Luego de la partida del maestro Cesar Rincón, de alguna manera se ha planteado el problema de quién será el heredero de su trono. No por favor, no sigamos con eso, no hay herederos, o no debería haberlos. Sería injusto con los que vienen ponerles esa lista para juzgarles. Lo que ha hecho el maestro Rincón es inconmensurable y cada día que pase sin su presencia en los ruedos iremos entendiendo que lo que el ha hecho es irrepetible.

Ya nos ha pasado en otros ámbitos, en el deporte no la hemos pasado buscando quien era el relevo del conductor de la selección nacional de fútbol y nos hemos estrellado contra esa pared y los que tenían potencial nunca pudieron con esa carga. Hay que liberarnos de eso. Empieza otra historia, que en Cali inició desde el mismo momento en que Cesar salió por última vez a hombros por la puerta del Señor de los Cristales. En primera fila está Bolívar, está Perlaza, pero están también Cadena, González, Guerrita, por nombrar solo los de la región en donde se acaba de despedir el maestro. ¿Quién dice cuál puede ser? Nadie lo sabe.

Cuando César explotó hacia parte de un grupo de toreros que llenaban las plazas en provincia, dos años antes del triunfo del maestro en Europa nadie pensaba que sería posible lo que ocurrió, nadie exigía que debían ser como tal o cual, o que deberían llegar hasta tal punto y pum explotó César, quizás no el que muchos pensaban, quizás como nadie pensaba. Pues a partir de ahora entraremos en lo mismo. No pensemos en uno para sucederle, ¿por qué uno? pueden ser más, puede no ser ninguno, que cada cual haga su carrera, que cada cual desarrolle su tauromaquia, que nadie piense que debe hacer lo mismo que César, cada cual tiene su destino y solo será en el ruedo en donde cada uno muestre lo que tiene, pero nunca tratando de emular a nadie. Solo el que siga fiel a si mismo podrá llegar a algo.

Viene por tanto en Colombia una etapa de consolidación de una generación que estuvo siempre a la sombra del maestro, y que ahora debe mostrar de lo que están hechos y llegar hasta donde su propio techo dé. Que el público también lo entienda, que no se compare, que valore todo en su medida. Estaremos allí para contarlo.