Pese a que los toreros poseen unas cualidades especiales para desarrollar su profesión, no dejan de ser seres humanos como cualquiera de nosotros y, por lo tanto, tienen las mismas manías y padecen los mismos miedos y fobias que cualquiera.
Para condensar este análisis nos vamos a centrar en los tres miedos fundamentales que puede padecer un torero: miedo al toro, al público -no dije aficionados- y al compañero de profesión.
El miedo al toro es el más lógico, rehusar del enfrentamiento por sentir miedo de una fiera que quiere herirte es del todo comprensible. De ahí que el torero que puede huye de los hierros más agresivos, perdiendo, como es lógico, la vitola de poderoso a favor de aquellos que son más capaces.
El miedo al público no es tan aceptable como el anterior, el entregarse a la burda demanda del tendido, buscando resultados económicos, lleva consigo la pérdida de personalidad, la degeneración del arte de torear y por lo tanto la vulgarización de la fiesta.
El tercer miedo…
El tercero de los miedos es el más ruin de todos, tenerle miedo a aquél compañero que es considerado mejor torero lleva consigo el encorsetamiento y la limitación de la tauromaquia. La marginación y el aislamiento de personas que ejercen el arte de torear con mayúsculas y que pueden engrandecerlo, es castrar el arte.
A lo largo de la historia ha habido toreros que han disfrutado con colegas de su mismo corte, un claro ejemplo fueron Curro Romero y Rafael de Paula que se enfrentaron en infinidad de ocasiones y que a la vez manifestaron públicamente el gozo que era para cualquiera de ellos ver a su compañero hacer el toreo. Hoy no es así, desde que salieron los carteles de Sevilla uno no sale del asombro al ver como no se enfrenta Morante con Urdiales o con Paco Ureña que son dos toreros con claros rasgos artísticos, por poner un ejemplo; más asombroso aún es que Curro Díaz no esté ni tan siquiera presente en el serial. Su ausencia y la escasez de enfrentamientos a lo largo de su historia con la “élite” del toreo, deja claro que este torero es en un generador del tercer miedo sin lugar a dudas, lo que le engrandece ante el aficionado -ahora no dije público-. Grandes podrían ser las tardes en las que se enfrentara el Arte con el Arte. Estamos seguros que, en cierta medida, es el tercer miedo el que provoca que no se den estos enfrentamientos… Los pacientes sabrán. Pero, lo que está claro es que para pasear el cetro del arte habrá que medirse con todos aquellos toreros que desarrollen el arte de torear con sentimiento; de la misma manera que el torero que rechaza ciertos hierros deja de ser catalogado como poderoso, aquél que rehúye el enfrentamiento con otros toreros de corte artístico dejará de ser, o al menos, minimizará su estatus de torero artista. Los dos primeros miedos desaparecen cuando el torero deja su actividad, sin embargo, el tercero, acompaña a la víctima de por vida, la sombra de aquél torero temido merodeará siempre en su cabeza y sufrirá el quebranto eterno de su autoestima, siempre y cuando, claro está, se sienta torero.
Los toreros que provocan el tercer miedo interesan a la fiesta porque la engrandecen, los que lo padecen sobran… Lo de Oliva Soto no tiene nombre.