El dato más revelador del toreo, en los momentos actuales, no es otro que, la falta de fuerza en los toros; pero, cuidado que, el tema tiene bemoles. Esa falta de fuerza que aludo, como se demuestra cada día, ocurre en los toros que lidian las figuras. Ayer, sin ir más lejos, los toros de Hermanos García Jiménez, dieron la medida de cuanto digo. En conjunto, los toros lidiados, eran verdaderos santos “vestidos” de negro; salvo el segundo de Finito y el primero de Morante, el resto de la corrida, eran para encumbrar a cualquiera. Por cierto, Morante se vistió de luto para dicha ocasión y, en su primero, evidenció que, la fiesta, con semejantes toros, está de luto; especialmente, cuando torean las figuras. Habrá que convenir que, todos los enemigos de la fiesta todos, están dentro de la misma; ningún gracioso de los llamados defensores de los animales nos hará daño alguno; mientras se sigan lidiando toros sospechosos de pitones, escasos de fuerza, sin casta alguna y sin aparente peligro, la fiesta, poco a poco, morirá; será una muerte lenta, pero dentro de poco, este espectáculo insulso, no le interesará absolutamente a nadie. Y, dentro de todos los males, ya firmaríamos para que, la peor corrida fuera como esta de ayer.
Finito de Córdoba está ido de todo. Se justifica que, su segundo, no lo quisiera ver; pero, su primero, un toro de auténtico carretón de no haberlo picado, era el toro soñado; para él, claro. Era otro a modo, sin peligro alguno, sin maldad posible; un cúmulo de bondades que, Finito, desperdició de mala manera. Finito vaciaba los muletazos allá fuera y, su toreo despegado, no dijo absolutamente nada. Una pena porque, de haberse hecho el ánimo, era un toro de escándalo. Mato de una estocada y, nadie dijo nada; una tristes palmas de los ignorantes de turno que, como él pudiera darse cuenta, no le sirvieron para nada; o quizás le sirven para todo puesto que, Finito, es un habitual en la feria de Alicante y, todos los años, como castigo divino, lo tenemos que sufrir. ¿Tan malos somos los alicantinos para que nos impongan semejante penitencia?
Morante es un caso aparte del toreo. Su primero, escasito de fuerzas, no lo quiso ni ver. Sainete con estrépito. Es verdad que, en dicho toro, no aburrió; me quedo con Morante puesto que, nunca está en plan pelmazo y, eso siempre es de agradecer. En su segundo, posiblemente, el toro de la feria, llevó a cabo una faena de bellos trazos, esencialmente, con todo el repertorio de Morante. Al natural y con la derecha, amén de los adornos clásicos en este diestro, su faena transcurrió por los cauces de la más pura filigrana. El toro, bravo como el que más, hasta el punto de entrar tres veces al caballo, le faltó un punto de raza; todo lo que hizo Morante era hermoso, pero no caló muy hondo en los aficionados por culpa de esa “hermanita de la caridad” que tuvo enfrente. Todo dulzura, todo armonía en las embestidas, pero sin ese punto de casta que, en realidad hacen que las faenas sean puras, compactas y grandes. Cortó una muy justa oreja.
Manzanares ha dado la talla en su tierra. Estamos de enhorabuena puesto que, el chico, concienciado como el que más, se ha dado cuenta a tiempo de que, en un abrir y cerrar de ojos, se le iba todo de las manos y, hasta el momento, es el rotundo triunfador de Alicante. Manzanares estuvo apasionadamente entregado y, esa causa, es la que, al final, le llevó hasta cruzar el umbral de la puerta grande. Su primera faena resultó hermosa; por ambas manos realizó el toreo puro y bello; pero todo, con absoluta entrega. El torero de Alicante sabe que, a estas alturas, el grado de exigencia, es elevado; de ahí que, el diestro, empleara sus armas para saciar la sed de los aficionados; desde las largas cambiadas con el capote, hasta los más hondos muletazos sobre ambas manos. Le dieron una oreja que, lógicamente, al torero, le supo a poco, de ahí el gran esfuerzo que hizo en el último de la tarde. Un toro curioso que, nuestro compañero Pepe Mata hubiera calificado como pequeñajo; pero este toro, como otros muchos más grandes, vino a demostrar que, el tamaño, apenas importa; lo que vale es la casta, la acometividad, el sentido del peligro y, ante todo, que el toreo que el diestro esté realizando, quede impregnando de la bendita emoción que un toro de casta puede trasmitir. Y ese resultó ser el caso de Manzanares en su último toro de la feria. El toro puso su casta y, el torero la suya. Faena de enorme vibración, hasta el punto de resultar cogido sin consecuencias por dos veces. Como explico, Manzanares, estuvo apasionadamente entregado. Ese es el camino, muchacho; mariconadas, las precisas. Una estocada en todo alto le dio paso a las dos orejas con clamor. Puerta grande con toda justicia y, como explico, hasta el momento, el rotundo triunfador de la feria.