Tras la corrida celebrada en el día de ayer en Madrid, uno, en calidad de aficionado, tiene derecho a pensar muchas cosas, entre ellas, a que tras la feria, todo suena a encerrona. Ahí están las pruebas. Bien es verdad que, la empresa, si le preguntásemos, nos respondería que, en realidad, lo que han querido es dar oportunidades a toreros válidos y, en principio, con semejante idea, no les falta razón. Pero una cosa es el deseo, la voluntad de cara a los que reciben la oportunidad y, otra muy distinta, el resultado final que, además de sufrirlo en sus carnes los actuantes, lo padecen – y de qué manera- los asiduos espectadores a las Ventas que, a este paso, dejarán de acudir para siempre al recinto taurino.
Decía yo lo de la maldición de Madrid y, me temo que no me falta razón. Ya es desdicha que, embistan toros en todas partes menos en Madrid; échale hilo a la cometa, diría el otro con sarcasmo. Dicen que, piensa mal y acertarás. Tras ver lo que en ese ruedo madrileño está pasando, uno no quiere pensar que están comprando toros a precio de saldo y que, como miles de veces pasara, dichos toros, destinados directamente al matadero, antes, los lidian en Las Ventas. Ya es casualidad que, durante la feria de San Isidro hayan embestido infinidad de toros y, ahora, en plena temporada, por lo que vemos, cortar una oreja en Madrid será poco más que un milagro. ¡Qué digo, cortar, dar una vuelta al ruedo será cuestión de los ángeles¡
No existe nada más horrible que la impotencia y, en el día de ayer, como tantas veces ha ocurrido esta temporada, los toreros se han sentido impotentes y desdichados. Tres toreros válidos y apreciados en Madrid, la fecha del tres de julio de 2005, querrán olvidarla para siempre aunque, para Mari Paz Vega, dicha fecha, le traerá siempre infinidad de recuerdos. Recordemos que, esta muchacha, abanderada de la torería española en lo que a la mujer se refiere por todas las plazas del mundo, tras infinidad de gestiones y muchos años de batallar por los ruedos, al final, lograba su mejor oportunidad y, ¿para qué le ha servido? Se preguntará ella y nos preguntamos todos. Ejercía, en dicho cartel, el maestro David Luguillano, hombre de gran predicamento en Madrid y, el novel Curro Díaz que, el pasado año, como todo el mundo sabe, encandilara a la afición de Madrid en las feria de San Isidro para, como premio, este año que le dejaran fuera de la misma feria. Ayer, como se sabe, tuvo su “recompensa”; enfrentarse a una moruchada inservible para que, de este modo, no vaya “molestando” a las empresas. No me inclino por nadie; pero sí por todos los que, como explico, en esta fecha, albergaban todas las ilusiones del mundo; Mari Paz por demostrar aquello que tantas veces han podido ver en América y, sus compañeros, por refrendar viejos triunfos que, dicho sea de pasada, tanta falta les hacen en sus carreras. Una vez más, el empresario compone, el torero se ilusiona y, los toros, lo destrozan todo.
Todo ha ocurrido como ha pasado y, en realidad, lo que debemos convenir es que, la actuación de estos toreros en el día de ayer, en honor a la verdad, que nadie lo considere como una oportunidad; ver como te echan a los leones no es ninguna gracia; ni por supuesto, ningún favor. Estas cosas restan credibilidad a una empresa que, en principio, todo el mundo estaba ilusionado. Tenemos, para desdicha de todos, más de lo mismo y, eso debe tener una solución. Pensar que, por ejemplo, en Barcelona, plaza de temporada como en Madrid, en definitiva, embisten infinidad de toros y que, en Madrid, no embista ninguno, ello es para ponerse a pensar. Sin ir más lejos, Curro Díaz, hace dos semanas, bordaba el toreo en la monumental catalana y, siete días más tarde, se estrellaba contra el muro de cemento que suponía la mansedumbre de los toros de Javier Pérez Tabernero. Algo falla y, como se demuestra, es el toro. Y no creo que el toro, en sus caprichos, para convencer a los catalanes, allí propicie el éxito de los toreros y, para joder a los madrileños, se comporte de tal manera como lo hacen. Dejémonos de tonterías y, sepamos lo que compramos.