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Domingo, 25 de septiembre de 2011. Con seis toros de El Pilar – Moisés Fraile, se anuncian en Sevilla Curro Díaz, “El Juli” y José María Manzanares. Cuando se confeccionó ese cartel, nadie podía imaginar que iba a reunir a los tres protagonistas -por distintos motivos- de la recién concluida Feria de Abril: el excelso José Mari, que dejó, ya para la historia, la gran faena a “Arrojado”, el toro de Núñez del Cuvillo; el poderoso Julián López, que también consiguió abrir la Puerta del Príncipe la tarde de los Garcigrandes; y Curro Díaz, ese torero lorquiano, el único espada corneado en la Feria porque su arte barroco es de tal pureza, de tal valor, que lo sustenta en la quietud, en la franqueza del cite y en la despaciosidad de las telas en todos y cada uno de los toros a los que se enfrenta.
El “fatum”, el destino, los caprichosos dados del azar o la providencia, quién puede saberlo, los ha reunido a los tres en una misma tarde –Manzanares ya se había encontrado anteriormente con Julián el Domingo de Resurrección, antes de la gloria que supondría para cada uno salir por la Puerta del Príncipe en el ciclo abrileño- que se presume memorable.
A casi cinco meses de la fecha, uno ya empieza a soñar con la luz de la Maestranza en ese último estertor del verano que supone San Miguel, en la serenidad dorada del otoño recién estrenado, en el sosiego de una temporada taurina que va apagándose al mismo ritmo que la intensidad solar de las tardes, en el regusto con que se paladearán lances, muletazos y suertes alejados ya de toda urgencia, de esa apremiante sensación de estar jugándoselo todo a una carta. Esta corrida de septiembre nos brindará la placentera ocasión de ensimismarnos con tres maestros en plenitud de sus respectivas tauromaquias, sin otra voluntad que no sea buscar la belleza, o más exactamente, pretender una belleza que esté a la altura de la creada por los otros compañeros de terna. Un festín para los sentidos y para el espíritu. Un deleite para los aficionados al toreo con mayúsculas.
Y otro detalle a tener en cuenta para el fino degustador del rito taurómaco: la actitud de Curro Díaz. Seguramente a esas alturas del mes de septiembre, se encuentre compartiendo cartel con las dos máximas figuras de 2011. Seguramente tendrá la intención de reivindicarse, de enamorar a la Maestranza de una vez desplegando toda la seducción de su embrujo, de su sentimiento, pero también de su valor, el valor sereno, sin estridencias, que lo llevó a la enfermería en la Feria de Abril. Precisamente, la personalidad torera de Curro reside en ese misterio lorquiano instalado en el filo del duende y de la tragedia, del ole arrebatado por una trincherilla y de la voltereta empitonado por la pantorrilla en el remate de un escultórico natural. Por eso Curro Díaz es un torero especial, un torero consagrado a su arte, un torero al que seguir y al que conservar como oro en paño.
Hay que dar gracias, pues, a los hados, que han propiciado un cartel tan extraordinario para el final del abono sevillano: un cartel que merece ser presenciado en los mismos tendidos del templo maestrante, y con la sensibilidad de aficionado a flor de piel. Será una tarde dorada. Será una tarde embargada por la belleza. Allí estaremos para vivirla.
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