La promulgación de la reciente Ley de Extranjería ha creado, no pocas decepciones entre muchas personas en el mundo que, su ilusión, era arribar a España para, entre nosotros, forjar un nuevo horizonte. Trabas e impedimentos por doquier han roto las ilusiones de miles de personas que, España, para ellos, era su sueño dorado.
Ante todo, al margen de las personas que tenían previsto llegar hasta España, los aquí residentes, en su condición de extranjeros, están viviendo momentos de amargura interna. Pesa sobre ellos la espada de Damocles en torno a la noticia de que, en un momento dado, les pueden repatriar hacia sus países de origen. Todos ellos, los extranjeros ahora residentes en España, se están movilizando en todos y cada uno de los sectores y ciudades donde viven puesto que, ellos, los que vinieron de allende, piden, aquende, que no se les niegue el derecho de ganarse el pan de forma honrada, como lo están haciendo hasta ahora.
Pienso que, ante la venida de tantas personas como llegan a nuestro país desde distintos puntos del planeta, algún sistema regularizador se debe de utilizar, qué duda cabe. Pero no debemos de complicar más las cosas de lo que ya se encuentran. Y, el único requisito que debería privar para que un extranjero tuviera libre entrada a España, sería aquel de presentar y esgrimir un contrato de trabajo. Igualmente, todos los extranjeros que ahora viven junto a nosotros, para su legalización, debería ser suficiente la acreditación de un puesto de trabajo. Y digo que debería ser suficiente puesto que, la pasada semana presencié un hecho lamentable cuando, un muchacho ecuatoriano, reclamado por un empresario español, una vez había advertido las habilidades del chico quiteño, tuvo que desistir en la ilusión de contratarle puesto que, el hombre, no tenía papeles en regla. Ante esta situación, el Gobierno de España debería tener los mecanismos adecuados para, en el plazo de veinticuatro horas, legalizar a estas personas.
Se teme, desde siempre, que los venidos de afuera, vengan sin un contrato de trabajo, todo para evitar posibles actos delictivos por aquello de no tener los más elementales medios de supervivencia. Hasta me parece lógico, pero, ¿ qué pasa cuando se tiene un puesto de trabajo y no se puede acceder a él por culpa de los asquerosos papeles que nunca llegan?. Si se tiene trabajo, ante todo, los extranjeros, como los propios españoles, con ello, esgrimen, digamos que, un certificado de honradez, aunque, como estamos viendo, de poco sirve tener trabajo sino te lo reconocen. Vi llorar de forma desconsolada al citado muchacho ecuatoriano cuando, creyendo que tenía trabajo para remediar la solución a sus males, vio como se esfumaba ese trabajo por culpa de la maldita burocracia.
En los últimos días se han desgarrado las voces de todos los extranjeros residentes en España, todos ellos, esgrimiendo unas razones aplastantes: que no pueden volver a sus lugares de orígenes puesto que, para venir, vendieron todas sus pertenencias y, allí, no les queda nada, si acaso, sus raíces y algunos familiares. Bastante carga tienen estas personas que saben que, difícilmente podrán volver y que solo piden, en España, como ellos dicen, esos trabajos que nosotros, los españoles denigramos, y que ellos esperan lograr de forma alborozada.
Muchas ilusiones se han quedado rotas para siempre, en torno a las personas que, ilusionadas, confiaban arribar a España para lograr su sueño dorado: nuestra paz, nuestro trabajo, nuestra convivencia y, ante todo, esta forma de vida tan digna con que goza la gran mayoría del pueblo español, la envidia, naturalmente, de todos aquellos que sufren en cualquier confín de este planeta.
Seamos solidarios con los que sufren. Y lo digo desde lo más profundo de mi alma puesto que, hace unas fechas, escuchaba unos comentarios de unos españoles mal nacidos que, ajusticiaban a los extranjeros por su condición de tales. Para estos salvadores de la patria, chauvinistas, y sin más luces que las que alumbra su candil, para ellos, ser extranjero ya es sinónimo de la maldad. Malditos sean todos los que así piensan puesto que, seres buenos los hay en cualquier parte del mundo y, delincuentes, no hace falta que nos vengan de afuera puesto que, en España, nos sobran a montones. Ajusticiar, de forma verbal, a personas que no conoces, ello, como se sabe, es un delito, de ahí, los delincuentes a que aludo.
Es triste que ajusticiemos a los extranjeros cuando, nosotros, los españoles, tuvimos que emigrar a distintas partes del mundo buscando eso: el pan que ahora buscan quienes han venido de fuera. Nos falta memoria para recordar que, en su momento, miles de personas españolas emigraron hasta Argentina, México, Venezuela, Francia, Alemania, Colombia y otros muchos países, quedando, en estos momentos, el reducto de tantas familias que, la vida, en aquel duro lance, les apartó para siempre de sus seres queridos y de su amada España. Si somos capaces de pensar y analizar todo lo que nosotros, los españoles, en un momento determinado tuvimos que penar, comprendamos ahora a quiénes, como nos pasara a nosotros, vienen a nuestro país buscando aquello que a nosotros nos sobra y que, su momento, tanto añorábamos: EL TRABAJO.
