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Antolín Castro  
  España [ 20/08/2000 ]  
YO SOY GUARDIA CIVIL, nací en Talavera...

Yo soy guardia civil, nací en Talavera de la Reina hace veintidós años. Hace fresco esta mañana, pero los turnos son así, unas veces de noche, otras de tarde, otras de mañana. Haga frío o calor. No es un trabajo cómodo, ni lo elegí para eso. Llegué hasta este pueblo de Huesca y nada mas llegar ya fragüé la idea de especializarme en montaña, hacer de ello un objetivo de bien. Siempre hacemos falta, en cualquier situación. Es un deber, es más, es un derecho que tenemos todos cuantos entregamos nuestra juventud a nutrir las filas de la guardia civil.

Aquellos tiempos en los que, pensaban algunos, se enrolaba uno en el cuerpo para formar parte de una fuerza represiva, pasó. Hoy todos los jóvenes que nos acercamos a este uniforme, nos lleva el deseo de servir plenamente a la democracia. Un bien en sí mismo. No existen aristas ni matices, sólo el deseo de ser útil a la sociedad, en las poblaciones grandes y también en las pequeñas.

No puedo entender, pienso a estas horas de la mañana, que mal podemos hacer a nadie. Mientras en el pueblo duermen, hoy es domingo y se levantarán tarde, mi compañera y yo patrullaremos las calles tranquilas de este precioso pueblo oscense. La satisfacción que produce velar por la tranquilidad de todos, compensa el desequilibrio que suponen nuestros horarios de trabajo, el modesto sueldo que ganamos, la falta de aprecio de muchos. Pero, también se que la inmensa mayoría nos respeta, valora lo que hacemos y el servicio que prestamos. Hasta la comunidad gitana, en otros tiempos “enemigos”, forman parte, hoy, del grupo de ciudadanía que nos brinda esa confianza y respeto. Confianza y respeto que son el pan y el agua del que nos alimentamos a diario.

Hace fresco a estas horas. En estos pueblos asentados en el corazón mismo de las montañas, es normal que te abrigues en la amanecida. Dentro de un rato, en la ronda, veremos salir el sol que calmará este relente en nuestro cuerpo. ¡Vamos, es la hora!, empujo con mi voz a mi compañera. Hace tiempo, en la guardia civil, era imposible pensar que tendríamos compañeras de trabajo. La conozco de hace poco, unos meses nada mas, pero la valoro mucho, como en todo el pueblo, pues lleva ya tres años aquí y ha vivido muchos servicios. Es tal la compenetración, de afable y de sencilla, que parece que la conozco de toda la vida. Es más, no me importaría tenerla de compañera para siempre.

Al salir a la calle, un respingo de frío inunda nuestros cuerpos. Nos frotamos las manos, miramos al cielo, despaciosamente, con esa paz que se respira en estas poblaciones. Por un instante me acuerdo de los compañeros que viven con angustia en otras poblaciones de riesgo. Ellos son los que padecen la presión y la incomprensión de unos sectores de la sociedad, los terroristas y quienes les apoyan, que los marginan, que los discriminan, que los ignoran, que los odian. No lo entiendo, reflexiono mientras caminamos hacia el patrol.

¿Qué les hemos hecho?. ¿Podrían enumerar los actos de represión de los que tanto hablan?. ¿Cuándo hemos podido atentar contra sus vidas y entornos si ni siquiera en esas tierras se tienen competencias?. ¿Sabrían determinar los motivos que les llevan para atentar contra nuestros compañeros, contra el resto de la ciudadanía?. Dicen vivir bajo la invasión española, ¿cuántos pueden decir que han sido encañonados alguna vez por la guardia civil?. Tienen, los terroristas, nuestras mismas edades, ¿no sería mejor enfrentarnos en un partido de fútbol?. Ese es el único enfrentamiento posible entre gentes de la misma generación. Nada hay, real, que nos separe. ¿Las ideas?, puede que sí, pero el debate tiene otros medios, otros escenarios para dilucidarlos, no el de las pistolas.

El corto caminar nos ha llevado hasta el coche patrulla. Antes de entrar en el vehículo cierro mi reflexión, jurándome, ¡ahora mismo me desprendería del arma, si ella sólo sirviera para atacar a las ideas!. Mi compañera me desea, como siempre, ¡buen servicio!. Igual digo.

Un alto servicio para todos. Un gran sacrificio. Un inútil servicio para los enloquecidos que hicieron temblar la tierra. Un sacrificio inútil. En el aire de la montaña, entre la nube de polvo y humo, resuena la voz de José Ángel ¿Qué les hemos hecho?.

Un sencillo homenaje de A. Castro Cortés   

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