La feria de San Isidro, por mayo y en Madrid, suele congregar a muchas gentes venidas de allende los mares. No se las razones pero, los mexicanos, les encanta venir a España. Doy fe. Son muchos los que han venido de aquellas bellas tierras. De entre tantos visitantes, ha venido una mujer para hacernos soñar, algo que ha logrado por completo. Se trata de Clarita Aparicio, la mujer que tuvo la suerte de ser la receptora de las cartas de amor más bellas cuando el genial Juan Rulfo, le declaraba su amor. Clarita, la que parece que detuvo el tiempo en su persona, ha venido, desde México, para publicar, en un libro hermoso, las cartas de amor que Juan Rulfo, su enamorado, le escribió durante seis benditos años.
Juan Rulfo, aquel que decía que no escribía porque la gente que le contaba las historias, había muerto. Yo si digo que, escribir un solo libro y pasar a la eternidad, ello es sólo patrimonio de los genios. El “ Pedro Páramo” le llevó al lugar que ahora ocupa: el ser inolvidable. Qué bueno, como diría un mexicano, que los artistas y los escritores jamás mueren. ¿ Quién dijo que ha muerto Juan Rulfo?
Nadie lo puede afirmar puesto que, ahorita, todos estamos hablando de él. El que fuera un sencillo vendedor de neumáticos, un día, le llegó la inspiración, demostró que era el mejor, un artista de las letras y, se retiró para siempre. Su vida, su carrera, era patrimonio de su genialidad.
Ahora, Rulfo, desde su aposento allí donde se encuentre, se sentirá el más dichoso del cielo. Clarita Aparicio, la que en soledad, con ternura, con amor, con ilusión y con toda la dicha del mundo disfrutara, en la intimidad de su alma, las cartas de amor más bellas del mundo, las que brotaban del corazón de Juan Rulfo para ella, ha tenido, dicha dama, la gentileza de que el mundo supiera del amor para ella. Al leer este libro, irremediablemente, me he acordado de Gonzalo Arango, aquel poeta colombiano que, durante muchos años fue capaz de escribirle cartas de amor a su queridita del alma. Yo tengo, en mi poder, algunas fotocopias de aquellas misivas de amor, por tanto soy un afortunado. Y ahora, al leer las cartas de Juan Rulfo a su Clarita adorada, debo decir que siempre guardaremos gratitud a tan singular dama que, en persona, ha venido a España para regalarnos lo más íntimo que guardaba en su alma.
Los genios son así. Nunca mueren. Este es Juan Rulfo. Si Clarita Aparicio, aquella muchacha, que aún siendo niña ya recibía el cariño de aquel joven ilusionado, Rulfo, como antes decía, nos debe estar viendo a todos con una sonrisa apasionada, como era su vida en su Guadalajara querida.
Guardaremos, Clara Aparicio, todos los españoles de buena fe, los que amamos la literatura, los que sentimos el amor, los que seguimos creyendo en que sólo existe una sola raza llamada humanidad, como digo, nos quedará dentro de nuestro corazón, su visita luminosa a España para, como dije al principio, hacernos soñar y, ante todo, embelesarnos con el amor propiciado por aquellas cartas bellas que, además de enamorado, las escribía un artista como más tarde nos demostró. Bendita sea usted, Clara Aparicio y, ante todo, la memoria de un hombre genial que jamás murió; que solo nos gasto la broma de irse a donde iremos todos, si acaso, con un poco de antelación.
Le doy las gracias a México, por miles de razones, pero la más importante es que, por culpa de esas cartas bellas, aprendí a seguir creyendo en lo único que puede mover al mundo. ¡ EL AMOR¡
