S.I.18.- La tarde parecía que no iba a acabar nunca, y no solo porque fue la más dilatada de lo que llevamos de feria, también porque no paraban de salir coloraos.
Así fue todo el encierro de Pedraza de Yeltes, coloraos. La verdad que en el mundo del toro decir colorado se hace un poco cuesta arriba. Colorao decimos todos y así deberíamos hacérselo saber a la Real Academia de la Lengua: los toros son coloraos… o negros o castaños, etc.
Pues salieron seis y no crean que pasaban desapercibidos, no. Menuda planta tenían y se les veía por volumen además de porque en la tablilla habíamos visto sus pesos. Pasaron de los seiscientos cuatro de ellos y los otros dos lo rozaron. Seiscientos sesenta dio en el peso el mayor colorao de todos. El carnicero dicen que se frotaba las manos cuando lo supo.
A esos coloraos los toreros les hicieron lo que saben o lo que pudieron. No fue mucho dicho sea con verdad, pero tampoco los de Pedraza dieron muchas facilidades. Lo que es cierto es que no presentaron mayores problemas que no pudieran resolverse con una buena lidia y una buena técnica. No hubo acuerdo entre las partes.
Transcurrió la tarde entre intentos de ponerse de acuerdo pero ese acuerdo no llegaba. Ni Manuel Escribano ni Daniel Luque lo consiguieron a pesar de intentarlo. Hubo de esperarse al sexto para que aquello se pareciera a lo que se pensaba que podía darse.
Urante, así se llamaba ese último de la tarde, hizo una pelea en varas empujando de verdad con los riñones y aunque hasta ese momento la lidia no fue de lo más cabal, a lo que se prestaba el toro con ciertos aires de informalidad en las embestidas, cuando cogió la muleta Fortes se sabía que iba a ser un toma y daca.
Lo incierto de Urano, a veces, otras se volvió formal, y las formas del malagueño que suele apretarse los machos cuando quiere triunfar, crearon el caldo de cultivo necesario para que la incertidumbre se despejara. Se llevó la voltereta que muchos presagiaban y a partir de ahí la faena se hizo cercana y parecida a la épica. El público tomó partido por el ensangrentado torero, sangre del toro que le ocultaba parte del rostro, y se volcó con él.
También se volcó Fortes a la hora de matar y agarró una estocada ligeramente desprendida que acabó con el último colorao. La plaza se inundó de pañuelos y la oreja parecía segura pero no fue así. D. José Magán se empeñó en enfrentarse a la petición y el de Málaga hubo de dar dos vueltas al ruedo sorteando las almohadillas que se arrojaron por cientos en señal de protesta.
Un paseo triunfal entre almohadillas (no eran para él). Foto: Plaza1
Visto lo visto, la sorpresa fue que faltaba uno para completar los coloraos y ese fue el presidente que debió ponerse colorao, ante la que se le vino encima.