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Pla Ventura  
  España [ 14/09/2017 ]  
SE PERDIÓ EL EQUILIBRIO

La fiesta de los toros ha cambiado muchísimo y, lo que es peor, el cambio ha sido para mal. Los ganaderos querían “fabricar” un toro acorde con las exigencias de los que mandan en la fiesta, todo ello, claro está, sin perder la grandeza del toro puesto que, desde hace algunos años, mucha gente demanda el toro grandote. Error mayúsculo puesto que, como vemos de forma habitual por esas plazas de Dios, las figuras quieren taparse aludiendo que lidian un toro grande y, ¿de qué sirve ese mastodonte inútil sin bravura ni siquiera con hechuras de toro?

Sin duda alguna este dislate lo han provocado los ganaderos que crían el toro para uso exclusivo de las figuras que, en realidad se les ha ido todo de las manos. Entre esa mezcla de tontuna y apariencia por ser lo que no es, el churro les ha salido torcido. Claro que, como fuere, a las figuras les viene todo bien; si el toro embiste hacen su labor y si no lo hace, le dan la culpa; total que, ellos siempre quedan bien porque nadie les recrimina nada.


Cobradiezmos, el toro que consagró a la fiesta verdadera

Toda la sangre que proviene de la ganadería de Juan Pedro, es decir, la totalidad de lo que matan las figuras, o sale aborregado o grandote; nada que ver con la casta auténtica de un toro bravo. En realidad, ni lo uno ni lo otro nos sirve. Uno que ya ha cumplido algunos años recuerda con meridiana claridad los toros de los años setenta y ochenta y, que un toro pasara de los quinientos kilos ya era un acontecimiento extraordinario. Y esto viene a demostrar que, como diría la sabiduría popular, una bala no mata a nadie, la gravedad del asunto, la muerte súbita viene dada por la velocidad que ha sido disparada la citaba bala.

El toro puede ser grande, pero si no embiste ahí tenemos la bala inútil y sin sentido. Y si sale aborregado casi creo que es peor porque para ver torear de salón me voy a la Casa de Campo de Madrid y, sin duda, allí me encontraré con varios chavales practicando el toreo de salón. ¿Qué queremos entonces? Sencillamente el toro con casta, con bravura, con fiereza porque para eso es un toro de lidia; digamos que, ese animal fiero al que tiene que vencer el hombre que, por supuesto, nada tiene que ver con que sea mastodóntico.  Añoramos el toro de aquellos años citados, ¿cómo no añorarlo? Era el toro adecuado, el que propiciaba triunfos y cornadas, todo a la par.

Ahora, como queda demostrado, el toro no da cornadas; cuidado que sé lo que estoy diciendo. Las cornadas las dan, como siempre sucedió, los toros auténticos, los de siempre, los que no cambiaron nunca el signo de su ganadería que, como se sabe dan cornadas y, muchas veces la gloria de la verdad. ¿Verdad Cobradiezmos? Los encastes de toda la vida, los que huyen despavoridos los que mandan en el escalafón, esos animales todavía siguen provocando emociones y sensaciones, justamente las que soñamos los aficionados.

Hemos logrado, a nivel de figuras, la media fiesta adulterada de la que gozan las figuras, pero a todos los niveles. Por ejemplo, hagamos memoria, ¿qué ganaderías fueron las que segaron la vida de Víctor Barrio e Iván Fandiño? Ahí están las pruebas de lo que digo; murieron, justamente, dos valientes que cabalgaban junto a la verdad; ese toro si tiene peligro e incluso mata. Por supuesto que no queremos la muerte de nadie, pero sí el riesgo para todos porque para eso dicen ser matadores de toros.

Ante el ocaso de lo que sucede en las plazas de toros cuando actúan las figuras, el aficionado auténtico se ha dado cuenta y, ver llena una plaza de toros es poco más que un milagro. Bilbao, en su reciente feria, ha dado la medida de la mediocridad puesto que, un coso que antes se llenaba por completo, ahora, media plaza ya es todo un éxito. Y el aficionado desertó de las plazas porque no hay éxitos, no hay triunfos y, de haberlos están todos adulterados. ¿Quién se emocionó con la apoteosis de Ponce en Málaga? Sin duda el propio diestro, Juan Pedro Domecq, los miembros de su cuadrilla, ese pobre hombre llamado Javier Conde y tres docenas más de despistados que, ante todo comprobaron cómo es en realidad un burro tonto que venía y se iba con una dulzura angelical. ¿Qué riesgo asumió Ponce dicha tarde? Ninguno. Estuvo majestuoso, decían muchos. ¡El colmo hubiera sido que no lo estuviera!

Pese a que abogamos por el triunfo, ese tipo de toro no emociona a nadie y, lo que es peor, no congrega a gentes en las plazas de toros. Pruebas las tenemos por doquier. Al respecto, no falta quien dice que la fiesta siempre ha sido así; no hablaré jamás de lo que no sé y de lo que no he visto. Pero si nos han recordado que, por ejemplo Manolete, por citar un diestro carismático y con vitola de figura en su época, por ejemplo en Bilbao, tan reciente la feria ahora mismo, toreó muchas corridas y, qué casualidad, casi siempre con el toro que los demás no querían; digamos las ganaderías encastadas que han existido toda la vida. Conclusión; que se llenaban las plazas al augurio de la verdad que los toreros vendían.

Definitivamente, se ha perdido el equilibrio en la balanza de la fiesta y, los toros de verdad los tienen que matar los segundones y, los que deberían de darle gloria a la fiesta, los que mandan, los que dirigen y tienen la responsabilidad total del espectáculo, amanerados y sumidos en el menor de los riesgos, han llevado la fiesta hasta la tumba. Hasta ese trabajo le han ahorrado a los anti taurinos que quieren aniquilarla. Que nos sufran éstos que el trabajo sucio lo hemos hecho desde dentro. ¿Existe prueba mayor de la decadencia de la fiesta, de la miseria en la que la han sumido que ver las plazas medio vacías? Ese dato es más revelador que todas las palabras que podamos decir.

Foto: EL Mundo.es

 
   
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