Han pasado 3 años de la separación física del inolvidable maestro de la crónica taurina, Joaquín Vidal, y su presencia continúa imborrable en los espíritus… en el pensamiento, de mucho de los aficionados. De todos los que fuimos asiduos lectores a sus aleccionadores escritos; y sobre todo para los que de alguna forma tuvimos la fortuna de tratarle.

Muchos son los escritores taurinos, de todo el llamado planeta de los toros, que he tenido la oportunidad de leer, y que me han impresionado; pero pocos han causado el impacto por la fascinante pureza con la que trascendió el maestro Vidal, en esos auténticos ensayos literarios, que fueron preciados regalos al arte.
 
Ensayos, en los que se unen las cuestiones de forma, con los poderosos razonamientos del contenido... cumpliendo cabalmente la armonía… y el tan añorado ritmo que siempre buscan los poetas.

Ensayos… en donde siempre estuvo presente como emblema, la sincera e incontenible defensa por la verdad sin compromisos.

El toreo es grandeza… sí, eso afirmó el maestro Vidal, y eso escribió en un extraordinario libro, en donde llegó a sostener:

“El toreo es un oficio, y es un arte, y es una liturgia, pero es también una técnica. El alevín de torero tiene que aprender de la técnica del toreo hasta su letra menuda, por dos razones fundamentales: para ejecutar todo el repertorio de suertes que contiene la tauromaquia con arreglo a sus cánones y para que no le coja el toro…”.

Mientras que en otra cita, encontramos el justo lugar al rey de la fiesta:

“El toro de lidia es su estampa y es su casta. El toro de lidia ha de tener trapío, par de pitones agresivos, fiereza. El arte ganadero está en que ese trapío no sea elefantiásico y esa fiereza contenga en las máximas proporciones bravura y boyantía…”.

El equilibrio que se debe mantener en la fiesta taurina… por lo que tanto luchó el incansable maestro de Santander… sí, ahí nació, aunque acabó siendo ciudadano del mundo.

Al maestro Vidal tuve la oportunidad de conocerle, personalmente, en la Feria de San Isidro de 1999. Hacía tiempo que manteníamos vigorosa comunicación electrónica, lo que para muchos pareciera tan impersonal, fue la magia que abrió el horizonte hacia una sincera amistad.

Recuerdo que tan pronto llegué a Madrid, quedamos de vernos en La Hoja, y desde ese momento, desde ese encuentro que más pareció el reencuentro de dos viejos amigos, se consolidó la amistad.

A menudo hablábamos para conocer de la situación taurina de España y México, y por supuesto, saber de nuestras vivencias, de la evolución de la vida política, social… cultural.

En el mes de septiembre de 2001, cuando le comenté que viajaría a cubrir la Feria de Otoño, me comentó que su estado de salud no era bueno; y ya en Madrid, le vi caminar sin el ímpetu acostumbrado, aunque su espíritu, continuaba expresando la incontenible vitalidad que se leía en sus escritos.

Antes de regresar a la Ciudad de México, volvimos a vernos el 21 de octubre en Las Ventas, y ahí, supe de su necesidad por asistir a un exhaustivo chequeo médico. Su andar era más pausado.

Sin embargo, resurgiría el sábado 17 de noviembre la esperanza de una recuperación cuando don Joaquín, me dijo que estaba en plena convalecencia y que posiblemente duraría un mes y días, esperando así ir, poco a poco, recuperando la normalidad en su vida.

Lamentablemente… eso no ocurrió.

Dos días antes de que don Joaquín dejara de existir, llamé a su casa, me contestó su esposa, y comentó que estaba mal… muy mal. El maestro escuchó la conversación y le preguntó casi susurrando… quién llamaba, cuando le dijeron quien era un servidor, pidió le dejaran contestar.

Quedé profundamente conmovido ante tal incontenible detalle de amistad. Su voz… mostraba el cansancio natural por tantos tratamientos y tantas fatigas de la enfermedad, y a pesar de ello, pude escuchar palabras de aliento, de un hombre, que en ese momento me hablaba casi desde el umbral de la muerte.

El 10 de abril la penosa noticia me dejó absorto, a pesar de que de alguna forma era consciente de que tendría que suceder, por el lamentable estado en el que ya se encontraba don Joaquín Vidal.

Murió el maestro Vidal, pero tan sólo fue el abandono físico de su ser, porque su espíritu continúa viviendo y de forma vigorosa en la memoria de todos los que conocimos a un hombre, quien a través de su trabajo, dio vida y fundamento a la implacable frase:

¡Dígase la verdad... aunque sea motivo de escándalo!