, ni para la mente ni para el cuerpo. ¿Qué hacer? Pasar, como dicen ellos, de las plumas doctas y severas. Pero esa actitud es falsa y ridícula, ante todo, porque es mentira. Todo el mundo quiere saber lo que dice la crítica y, los toreros, cuando saben que no han estado bien, sólo procuran leer a los “amigos” que les “arreglan” el fracaso y, todos tan contentos. Las plumas libres, esas, son las que no hay que leer, dicen todos ellos. Ocurre por el contrario que, cuando las cosas han rodado bien, aunque los protagonistas en voz baja van preguntando a sus mozos de espadas y demás miembros de la cuadrilla: “¿Qué ha dicho hoy ese hijo de puta?” Qué es como les califican a los que, en honor a la verdad, les dan categoría, caché y, en muchas ocasiones, dinero, como tantas veces alardeara Alfonso Navalón que, muchos, con sus crónicas, aumentaban sus cotizaciones de manera sustancial.
Honradamente, el fracaso, hasta pienso que es bueno. Fracasar sabiendo levantarte apenas tiene importancia puesto que, el fracaso bien entendido, nos puede rociar de humildad y, a los toreros, como en todas las profesiones, les puede servir de acicate para mejorar en todos los órdenes. Tras el fracaso, el éxito sabe mejor. El éxito, por mucho que se empeñen los toreros que compran a los críticos, a diario, no existe; es imposible.
Ahora, lo peor que nos está pasando es que, el fracaso, como tal, es algo solapado; que ni siquiera se canta, algo grave para la fiesta y, de forma especial, para los toreros. Ahora, los toreros, moliendo los toros con mil derechazos, con ello piensan que todo está arreglado. Los fracasos actuales son tímidamente reconocidos, salvo los que de verdad saben de toros que, a esos, no se les puede engañar. ¿No es un fracaso tremendo ver como te sale un toro bravo y no lo supiste entender? Esto, de forma lamentable, ocurre en demasiadas ocasiones y muy pocos son capaces de contarlo. Y este es el miedo de los toreros, que les descubran en sus mediocridades. Pues con semejantes planteamientos difícilmente arreglaran sus profesiones, caso de los toreros valerosos que, con el argumento del valor, piensan que ya está todo resuelto. El toreo, qué duda cabe, es algo más, mucho más que valor.
Muchos toreros actuales alardean de que, ahora, los profesionales del toreo no fracasan puesto que, en ninguna plaza de Dios se escuchan broncas de estrépito. Que no se escuchan broncas es cierto, como las escuchaban Paco Camino, Antonio Bienvenida y otros muchos toreros de aquellos años sesenta. Ahora, los toreros actuales, no escuchan broncas, es verdad, pero, salvo el ahora retirado José Tomás, ¿me puede decir alguien qué torero actual puede superar a Paco Camino o al mencionado Antonio Bienvenida? Y es cierto que escuchaban broncas puesto que, cuando el toro no valía, se lo quitaban de en medio de forma rápida. Aquellos resultados de, “Bronca y gran bronca” eran escandalosos, es cierto. Como igual de cierto es que, los dos toreros citados, rociaban de arte todas las plazas del mundo.