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Antolín Castro |
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España |
[
11/01/2007 ] |
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EL PANA O EL MILAGRO DEL TOREO |
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Mantengo que el toreo es un milagro; difícil pero no imposible. Es seguro que eso es lo que mantiene viva la ilusión de mucha gente, de muchos aficionados. El toreo es imprevisible, si se hace previsible deja de ser toreo. El concepto de torear va de la mano, parejo, a lo imprevisible de la conducta de un toro. Si en el toro nada se puede predecir, para que surja el toreo natural, éste debe de ser igual de impredecible. Hace falta que surja, que fluya, que sea espontáneo... en resumen, que sea mágico, cercano al milagro. Si no es así, deja de ser toreo, a lo mas que podemos llegar es a llamarle toreo moderno. Por esos caminos, -toreo moderno- andamos, sin pizca de imaginación, sin brotar en las gargantas el ¡oléé! profundo, roto, y no ese ¡oole! repetitivo y mecánico de cada día. Nadie que haya visto una tarde de magia, un torero con personalidad, podrá olvidarlo. Pero ha de ser ese milagro del que hablamos para que tenga el carácter de único, de irrepetible. Si se repite, se despoja de la magia y esa magia es lo que le hace más cercano al milagro. No he podido resistirme a escribir sobre el milagro de la semana, del año, aunque llevemos muy poco. Un torero viejo, sí añejo, como lo es el propio toreo, ha puesto en pie a la afición de México, pero ha traspasado fronteras, que hoy son muy fáciles de traspasar a través de Internet. Nadie ha tenido que esperar una semana para verlo publicado en una revista. Todo el que quiera ha visto imágenes, gráficas de esa conmoción que ha supuesto la actuación de El Pana en el embudo de Insurgentes. Pero lo mejor no son las imágenes ni las distintas fotografías que inmortalizan momentos irrepetibles, sino los ríos de tinta que ha hecho escribir, como si todos quisiéramos apropiarnos un poco del caudal artístico y tuviéramos que contribuir con una, aunque sencilla, aportación literaria. No en todos los casos ha sido sencilla, pues han brotados auténticos testimonios sentidos de lo vivido en el ruedo de la México, con un tremendo aporte de matices que sólo las letras pueden conceder. Ha sido tanto el sueño, el milagro, que ha desempolvado plumas que se han deslizado en el papel como una bailarina en un ballet. Otro milagro sobrevenido, que sólo es posible tras ese encuentro con el verdadero Arte de Torear. En nada parecido con esas crónicas amaneradas y hechas al rebufo de las figuras de turno, del momento. Se podrá estar de acuerdo o no con lo escrito, pero ninguna huele, apesta, a ese tufillo del sobrecogedor. No me digan que no es todo un milagro tal conjunción de milagros. Y más a más... allí no había un becerro, ni siquiera una sospecha del serrucho. No, sólo un toro, dos, y la inspiración, la creatividad de un artista; diferente y distinto hasta de sí mismo, como debe ser. Nada de lo que hizo El Pana era empalagoso, ni cursi, ni siquiera pecó de ortodoxia ni tecnicismos; era la vida, su propia vida, que trascurría a través de su sangre para llegar a las manos y mover las telas, del mismo modo que le regaba el cerebro para improvisar cada momento, lejos de pensar en perderla en un lance o desplante, pues estaba allí para darla: si no al toro, a los espectadores, que la veían correr a través de su sensibilidad y los infinitos movimientos artísticos. Vida sobre vida en un juego con la muerte. Esa es la Fiesta y no un amontonamiento de efectos y posturas que simulan una realidad muy lejana. Tan lejana que la gente tiene abandonados los tendidos aburridos de nunca ver esa sangre correr... por las venas de los toreros... y a disposición del toro que la quiera coger, en ese ofrecimiento, en ese rito que da justa medida del drama que se vive en el ruedo. Esa y no otra es la razón del toreo: la sangre del torero expuesta a la vida, llenando sus venas y ofrecida al toro que la quiera oler, coger y derramar en la arena. No es la sangre del toro la que se ofrece en la ceremonia, sino primeramente la del torero y si en el encuentro no la llegó ni a oler, será cuando el artista culminará su obra, sacrificando al perdedor. Difícil papeleta cuanto más sensible y expuesto haya sido el quehacer del torero. Llena por ello la historia de malos matadores dentro del vestido de torear de los más geniales toreros. Pura aritmética. El toreo no es cuestión de matarifes Sra. Ministra, sino de mártires que ofrecen su vida por lograr el milagro del toreo. Si esa visión fuera más cotidiana, no solo podría callar a la ministra, sino llenar esos tendidos de gentes que quieren que el milagro suceda de nuevo. Sin la marcha de El Pana, cuanto he dicho se podrá comprobar. Anunciado nuevamente en la Monumental, acudirán los que estuvieron y un aluvión de gentes mas. Es muy fácil de entender, pero se empeñan en hacerlo al revés. Han llegado incluso, con las ausencias de los que mejor representan EL TOREO, a hacer creer a muchos aficionados que son buenos toreros quienes sólo son unos sucedáneos y mediocres toreritos, con lo que se ha conseguido el adocenamiento de los públicos. Otra vez la aritmética entra en acción: a más mediocridad menos afición. Qué alegría poder escribir del milagro del Toreo con mayúsculas. Gracias Pana. *En la gráfica de Juan Ángel Sainos, el trincherazo sentido. Tras él, culminado el momento mágico, tiró muleta y espada para ser sólo él, el torero y su infinita torería. |
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