En el peor de los casos la corrida de José Escolar se lidió sin los sobresaltos de la de Saltillo que, como dijimos, nos tuvo a todos con el corazón encogido. Los de Escolar, sin la aparatosidad de otras veces, en ocasiones dejaron estar a sus matadores; tenían, eso sí, un peligro sordo exagerado. Broma ni una. Vamos, que no eran de la rama de Domecq y, la prueba la teníamos a la hora de las estocadas que, para morir, necesitaban de una estocada y dos tiros de pistola.
No tuvo opciones Rafaelillo que se marcha de la feria con un disgusto tremendo. Si en la de Miura fue volteado de mala manera, en el día de ayer pechó con el peor lote; no es que los demás fueran hermanitas de la caridad pero, tanto Robleño como Bolívar tuvieron un toro que les permitió estar “ahí” que no es poca cosa. Otra vez a empezar de cero en el caso de Rafael Rubio que, lo grandioso de este hombre es su capacidad de aguante matando lo que nadie quiere y, para colmo, muchas veces triunfando por lo grande. No fue ayer el día pero su perseverancia seguirá siendo premiada.
La monumental estocada de Luís Bolívar al último de la tarde
Fernando Robleño, por momentos estuvo magistral; en su primer enemigo mostró la clase que atesora como torero que, lo que hizo, nos supo al más dulce manjar porque aunque los toros tenían el peligro sordo que aludíamos, era un gran peligro; algo que por momentos no trascendía a los tendidos –el peligro, digo- pero que había que estar muy pendiente; nada importó porque Robleño ofrecía la muleta con torería, con empaque y, por momentos parecía que aquella iba a romper por lo grande. Fernando estuvo a la altura de las circunstancias y extrajo, por momentos, lo que no tenía el toro. Mis respetos para este torero que, de haber tenido oportunidades válidas a lo largo de su carrera, ahora estaríamos hablando de lo que es, un artista en los ruedos.
¡Qué buen torero es Luís Bolívar! El colombiano supo estar a la altura de las circunstancias en ambos toros que, no le regalaron nada. Eso sí, en el último dibujó unos naturales de ensueño frente a un toro que le miraba una y mil veces; un toro que sabía que lo que se dejaba atrás en cada muletazo. Faltó un puntito para que aquello rompiera de verdad y si no ocurrió fue por culpa de la sosería del toro que, en algunos momentos hasta le costaba repetir.
Nada que objetarle a Luís Bolívar que, como digo, instrumentó varias tandas de naturales que debemos grabar en nuestra mente. Madrid ovacionó a Bolívar que, en este último toro aludido pudo haber cortado una oreja de ley porque le recetó una estocada monumental, dejándose matar el diestro encima de los pitones del toro que, por supuesto, daban grima. Pero como digo, esos toros tan encastados no mueren con la estocada que, la de Bolívar era de libro; necesitó de dos tiros de pistola, en este caso dos descabellos que eclipsaron el triunfo.
Pero ahí quedó la torería de Luís Bolívar, un hombre apasionado que no debe ser muy tonto cuando, cada año, en Colombia, se mide con todas las figuras de España y está a la altura de todos ellos y, en ocasiones, muy por encima de los mandones de España.