Llega el final de la feria, Juan. Y se nota, como si a todos nos hubieran dado un puñado de volteretas los toros lidiados. Se ve a la gente cansada, hastiada más bien de tanto día acudir a la plaza, sin buenos resultados. En los rostros se percibe el cansancio acumulado y la frustración por la peor feria de la historia, de España y de América. Incluso, podríamos decir, de todas las ferias de muestras que en el mundo han sido. Esta, la peor. Y no aguantaste hasta el final, te fuiste. Por ello, no tuviste ocasión de ver lo último, parecido, pero más espectacular si cabe, a lo sucedido en la tarde, pero con sangre torera. 
Juan, llevas años sentándote en tu localidad y habrás tenido ocasión de presenciar muchos momentos de la lidia. Como además, acudes fuera de la feria, has visto lidiar muchas ganaderías y contemplar triunfos y fracasos. También volteretas y cornadas sin ellas. Pero sabes, que las volteretas son una parte del desarrollo de este espectáculo y que años atrás, pero que muy atrás, no había tarde que no las hubiera, incluso en repetidas ocasiones. Ahora, solo de vez en cuando y aún así.
Te conozco, me conoces, y los dos sabemos que no es ese el motivo de acudir cada día a la plaza, pero es consustancial a esta fiesta en la que un hombre y una fiera se enfrentan. La fiera tiene -debería tener- una fuerza descomunal, y el hombre, no es más que un muñeco al que la fiera quiere coger. Pero el hombre goza de la inteligencia y la ha usado siempre en evitación de estar siempre por los aires, de ahí la técnica a administrar. Pero, también sabes, que esa inteligencia la han usado en otra dirección ¡¡ojo al dato!! y la han aplicado a reducir la fiereza del toro. Más cómodo, pero menos auténtico. Tanto, que lo han llegado a convertir en fraude.
Hoy no. Hoy no era esa la cuestión. Hoy del fraude ese no había. Hoy solo había pesar. Pesar en el aficionado, que no acude a la plaza a tragedias varias, sino sólo a que la inteligencia del hombre, el torero, venza la fiereza del toro: el arte de torear. El ganado a lidiar, casi no era sospechoso de manipulación -lo del casi le viene de experiencias anteriores un día de santo Tomás, perdón, José Tomás-. Los toreros, bastante hacen con aceptar estas ganaderías, ya que de las otras no les ofrecen. Pero falta, básicamente, lo esencial. Lo decíamos ayer, aprendizaje sobre toros encastados y que alguien les diga -incluidos los públicos- que se lo van a valorar. Este público aplaudidor de toros fofos y toreros cursis, que se acercan a las plazas hoy, no comprenden cómo estos toreros jóvenes no cortan las orejas a los toros como aquellos hacen. Bien es verdad, que obvian la plaza de Madrid, pero es que en Madrid, toda la culpa -dicen- la tienen los reventadores del tendido ese. Hasta para mentirse a sí mismos, son bobos.
Luis Miguel Encabo, pero sobre todo, Gómez Escorial y Javier Valverde, han tenido que pechar con la maldición. A triunfar o morir. Sin el aprendizaje -y eso que han pasado por escuelas- adecuado para la ocasión. Cierto es, que han puesto todo su corazón, entrega y hasta la vida han estado a punto de poner, pero nadie les preparó para esta dura profesión. Y es que todo no son toros de Domecq.
Suplieron, Juan, con ganas e ilusión la falta de rodaje. (Para los menos avezados, digamos rápido, que los que ellos creen que tienen rodaje, tienen menos que los actuantes hoy; el que tienen, solo es para borregas mochas  y en plazas de villorrios y públicos si graduación, como los que lo creen). No era fácil, los toros listos nunca son fáciles y triunfos de relumbrón no estaban baratos como para poderles censurar otra cosa que no sea lo apuntado del aprendizaje, que tampoco es culpa exclusiva de ellos. Encabo gozó del mejor ganado y estuvo como si estaba, pero a distancia y precaución. Si su lote hubiera caído en manos de los compañeros de cartel, a lo mejor se habría conseguido otro resultado, pero Luis Miguel estaba muy distanciado y sin entregarse. Tanto es así que creo que ha dado el muletazo más separado de toda la feria, y ya es decir.
Con la entrega de Gómez Escorial y Javier Valverde, las volteretas -esas de las que hablábamos al principio- tenían que llegar. Y llegaron. Y cuando llegaron fueron un prodigio de espectacularidad y de suerte. Al menos hasta el final. El destrozo en el vestido al madrileño fue de los que asustan de verdad, sólo con imaginar eso de un centímetro más. La altura de las volteretas del salmantino dignas de medir. La altura alcanzada en su primero es de las mayores que se pueden recordar y la habilidad del sexto para subirle, bajarle y volverle a subir, ahora sí con cornada, es para echarse a temblar. Y todo por agradar, por superar el obstáculo de la bronquedad de los adolfos y sobre todo, del sobrero veterano, cinco años y medio, de Juan José González. Tampoco los sobreros son los mismos que para los figurines, será casualidad. Existen dos mundos en esto del toro: unos la pasta, otros al hule. Y se llaman compañeros. ¡¡Por los cojones!!, que diría el castizo.
El madrileño y el salmantino, Juan, merecieron más suerte, ya que ellos pusieron todo lo demás, pero como tú sabes esto es como es y no como debería ser. Y si ellos mismos alcanzaran los primeros puestos por razones del azar, ¡¡por los cojones!! iban a ser compañeros ya, solo medrar. Pero hoy es hoy y hay que valorar su entrega y disposición con la chica, floja y encastada corrida de Adolfo Martín, que salvo el lote de Encabo, más potable, no ha dado facilidades a los valientes que vinieron a torear. Toreo moderno, poco o nada se podía hacer y del otro, ¿dónde enseñan? para que los puedan apuntar. Y a nosotros, dónde nos curan de las volteretas sufridas durante esta penosa y dura feria.