Llegadas estas fechas se produce mucho y nunca se sabe la razón. Es este un tema de actualidad y afecta a todos, grandes y pequeños. Los hay que torean cien y los hay que torean dos, pero llegado el momento, a cada cual le parece mal la gestión que ha tenido y decide cambiar. No vale con que se pueda decir, después, que no se ponen pegas a la gestión que ha hecho el apoderado. Es falso, por eso se ha cambiado.
Los matices y las razones de fondo, nunca son conocidas por el gran público y solo unos cuantos avispados aficionados pueden conocer algún caso más al detalle. Pero lo normal es no conocer las razones de la separación. Como en los matrimonios, las razones de fondo no las alcanza a comprender nadie, entre otras cosas por no darse a conocer.
Sin embargo, todo es por soberbia. Todos, los toreros, piensan que se podían haber gestionado mejor sus triunfos, -nunca piensan en sus fracasos- que se podía haber obtenido mejor cotización, mejor ganado y compañeros en los carteles, etc. Además, si hay alguna duda, siempre habrá un padre que lo vea así.
Esto de los padres es una cuestión importante y de ella habría que ocuparse en un próximo reglamento a redactar. La visión de los progenitores siempre es, de todo natural, partidista y subjetiva. ¿Quienes como ellos van a querer algo mejor para sus vástagos?. Esa es una cuestión de vital importancia en las separaciones. Es decir, apoderado que lleva un torero al que acompaña su padre, tiene muchas posibilidades de que este se convierta de facto en su “suegra”.
Llegada esta conclusión, entonces, uno lo empieza a entender todo. Con la “suegra” no es recomendable compartir nada, pues tanto mirará por el hijo “parido”, que todo se le hará poco. El apoderado-yerno tendrá problemas de convivencia casi seguro, pues serán muchas cosas las que no le van a gustar a su vigilante “suegra”. Este suele ser el caso más común y da igual que en el reciente pasado se hayan regañado Ferrera y El Fandi y que sus apoderados, en función de muchas circunstancias, les hayan logrado cerrar cincuenta o cien festejos, siempre habrá algo que tenían que haber hecho mejor. Y van y coinciden; en consecuencia: el apoderado a la puta calle.
No seré yo el que defienda a capa y espada a los apoderados todos, pero me consta que los toreros son unos desagradecidos de mucho cuidado y les basta con cortar una oreja o cualquier otro triunfo para pensar que su cotización o categoría no está bien defendida. También habrá apoderados que se quedan directamente con la pasta y que las cuentas las presentarán, pero no cuadran ni con cartabón; pero a esas situaciones, si se dan, no se puede salir diciendo que es amistosa, hay que ir directamente al juzgado. Sitio al que no suelen acudir ninguno y es que debe ser que las relaciones mantenidas son difíciles de documentar y acreditar.
No obstante, las rupturas siempre vienen, salvo excepción, del mismo lado. ¡Ay! toreros que creído se lo tienen. No suelen valorar, ni ellos ni los padres-suegra que el taurinismo es un coto cerrado y que se contrata más por relación que por valía y quien pierde un apoyo es como si se quedara cojo. A las pruebas nos remitiremos. ¡Que sigan las rupturas! que algún otro torero saldrá ganando con el nuevo apoyo de un apoderado en paro y con ganas de seguir influyendo para uno, mientras cobra su correspondiente comisión.
De lo que se trata es de seguir “poniéndoles” como se dice en el argot y sus relaciones les bastará para apoyar a otros toreros, mientras los que creían que iban a funcionar mejor terminan normalmente recordando el viejo refrán “Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. O es que Ferrera no recuerda ahora a Luis Álvarez?.
Desde aquí, felicitamos a los que se casan y a los que se divorcian. A todos ellos nuestros mejores deseos. Pero se repite una petición: que regulen, de una vez, la figura del padre-suegra. Que aclaren cual es su papel, por ejemplo, en el callejón.