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Pla Ventura  
  España [ 26/05/2004 ]  
UN TORERO GENEROSO

  Era el cartel estrella de la feria; y no era para menos. Volvía  César Rincón tras cuatro años de ausencia y, la ocasión, lo merecía todo. Madrid y César Rincón formaban el binomio de algo que, a priori, podría resultar de lo más atractivo, de ahí, el llenazo absoluto en las Ventas. Se pagaron fortunas en la reventa por admirar al maestro; más de uno, seguro estoy, como antaño pasaba, hipotecó hasta la tele. Y era lógico que todo esto ocurriera puesto que, este cartel, estaba rodeado de la más apasionante aureola. Un torero esperado,  Rincón; un torero de Madrid, Uceda Leal;  y un toreador de ferias, El Juli que, para el gentío vulgar y corriente, también tenía su atractivo. Era, como dirían los taurinos, un cartel redondo. Existía el más bello presagio para, al final, llevarnos la más cruel decepción.

 

  Don Álvaro mandó una corrida hermosa de lámina, pero de las que suelen equivocar a todo el mundo; incluso a los propios toreros. Lucían, dichos toros, un cuerpo espléndido, con hechuras de bovinos auténticos aunque, al final, lo que parecía bravura quedó en bravuconería que, en definitiva, lamentablemente, no suele ser lo mismo. Había mucho que torear y, salvo César Rincón, sus otros compañeros no estaban preparados para tal festín; digamos que, era corrida para auténticos lidiadores y, los toreros de ahora, en su gran mayoría, sirven para dar muchos pases; lo de la lidia, eso ya es otro cantar. Sin lugar a dudas, corrida muy interesante vista desde el punto de vista del toro. ¿Qué hubiera pasado en otras manos? Sería la pregunta. Quizás que, más de lo mismo. Los toros no eran ni tontos ni criminales a sueldo; digamos que todo lo contrario y, con semejante “material”, por ejemplo El Juli, se atragantó con su lote; Uceda puso la enorme voluntad a que nos tiene acostumbrados y, eso sí, las estocadas más contundentes de la feria. Al respecto, Uceda, se llevará todos los premios. José Ignacio estuvo, que no es poco. Luego, sus logros, al margen de lo deseado, quedaron eclipsados y, su actuación, se resumió a un dechado de voluntad enorme, algo que nadie recordará. Decía el inolvidable Antonio Bienvenida que, el arte era, precisamente, aquello que todo espectador se llevaba a casa tras la corrida y, en esta ocasión, para casa, nadie se llevó nada, salvo la tremenda disposición de César Rincón. O sea que, siendo así, en esta ocasión, el arte, no quiso pasar por las Ventas.

  El Juli, como todo el mundo pudo comprobar, trapaceó más de la cuenta; no se siente, por tanto, no se encuentra a él mismo y, eso ya es grave. Pero está rico que, en definitiva, para el torero, es lo más importante. Los aficionados pensamos de otra forma, obviamente. Ciertamente, a este hombre lo han llevado de una manera sublime; el que hizo su campaña de promoción se merece una matricula de honor; eso de saber vender a este trapacero como si fuera el mejor de los toreros y, para colmo, que la gente se lo crea, ello tiene un mérito tremendo. El Juli dejó de banderillear y nos hizo un favor inmenso; el día que deje de torear, la dicha será inmensa.  Cierto es que, en los pueblos todavía le soportarán. Allá ellos. Algún desdichado podrá decir que El Juli se jugó la vida en Madrid; y los albañiles que construyeron las torres de Kio también lo hicieron y nadie les ovacionó. Queremos ver a unos hombres que, ante todo, se definen como artistas y, cuando esto no ocurre así, la infelicidad es patente y manifiesta.

  Y dejo para el final al primero. Decía que, Rincón, en su generosidad tremenda, le dio todo el protagonismo al toro y, de ese modo, la gente, confundida, vio en el toro unas virtudes que no tenía. Había mucho que torear y, la gente, sin memoria, ya no recordaba las hazañas épicas de César Rincón en esta plaza; y no es que ello tuviera que ser el salvoconducto que le valiera para esta corrida; pero sí merecía, el colombiano, un trato más justo. Las siete veces que, Rincón, citaba el toro desde muy lejos, ello evidenciaba su disposición, su gallarda forma de entender el toreo y, ante todo, la exhibición de respeto hacia una afición que en su día se lo dio todo y que, ahora, de forma cicatera, han querido arrebatarle. Entiendo que, a veces, los aficionados de Madrid no valoren a otros toreros porque, en definitiva, nada hay que valorar o enaltecer; pero lo de Rincón es distinto. Este hombre, en repetidas ocasiones, inundó el ruedo de Madrid con su arte y con su torería, hasta el punto de salir victorioso en innumerables ocasiones; faltó mucho respeto y sobró valoración hacia el toro que, por “culpa” de César, engañó a todo el mundo; no era un toro bravo; más bravucón que otra cosa, si me apuran, tirando a manso y, con semejantes condiciones, darle la vuelta al ruedo, me parece un ultraje a lo que debería ser un toro bravo.

  Es verdad que, a priori, César Rincón, con el capote, había estado sensacional; verónicas a pies juntos repletas de torería y, como explico, se ilusionó tanto con el toro que, hasta él mismo, en un principio, creyó en el toro; bien es verdad que, se desengañó al segundo muletazo; de todos modos, cuanto hiciera con la muleta, tuvo el signo de la verdad, la exposición de su vida, hasta el punto de sufrir una cogida espeluznante que, sólo Dios quiso que no hubiera cornada gravísima. Un pinchazo previo a la estocada, al final, deberían de haber dado, como fruto, una triunfal vuelta al ruedo; hubo verdad y riesgo, quizás no la torería de otras ocasiones, pero nunca debió de quedar aquello con unas leves palmas y, una vuelta triunfal al toro. Resultado injusto donde los haya. Madrid, en esta ocasión, se equivocó; o les equivocaron. En su segundo, César, maltrecho por la cogida, anduvo digno ante un toro que no le dio facilidad alguna.

  Premiar a un toro para hundir a un torero, me parece cruel. Y mucho más, en esta ocasión en que, César Rincón, se jugó la vida de verdad. Es cierto que, se barruntaba la faena por todos soñada; los inicios, así lo hacían presagiar. Pero no es menos verdad que, el toro, no resulto ser el que parecía. Le queda, a César Rincón, la tarde de la Beneficencia que, a poco que un toro le ayude, demostrará que, lo de Sevilla y otras muchas plazas, no ha sido casualidad.

 
   
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