Sin duda alguna que, la primera percepción que todo aficionado debe de tener ante cualquier evento taurino, debe ser la ilusión. Acudir pletórico de ilusiones a un festejo taurino es, sin duda alguna, el motor de la quimera hermosa de que, en dicho cartel, encontramos un halo de esperanza que nos motivará y que, por supuesto, nos colmará de gozo.
Empieza a desgranarse la temporada española y, como primeros carteles llenos de esperanza, encontramos la feria de San Blas en Valdemorillo, por tierras de Madrid en que, Tomás Entero, en calidad de empresario, por un momento, se ha sentido aficionado y no ha dudado en desplegar su hatillo de ilusiones para que, su feria, atractivos lógicos al margen para que acuda el gran público, tuviera ese punto de magia que, sin duda alguna, hacen diferente todo un espectáculo.
La feria de Valdemorillo será lo que tenga que ser y, su designio, no lo cambiaremos nadie; pero motiva que, a primeros de temporada, un empresario audaz como Tomás Entero, aunque sea en una pequeña parcela, se olvide del tema comercial y, sintiéndose aficionado auténtico, haya contratado para su ciclo a la gran esperanza por el arte que, en realidad, no es otro que Curro Díaz.
Todos sabemos que, en el toreo, tiene cabida todo el mundo; nadie puede ser desdeñable puesto que, en ocasiones, el más insospechado de los toreros, puede darnos la tremenda sorpresa de su éxito. El triunfo, como se sabe, llega por distintos caminos, de ahí que, el logro de cada cual, si se hace de verdad, siempre es respetable. Como decía uno de nuestros insignes aficionados, el crítico, así como cualquier persona que se siente en el tendido, deben de caberle en su cabeza todo tipo de toreros y, nada es más cierto. En mi caso, así ocurre, para dicha mía; claro que, puestos a elegir, me quedo con los toreros denominados artistas pero que, mi actitud, jamás irá en detrimento de nadie puesto que, el pasado año, un batallador consumado como Rafaelillo, me emocionó hasta el máximo.
Si el hecho de decantarme hacia la corte celestial y mágica de los toreros llamados artistas es el sinónimo de mi torpeza, lo admito puesto que, como mortal que soy, suelo equivocarme y, en dicha acción, errar más de lo debido. Pero si puedo confesar que, nadie en el mundo podrá condicionarme ante mi pensamiento puesto que, solo el arte me gana la partida y, ante su majestuosidad, me entrego sin remisión.
Es el caso de Curro Díaz que, su torería, su empaque, su gusto, su estilo personal, su duende, su majestuosidad en sus acciones y su arte en definitiva, es el que me arrebatan por completo. Cuestión de gustos y de paladares, No tengo el honor de conocer a Curro Díaz, por tanto, no soy sospechoso de nada ni ante nadie. Bien es cierto que, conozco su arte y, con dicho argumento, me basta y me sobra para acudir, como antes decía, totalmente ilusionado ante lo que será su primera cita con el aficionado español, concretamente, en tierras madrileñas. Curro Díaz que, el pasado año me estremeció en Madrid y, a lo largo de la temporada, gocé como nadie de sus actuaciones puesto que, con dicho torero, sentí como se esperanzaba mi alma y vibraba mi cuerpo en calidad de aficionado.
Ante semejante diestro, me vence la tristeza de pensar que, el pasado año, cuando se presentó en México, D.F., en lo que resultó una actuación torerísima, llena de detalles, de retazos inconmensurables, de torería inacabable, la sabia afición mexicana, posiblemente, obnibulada por otras circunstancias, no supo calibrar que, en dicha tarde, un torero genial, les estaba rociando su coso del más bello arte. Y ahí están las imágenes que certifican mis palabras; o sea que, quien lo dude, puede acudir a la primera hemeroteca que encuentre y, comprobará la gran actuación de Curro Díaz en México, lamentablemente, sin el refrendo debido.