Así reza un dicho castizo y popular: de Madrid al cielo. En lo taurino también. Así, al menos, lo ven los toreros y taurinos cuando las cosas les va bien. Si les va mal, eso es otro cantar. Si les va mal, la culpa es, inevitablemente, de ese sector de público, asqueroso y denostado que revienta cada tarde ¡oh, casualidad! los deseos de los toreros. Pero también, por justo equilibrio, de Madrid también se debería ir al infierno; que sus llamas purificasen a tantos endemoniados toreros, que cual diablos utilizan el tridente en lugar de las telas propias de torear. Un horror.
De ambas cosas hemos tenido y padecido estos últimos días. Nuestros lectores saben que añadimos análisis a lo acontecido cada día y que otros se encargan de contar -algunos, contar de cuento-. Por derecho propio, es menester comenzar con aquello que mereció el cielo: Morante de la Puebla, realizó, sin lugar a dudas, la faena más compacta de lo que va de feria. A fe que estuvo toda la tarde con ganas de sentirse torero en Madrid. En muchos ratos lo logró. Y no lo digo yo, pues lo ha dicho él: “con algunos muletazos me he sentido”. Inevitablemente, surge la pregunta ¿y con los otros?. El la sabrá contestar, pues fue él quien lo sintió.
Para quien suscribe, Morante escribió una bonita página que, sin fallos con la espada, le hubiera permitido salir por la puerta grande. Es más, hubo momentos felicísimos, mayormente en los remates, que le salieron bordados. Pero, sin ánimo de exagerar ni de exigir, yo le hubiera pedido más. Le hubiera pedido, y le pido, que se hubiera sentido en todos, para lo que, seguro, faltó una entrega total. Decía Belmonte que el cuerpo no existe cuando se torea. Yo digo que si no existe, por qué no ofrecérselo al toro sin más. El astado ha de respetar cuanto de ritual espiritual tiene olvidar la materia. A eso se le llama: torear arrematao. Y si no lo respeta, no hará otra cosa que cobrar el tributo que da paso a la gloria. Hasta casi ayer, hoy todavía lo mantiene José Tomás, las cornadas eran consideradas por los toreros, medallas. Hoy la cursilería de muchos ha puesto nombre a la no aceptación del riesgo, a las ventajas; lo llaman técnica y a quien lo ejecuta de esas maneras, maestro. Maestro porloscojones, digo yo.
Para Morante, se ha cumplido a medias un sueño, pero no ha necesitado en todas sus intervenciones de prensa posteriores decir que el público de Madrid, ni sector ninguno le ha incordiado. No menciona ni la palabra respeto, -que en bocas de muchos es una vergüenza- sin darse cuenta que el respeto del espectador es consustancial al recibido. Estuvo bien, a ratos muy bien y nada ni nadie se lo discutió. Otro día vendrá, el mismo público dirá que no y, amparado por los voceros de siempre y algún micrófono intencionado, y olvidándose de la gloria y aplausos recibidos, dirá que en esta plaza no se puede torear. Como ese día, en el que se queje, no, desde luego. La afición de Madrid no es caprichosa. Pasará por vocinglera y exigente, pero más justa y fiel a los principios de la verdadera tauromaquia no la hay. Morante ya sabe que no. Los cambios anímicos o de respeto si los hay en el futuro, serán los suyos.
Al infierno de cabeza y sin remisión deben de ir, y cuanto antes mejor, la vulgaridad y la mediocridad, que unidas a la trampa y la ventaja, son las peores armas con las que se puede venir a Madrid. Que quieren que les diga, la afición de Madrid no pasa por esto. Es mucha plaza y mucho lo que da, como para que aparezcan por ella principiantes, becerristas aventajados, o toreros sin el mínimo respeto -he dicho respeto- por la profesión que ejercen. Alguien se lo tendrá que decir. Se lo dice la afición de Madrid, y yo: Petardos. A este calificativo se apuntaron sin remisión, y lo que es peor sin intentar modificación ni enmienda, dos figuritas que llevan años actuando por cuantas plazas tienen el gusto de contratarlos. La empresa de Madrid y la Comunidad, que dicen que velan por los carteles, no pueden contratar ni aceptar que contraten a gente, cuya vitola torera se sostiene solamente por vestirse de luces y salir en las revistas del corazón.
Jesulín –el serio o el de broma- es un paliza de mucho cuidado; aburrido pegapases insustancial que, o mucho me equivoco, no tiene remedio. Insistir en incluir a este hombre en los carteles isidriles es una ofensa para todo el escalafón de toreros, que unos por méritos contraídos en esta plaza -cosa que él jamás ha hecho- y otros por no gozar de una justa oportunidad, se ven privados de torear por ocupar los puestos gente de este nivel. No seré yo quien se meta con que actúe en otros lugares, esa será cosa de esas empresas y de los públicos que vayan, pero estar en Madrid es hasta una inmoralidad, habiendo tantos toreros que saben torear. Por lo que refiere al llamado “Niño de la Bomba”, casi nos pasa igual. En éste con el añadido de que pretende con otras armas dar respuesta a las opiniones contrarias a su toreo ventajista y aburridotristón. En definitiva: al infierno con los dos. Si quieren saber como se va de Madrid al cielo, que se lo pregunten a Morante.
Billete también para el purgatorio sacó Miguel Abellán. No fue para el infierno, pero deberá pensarse si no es mejor sacarlo. Es un caso distinto que sus compañeros de terna, pero fue a él al que se le fue, posiblemente, el toro que más facilidades ha dado para cortarle dos orejas y triunfar. Véase usted el video, derechacista hasta la saciedad, y podrá observar que más que manejar una muleta, parecía que portaba una tabla por la rigidez de los movimientos de brazo y muleta. Un desperdicio de toro. Es cuestión de sacar bien el billete. En su caso, todavía hay elección.
