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SAN JOSÉ TOMÁS SE APARECIÓ EN LA MÉXICO |
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El pasado martes en la plaza México, sita en la avenida de Insurgentes, se obró el milagro.
Bueno, a decir verdad, se obraron varios milagros. Y ninguno era de tono menor. La plaza presentó un aspecto espectacular en cuanto asistencia a la plaza, tiempo hacía que no se la veía de ese modo, todo un milagro para las asistencias que se suelen ver. Otro milagro fue el motivo que les llevó allí a todos los asistentes, toreros y público, ya que se trataba de hacer el bien para con quien sufrieron los sismos recientes en ese país.
Milagro, también, que se reunieran ocho toreros, cuatro y cuatro de nacionalidad española y mexicana, algo nada habitual. De milagro podemos calificar el hecho de que no hubiera toro o toros de regalo, siendo eso casi norma en el país y plaza.
No menos milagro es el hecho de actuar en el día de La Guadalupana, la Virgen por excelencia en el país hermano. Otro milagro, menos bendecido y aplaudible, es el hecho de que los toreros actuantes alternen en un orden fuera del orden. O sea, sin guardar respeto al reglamento que indica que se actuará por orden de antigüedad. Saltarse el reglamento en el mundo del toro, por otra parte, no debe considerarse milagro dado lo mucho que sucede de forma habitual.
 Para muchos un milagro: Volver a ver a 'San José Tomás' Pero el mayor milagro, de entre todos ellos, fue la aparición de San José Tomás, un santo que se aparece rara vez, solo de vez en cuando, aunque lo haga siempre de forma oportuna. Sus milagros siempre son bien recibidos por todos sus fieles, incluso por los no tan fieles.
Se hizo notar el santo torero, a quien hay que pedir, -siempre lo hacemos- que no se haga tanto de rogar. Cierto que eso genera, por supuesto, expectativas y ansiedad, pero no es menos cierto que nos gustan mucho más los santos pegados a la calle o de andar por casa.
Siempre es bendecido el momento de sus apariciones, cosa que es más difícil que otros milagros de los demás Santos, pero todos los que somos humanos, además de aficionados, necesitamos rezar menos y contemplar y sentir más su presencia próxima.
Alabado será San José Tomás, pero esa cicatería para con sus tan pocas apariciones milagrosas bien merecen el reproche de los humanos y, con incluso más motivo, el castigo divino. Alabado sea para cuantos necesitados hay por el mundo, pero su deber sería el de estar siempre al quite y que su presencia no tuviera que ser tan milagrosa.
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