La llegada del verano genera una importante falta de noticias en los medios de comunicación. En verano todo se seca. Lo que sí proliferan son los espectáculos taurinos. Los medios encuentran en ellos una forma de rellenar el hueco que falta mientras la Administración Pública está de vacaciones. El hecho de que sean los toros los que ayudan a cubrir vacíos informativos no significa que los medios les vayan a dar un trato de favor. No. En estas fechas lo que se hace con el toro es generar polémica. Una cogida en un encierro, un espontáneo saltando al ruedo con el cuerpo herrado o las declaraciones de cualquier polemista, tienen mucha más repercusión que la que puede tener una gran faena o un indulto a un toro.
Gipuzkoa está hoy instaurada en la parrilla mediática precisamente porque su tendencia es la contraria, dicen, a la que se sigue en el resto del estado: allí se cierran las plazas, aquí se abren. O quizás sea mejor decirlo de esta forma: en muchos sitios se prohíben las corridas, aquí se liberan del secuestro al que las sometió Bildu, defensores de sus libertades, durante dos años. Este matiz es importante. El gobierno de un ayuntamiento no puede prohibir cosas de forma definitiva porque su propio estatus no es definitivo. Puede, en consecuencia, secuestrar temporalmente aquello que no le haga gracia. Y eso es lo que pasó en Donosti, qué paradoja.
La vuelta de los toros a San Sebastián está teniendo gran repercusión en uno de los periódicos locales. Se alternan reportajes protaurinos, seguramente facturados como publicidad, con columnas de opinión antitaurinas, con las que se intenta no perder la objetividad, otra paradoja tratándose de medios de comunicación. No obstante, el ejercicio que hace la dirección del periódico para que ambas versiones tengan voz sería elogiable si a ambas tuvieran igualdad de oportunidades. No crea el mismo efecto una columna de opinión que un reportaje con claro tinte comercial.
En la columna de hoy un escritor intentaba desbaratar el sentido de la tauromaquia queriendo romper tópicos, para lo que abrazaba otro montón de ellos. Igual que su compañero de trasera el otro día, el escritor de hoy ve la fiesta como una cosa de derechas o residente en el imaginario de la derecha social española. El otro, el de la trasera, un tío con un incomprensible sentido del humor (no sé cuántos años llevo intentando entender de qué escribe), pensaba que las plazas de toros son ese lugar al que los señoritos llevan a las queridas. Bueno, al primero habrá que decirle que en un espectáculo que ha significado el reflejo del país no es posible que sólo quede representada una fracción del mismo (Hay que leer a Ortega). Al otro le diremos, que por lo que nos cuentan, a las queridas se las puede llevar a muchas partes y que incluso conocemos historias de señores que se van a leer el periódico a casa de la misma, ya lo que no sabemos es qué columna elegirá para su deleite el adúltero.
El escritor de hoy ha querido llevar su artículo al campo de la política (con muy poco éxito), de la historia, la antropología y el acervo cultural, al que considera ‘dudoso’. Dudosa es, a todas luces, la capacidad intelectual de quien, desde una posición privilegiada, es capaz de lanzar semejante premisa. La tauromaquia duerme en la noche de los tiempos; emula la épica literaria europea del caballero enfrentándose, y venciendo, al dragón; influye en el lenguaje, en la ecología y en la economía; se precia de dedicar estudios de alta envergadura al conocimiento de un animal; posee museos, bibliotecas, pintores, fotógrafos, escritores, poetas, sastres… ¿Dudoso aspecto cultural? A determinadas plumas les deberían suministrar, por su bien y por el del medio en el que escriben, tinta invisible.
La tauromaquia es un elemento cultural, en lo etnológico, lo antropológico y en lo material. Para que nos aclaremos, por si acaso, contiene la cultura que imprime la tradición social (etnológica) y la que imprime el estudio y la reflexión (material). En algo sí tiene razón el escritor cuando reconoce – y esto es lo incomprensible- que la muerte, de personas y de animales, ha sido cultura en muchas sociedades, durante muchos años. En efecto, y en el caso de los animales aún lo sigue siendo ¿O íbamos a comer carne animal si no se hubiera dado antes la cultura del matar para comer?
Observa también el escritor que a la tauromaquia le queda poco tiempo de vida. Se apoya en estudios y estadísticas de las que no da referencia y en el descenso de las corridas de toros. Por supuesto, cree que debe prohibirse, al menos tal y como se ejerce hoy. Los escritores, tradicionalmente, claman contra la censura pero cuando algo no les gusta, nada les pesa coger la tijera ¿Reflexionar? ¿Ponerse en el lugar del otro? ¿Un escritor? Qué paradoja.