La Plaza de México es la más grande del mundo y, a la vista ha estado, la más tramposa. Uno no se puede resistir a exponer su opinión sobre cuanto está ocurriendo en esa hermosa plaza, que en tiempos fue considerada seria. Tal como hoy se la conoce, a través de los múltiples trabajos de opinión y crónicas al respecto, es una caricatura de sí misma y la antesala de lo que se podría llamar: la desaparición de la Fiesta. Todo un mal síntoma.
Compañeros en este mismo portal, y en otros medios, han vertido su opinión sobre lo que allí acontece y los calificativos alcanzan de lleno a desvergüenza o fraude. Desde aquí, a un buen puñado de kilómetros, pero a poca distancia de la información y la posibilidad de ver lo que allí acontece, todo nos parece lógico. Unos taurinos, -no público aficionado, aunque allí gusten de llamarse así- entre los que se incluyen empresario, jueces, asesores, toreros, ganaderos e incluso prensa sobrecogedora, a la búsqueda de una pantomima mucho más cerca de una representación de guiñol que de la autenticidad de la Fiesta.
Ahí está el mal: que a todos los nombrados les gusta el guiñol. De la Fiesta auténtica que se heredó de nuestros mayores, donde ser torero era poco menos que acercarse a la utopía, nos encontramos ahora con que ser torero y torear en La México, es sinónimo de tropelía. A nadie le amarga un dulce, entendiendo por dulce evitar la mayor exposición y riesgo en una profesión que han elegido ellos solitos. Allá, cuando entraron en la educación primaria, no podrán alegar que profesor alguno les obligó a ser toreros.
Y si es una profesión elegida libremente, ello no es salvoconducto para libremente engañar al público y a los aficionados. Ni una cosa ni la otra consiguen ya. El público no va a la plaza, cuya media de espectadores no llega a un cuarto y los aficionados han dicho ¡basta!. En ese ¡basta! quedan incluidas sus protestas en dos domingos consecutivos que obligaron al cambio de la birria de reses que se pretendían lidiar. Reses impropias de una plaza de categoría e impropias de una fiesta que se quiera llamar seria.
En el escándalo se han visto envueltos toreros de campanillas, a los que se les llama figuras, -digo yo que será de figurar- de España y el propio México. El Capea padre y Enrique Ponce por un lado y Armillita y Zotoluco por otro. Como acompañante del primer evento, la alternativa del Capea pequeño. Estos toreros son los que han estado envueltos en el monumental escándalo que ha traspasado fronteras. Toritos escogidos, de ganaderías afines y predilectas y engaño, mucho engaño. Un mal síntoma.
Un mal síntoma si tenemos en cuenta que esa plaza debería ser espejo para mirarse otras y no dudo de que lo harán. Gustan todos, empresarios, ganaderos y toreros de mirarse en los espejos que más comodidad les proporciona. Y digo yo, que si eso se consiente, por parte de los públicos y aficionados, ¿van a arriesgar más?, ¿para qué?. La lamentable situación que vivimos no es de ahora, sino de décadas maltratando la dignidad de la Fiesta. Apoyados por un montón de voceros de una prensa cómplice, ha devenido en un espectáculo lamentable, donde la dignidad de la Fiesta la pisotean sin escrúpulos. La afición de la capital mexicana ha dicho ¡basta!, a lo que añadimos nosotros que esa lección debe ser secundada por el resto de públicos y aficionados en las plazas.
Que nadie se llame a engaño. No hacemos causa para desestabilizar, sino para estabilizar una Fiesta que se nos muere. A la que la falta el oxígeno que le proporciona el toro íntegro y, enfrente, el toreo auténtico. Si no es ese el espectáculo que se nos quiere dar, convengamos que es nuestra responsabilidad denunciarlo y la de los públicos y afición rechazarlo. Nadie le ha pedido a El Capea que reaparezca, ni a Ponce o Zotoluco que sigan en activo. Todos pueden estar tranquilamente en su casa, si lo que pretenden es jugar con ventajas. Si el dinero que pagan los espectadores es íntegro y no falso, es obligación de los protagonistas de la Fiesta, devolverles una fiesta auténtica y no falsa.
Opinionytoros.com nació para dar testimonio de que existen los aficionados cabales. Los que no preguntan solamente cuántas orejas se cortan, sino si hubo o no hubo verdad en el ruedo. Si ese es nuestro compromiso y lo vamos a cumplir, quedan varios compromisos y preguntas en el aire: ¿los ganaderos para qué crían sus reses, para que las escojan y manipulen las figuras?; ¿los empresarios para qué organizan festejos, para engañar al público que paga?; ¿los toreros para qué eligen esta arriesgada profesión de enfrentarse a un toro, si luego quieren torear de salón?. Si nos contestasen que no son esas sus intenciones, está claro, que lo cumplan. Si por el contrario, nos contestaran que sí que es eso lo que pretenden, también está claro, que los detengan.
Lo de México, no es un caso aislado, por esos derroteros van en todos lados. Solo una prensa libre y unos aficionados cabales pueden evitar esta tragedia. La Fiesta es bella si lo es en plenitud, de lo contrario es una tomadura de pelo que invita a desertar de las plazas. Desgraciadamente estamos en ese mal camino. Que ahora que llega el nuevo año, se hagan buenos propósitos de enmienda. Las Ventas debería de ser un principio que sirviera de ejemplo al resto de la comunidad taurina. Una oportunidad para sacarla del despeñadero o una ocasión única para darle un bajonazo. Los aficionados tienen mucho que decir. Han empezado unos cuantos y muy buenos en La México. Que siga la racha. Lo que allí ha sucedido, con la organización del Sr. Herrerías, un mal síntoma. Lo que han respondido los aficionados mexicanos, un gran ejemplo.