En los tiempos que vivimos y desde nuestra perspectiva de España, contemplar, ver y comprobar todo lo que está pasando en Argentina es espeluznante. Nadie lo puede comprender y, las soluciones, desdichadamente, están muy lejanas. Nos queda, ante todo, la resignación y, ante todo, el repudio hacia unos gobernantes que, de un país rico, han logrado una fuente de miseria permanente.
Los que ahora somos adultos recordamos con añoranza nuestra niñez puesto que, entre otras cosas, nos viene a la mente cuando la Argentina del general Perón nos suministraba los alimentos más indispensables para el sustento del pueblo español en los años posteriores a la caótica contienda civil. Y fue precisamente, en aquellos años, cuando el mundo bautizó, por aquello de la grandilocuencia de sus generosas tierras y de sus buenas gentes, como el granero del mundo. Argentina era rica y, de sus manjares, nos nutríamos, entre otros, el pueblo español, algo que jamás debemos de olvidar. Posiblemente ahora, y lo afirmo con rotundidad, es cuando nos toca ser solidarios con aquellos que nos ayudaron. Seguramente, nuestros gobernantes, como lo hicieron aquellos sus predecesores argentinos, habrán tomado nota y, ante todo, habrán adoptado, como así reza la prensa, las medidas oportunas para ayudar a un pueblo desoldado por la miseria y la marginación.
Obviamente, los datos que nos llegan, son todos escalofriantes. Pensar que el cincuenta por ciento de los argentinos viven sumidos en los mayores índices de pobreza jamás conocidos; de que seis millones de personas son pobres de solemnidad y que no tienen ni para el sustento mínimo, ello descorazona a cualquiera. Tal y como nos muestran las imágenes den TV, es horrible comprobar como cientos de personas mal viven del cirujeo y del cartoneo. Eso de ver a tantas personas tirar del carrito humilde, confeccionado por ellos mismos en que, por las noches, en vez de dormir, escarban en la basura para encontrar, ante todo, algún resto de comida que les sirva y, acto seguido, buscar y aglutinar todos los cartones y vidrios que puedan encontrar puesto que, estos elementos, para su rericleo, tienen un precio, de ahí que tantas gentes hayan optado, antes que delinquir, buscar en la basura y, con lo que otros han tirado, intentar reunir un puñadito de dólares que les ayude en la sobre vivencia. La gran mayoría de los argentinos olvidaron que es posible vivir puesto que, casi todos, intentan la sobre vivencia. De este modo, cartoneros y cirujeros lleven una vida furtiva y marginal puesto que, sus hechos y acciones, vistos desde el punto de vista legal, para la ley y la justicia, hasta se les mira con ojos de delincuentes. Sea como fuere, buscar para comer, sea donde fuere, moralmente, nadie comete delito alguno. Así, obviamente, la justicia argentina, antes hechos como los comentados, hace oídos sordos puesto que, en este instante, si les tuvieran que detener por ser cirujeros o cartoneros, tendrían que construir muchas cárceles para albergar a tanto “delincuente”
Como se demuestra, las noches porteñas son el vivo ejemplo de la gran crisis que sufre Argentina. Lejos queda aquella imagen del Buenos Aires admirado en el mundo por su calidad de vida; por su alegría y por su sentido de la convivencia por todos aquellos extranjeros que allí llegaban; era todo camaradería en años precedentes y, ahora, las luces, han quedado como sombras; la risa ha quedado como llanto y, la tan exaltada diversión bonaerense, ha quedado como un bello recuerdo puesto que, posiblemente, de aquellas vivencias, apenas muy pocas personas pueden seguir gozando. Saber que, casi un treinta por ciento de la población trabajadora se encuentra en paro, dicha cifra, escalofriante de por más, nos puede dar la medida exacta de todo cuanto allí sucede.
Han sido, como ahora se demuestra, muchos años de dictadura en un país regido por caciques que, aún saliendo de las urnas, nunca nada les importó su pueblo, caso de Ménen, por citar un ejemplo que tenemos cercano que, en su mandato, nada aportó, salvo llenar sus arcas y, obviamente, sus cuentas en bancos suizos. La riqueza, como es obvio, hay que distribuirla; los impuestos que pagamos todos, deben ser el alimento que sustente a una nación desde su base. Cierto es que, la riqueza, sólo puede venir dada, para el pueblo, a través del trabajo y, si falla éste, todo se viene abajo con estrépito. A nadie le sirve, ni menos consuela, que unos pocos sean ricos y lo tengan todo. La única riqueza para un pueblo es que, en convivencia, en armonía, con generosidad y altura de miras, tenga trabajo y bienestar. En Argentina, la maldita crisis propiciada por unos indeseables, ha terminado con gran parte del trabajo que tanto les dignificaba y que, ahora, miles, millones de argentinos, apenas tienen nada para comer. ¿Es esta la justicia y equidad que han sabido forjar sus dirigentes? Siendo así, todo cuanto ocurra en el país hermano, todo, será entendido desde lejos de sus fronteras; incluso me gustaría que fuera entendido desde dentro del propio pais. Hemos visto robos, saqueos y acciones un tanto vandálicas pero, ¿quién no cometería todas las tropelías del mundo si viera que sus hijos tienen hambre y, honradamente, no hay manera de lograr al pan? Que contesta la pregunta quien pueda.