Se llamaba Iván Fandiño. Salió hace muchos años de Orduña con su hatillo repleto de ilusiones en la búsqueda del éxito que anhelaba y, aunque lo encontró, ha vuelto a Orduña para quedarse eternamente, no en vano, un toro le mató en Francia el pasado sábado. No es una muerte más porque ha muerto el diestro que más combatió contra el taurinismo, contra sus propios compañeros que le daban de lado; sí, esos mismos que ahora lloran su muerte.
Tras varios años de lucha, de penurias al más alto nivel por fin, en los años 2013 y 2014 logró encaramarse en lo alto del escalafón, hasta el punto de salir por la puerta grande de Madrid tras haber matado un toro sin muleta, una gesta más de las muchas que Iván Fandiño llevaba a cabo. Nada era baladí en la carrera de este hombre. Veintiocho actuaciones en Madrid, catorce orejas cortadas y, como digo, al final, hasta la puerta grande como premio a una trayectoria ejemplar y modélica. Podíamos añadirle lo que consiguió Fandiño en calidad de premios; dos orejas de oro de RNE, infinidad de premios de toda índole, varias actuaciones de seis toros en solitario; gestos y gestas por doquier.
Iván Fandiño en la plaza de toros de Madrid, la que siempre le veneró
De los toreros actuales, sin duda que nos quepa, Fandiño tuvo que recorrer durante años el espinoso submundo de los toros; toracos infames, cornadas por doquier, fondas míseras, caminos polvorientos, desprecios al más alto nivel, sueldos de miseria, ingratitudes impensables y, como decía, desprecio generalizado por parte de sus compañeros que, sin que nadie sepa las razones veían en él al GRAN ENEMIGO.
El Juli le doctoró en Bilbao y, posiblemente, tras tantos años como matador de toros, no recuerdo que Fandiño coincidiera tarde alguna con su padrino. Y, casualmente, eso le pasaba con todos los grandes de la tauromaquia. Por todo ello, el mérito de Iván Fandiño se acrecentaba cada día mucho más. Lo suyo, ante los ojos del aficionado, hasta parecía un milagro. ¿Cómo es posible que sin formar parte del elenco de las figuras llegara tan lejos, arrastrando, como digo, la losa de los desprecios?
Lo suyo era el toro de verdad; es decir, el compromiso que él tenía con los aficionados era algo que saltaba a la vista. Entre otras cosas, como dijera André Viard, a Fandiño lo mató un toro encastado. Y digo yo, claro, de otro modo, de haber lidiado lo de la saga Domecq jamás hubiéramos tenido esta muerte tan cruel y dolorosa.
Por todo ello, por lo que resultó de ejemplar su carrera y su actitud, convengamos todos que ha muerto un valiente que regalaba su verdad a los aficionados. Es cierto que, Fandiño, en su carrera cometió un error; y digo error cuando era la prueba máxima de su grandeza. Sí, la tarde que se encerró con seis toros encastados en Madrid, aquel día de Ramos del 2014. Seis toros distintos que, para su infortunio, para que se pusieron todos de acuerdo para que Iván no culminara su gesta. Digamos que, aquel día se lo jugó todo a una carta y perdió. Era el riesgo que corría; él lo sabía pero, pese a todo, apostó. En aquella tarde, su gran triunfo, el que no ha logrado nadie en dicha fecha no fue otro que poner el no hay billetes en Madrid, lo que certificaba que los aficionados estaban con él.
Estaba envalentonado Iván Fandiño ante su gesta y, como quiera que los toros no le ayudaran, fueron los empresarios y sus compañeros los que le pasaron la factura horrible del desprecio y el olvido. Querían frenarle a toda costa; no querían, por nada del mundo, que un sencillo pelotari vasco les tocara los contados a base de triunfos rotundos. Y le frenaron. Hasta el punto de que, sin suerte en Madrid en las tres últimas ferias de la capital del Reino, Fandiño arañaba contratos donde los hubiera, razón por la que hace unas fechas acudió a Riobamba, en Ecuador, una feria lejana de España, sin dinero, pero con la posibilidad del triunfo, de ahí la última salida en hombros de diestro vasco.
Fijémonos como está el toreo que, el torero más honrado de los últimos cincuenta años, tras pasar por Madrid sin suerte y añado yo, lidiando el toro más complicado de toda la feria, hasta finales de agosto tenía firmada una corrida en Bilbao y otra en Mont de Marsán, por ello, como decía, era capaz de acudir a cualquier plaza por aquello de que su nombre jamás se apagara. Y tuvo que acudir a un pueblito francés donde había una auténtica corrida de toros y un puñadito muy escaso de billetes. Todo ello, para encontrar la muerte.
Soldado, a ganar o morir. Era el grito de guerra que cada tarde le decía Néstor García, su apoderado, sabedor de la crueldad de la fiesta, en este caso, de la dureza a la que se sometía a su poderdante. Murió el soldado Fandiño, pero atrás ha dejado, para el recuerdo, unas páginas inolvidables, un recuerdo hermoso de lo que era su verdad. Iván ya está en la gloria, pero para gloria, la que él aportó a la fiesta de los toros. Como ante decía, algunos, ahora llorarán su muerte, los mismos que pusieron todas las trabas del mundo para actuar junto a él. Que Dios le tenga en la gloria mientras nosotros seguimos digiriendo las miserias de una fiesta grande para unos y muy horrible para todos los demás.
Foto de Muriel Feiner