En la primera corrida de abono de la feria del Señor de los Milagros, Luis Francisco Esplá demostró que se puede hacer toreo bueno, casi con cualquier cosa. El ganado presentado fue soso hasta el aburrimiento, descastado y falto de fuerza; sin embargo el alicantino nos brindó dos faenas con las que el público gozó y salió de la plaza contento, comentando que el precio de la entrada estaba pagado. Echó por tierra las manidas frases de los toreros, con las que justifican su mala actuación a los toros, tales como: “no hubo tela para cortar”, “no se prestaron al lucimiento” o “no fueron colaboradores”. Paco Esplá, sin tela para cortar, sin esperar colaboración de sus astados que le permitieran el lucimiento, hizo lo que sabe hacer: torear. Lo hizo estupendamente y cortó, merecidamente, la única oreja de la tarde.
Con poco público, ubicado en su mayoría en los tendidos altos, detrás de la odiosa baranda que separa a los pobres de los ricos, la plaza lucía el gris cemento de los tendidos bajos semi vacíos. La soleada tarde con la que empezó la corrida fue también tornándose gris, contagiada, tal vez, del gris comportamiento de los pupilos del ganadero Orlando Sánchez y el gris desempeño de Juan Diego e Ignacio Garibay, que mal acompañaron a Esplá en un cartel que jamás debió programarse. Podría decirse que la situación era propicia para que al final del festejo el público saliera de la plaza pensando en la letra de ese viejo tango que dice: “Que ganas de llorar, en esta tarde gris…” Felizmente no fue así. Luis Francisco Esplá se encargó de iluminar el ruedo con personalidad, torerismo y buen gusto. Excelente como director de lidia, gozó toreando y se complació en rescatar y poner en valor la esencia de los muchos detalles del rito taurino, sin la cual todo el ceremonial previo al sacrificio del toro bravo, que constituye la lidia, pierde sentido y se convierte en una vulgar matanza de un noble animal en manos de un matarife.
Los seis toros nacionales fueron del mismo ganadero pero de diferente hierro: dos de San Simón (primero y sexto) y los otros cuatro de San Pedro. Con poca presencia, tuvieron cornamenta pobre, sospechosamente astigordos y cornicortos más de uno. Tuvieron, como sello de fábrica, una sosería desesperante, ausencia de casta y debilidad extrema. ¿Fueron mansos? Opino que no, acudieron al caballo y recibieron el ortodoxo unipuyazo de hoy; alguno empujó y ninguno se rajó.
Esplá, a su primero, que salió abanto y distraído, lo fijó con maestría bajándole mucho las manos para embeberlo en el capote para luego torearlo a la verónica rematada con una media. El quite es por navarras y revolera. El público entusiasmado aplaude. Toma las banderillas y da una clase: el primer par de adentro hacia fuera, el segundo por los adentros, en mi opinión el mejor de la tarde, y el tercero al violín, como diciendo: esto no es nada del otro jueves y lo hace cualquiera que quiera y pueda. Cogido de las tablas inicia la faena, muy quieto, con pases por alto. A su primera serie con la derecha le siguen otras dos con la izquierda en las que el toro, sin malas ideas, va prendido a la muleta. Está en torero, dominador y artista con un toro descastado y soso, de embestida descompuesta al inicio y quedado hacia el final. “Mucho torero para tan poco toro “se escucha desde el tendido. Mata de una entera desprendida y descabello. Es obligado a salir del burladero a recibir las palmas del respetable.
En el cuarto, segundo de su lote, se luce en verónicas apretadas y en el quite por faroles. Nuevamente coge los palos y galleando pasa en falso antes de clavar el primer par, cuartea al clavar el segundo y cierra el tercio con uno al violín seguido de un torero desplante, arrojando la montera. Coge los trastos de matar sin desmonterarse: “Si no se brinda, la montera debe permanecer en su sitio” declaró en una entrevista radial “a mí, eso me viene bien porque estoy perdiendo algo de pelo” agregó jocoso. La faena fue primorosa de principio a fin. El dominio de escena que posee Esplá es total. Una vez capturada la atención del público no la suelta y se esfuerza en darle a su toreo un valor agregado permanente, dentro del cual los muchos detalles toreros es parte importante. La inicia bajo la atenta mirada del respetable que aguarda en silencio resarcirse de los momentos grises pasados con las dos faenas anteriores. No es defraudado. Con pases de tanteo lo lleva a los medios donde inicia una labor variada, artística, unitaria y sólida. Series de naturales y derechazos ligados, un ayudado por alto espectacular, otro de pecho estupendo, matizados con afarolados con la izquierda y recortes torerísimos, hacen las delicias del espectador y mantiene el ánimo del público a tope, mientras la banda de la municipalidad de Lima pone el marco musical apropiado a la faena. Logra estocada entera y manda a los peones alejarse del toro. Muy seguro que lo ha herido de muerte, se apoya en el burladero a esperar que doble. Pasan pocos segundos y el toro dobla. Explota la ovación y afloran los pañuelos en los tendidos. Oreja y vuelta al ruedo cosechando palmas y muestras de simpatía del público limeño que le agradece el haber revivido momentos de untoreo añejo que se atesora con nostalgia en el rincón de los recuerdos.
La empresa, con la singular y criticada forma de hacer las cosas, ha dejado tres puestos por designar dentro de las corridas de la feria. Francisco Esplá es candidato de fuerza a ocupar uno de ellos para que la afición de Lima tenga oportunidad de verlo y disfrutar su toreo con otro ganado que, esperamos, sea mejor que el presentado en esta oportunidad.
De los otros dos alternantes, Juan Diego e Ignacio Garibay, poco bueno hay que escribir y es preferible guardar silencio.