Un aperitivo muy serrano para abrir la temporada. Victorino y Valdemorillo. En plaza cubierta, en día ventoso y lluvioso y frío y desapacible, pudimos disfrutar al abrigo de la fea y funcional plaza de toros multiusos de Valdemorillo del siempre interesante juego de los toros de Victorino y de la elegancia de Fernando Cruz quien nunca descompone su figura, ni renuncia al buen hacer.
Reaparecía Cruz tras una tremenda cornada en una de las ya escasas corridas en el verano de Las Ventas y fue recibido con cariñosa ovación por la afición madrileña desplazada al acontecimiento, ovación que se repitió cuando el para mi desconocido Alberto Lamelas brindó la muerte del sexto victorino a El Chano. Lamelas toreó con despaciosidad y temple al noble tercer toro, el que más gustó al ganadero según comentaba a la salida, aunque su trasteo al brindado resultó más vulgar.
Para valorar con más facilidad la correosa e interesante corrida de Victorino, nada mejor que contrastarla con la del día anterior, donde seis obedientes juanpedros embistieron con seleccionada nobleza, sin provocar ni un desorden, ni un mal gesto, ni cortar un viaje, ni rehusar una embestida, ni pensar que pudiera haber un matador junto a la muleta. Una nobleza infinita, no exenta de casta como el tercero, ni de codicia como el primero y cuarto en la que los tres matadores salieron con su vestimenta impoluta.
Los maleducados victorinos en contraste con sus primos juanpedros, voltearon, por suerte sin consecuencias, a los tres matadores. Les buscaron el cuerpo, les recortaron los viajes y también en respuesta al generoso esfuerzo de los toreros se sometieron en algunas embestidas al buen gusto, colocación y riesgo conscientemente asumido de Fernando Cruz, entregaron su nobleza a Lamelas e hicieron sortear el peligro al más desdibujado Sergio Aguilar.
Una prefiguración de la temporada que viene donde me temo que seguirá el abismo que separa dos conceptos de la fiesta, el de la nobleza sin emoción y el del riesgo del dominio. En una especie de justicia poética el día de los juanpedros había mucha menos gente en la plaza. De aficionados, ni hablamos, que estábamos contados el día de los Parladé y casi llenamos la plaza el día de los Albaserrada.