Peleón fue un bravo toro de Salvador Guardiola indultado por Manzanares (padre) en la plaza de Ronda el 16 de julio de 1988. Las crónicas de aquel entonces dieron detalles del hecho, empleando adjetivos que, con justa razón, ensalzaban el quehacer y nobleza del matador, el buen trabajo del picador y, por sobre todas las cosas, la extraordinaria bravura del toro que, lamentablemente y pese a los cuidados y esmero de los veterinarios para curar las heridas producidas por la pica, murió a consecuencia de ellas dos días después de habérsele perdonado la vida en el ruedo.

Fue un toro extraordinario que tomó cuatro varas -la última a más de treinta metros de distancia- que el crítico Abenamar, de la revista TOROS 92, comentó así: “Muy abierto lo colocó el maestro Manzanares al primer encuentro, más lo abrió en el segundo y más en el tercero. Pero en el cuarto, señores aficionados, después de consultar con la mirada a los Guardiolas, tensos y con lágrimas en los ojos, lo abrió hasta colocarlo en el cuadrante opuesto al matador, ya en la querencia de toriles. Fue entonces cuando “Peleón” se arrancó con tranco de bravo, alegría de valiente, fijeza de noble, elegancia de pura sangre, para romanear una vez más sin vacilación. La plaza aulló, la bravura recibió la respuesta de un grito, un nuevo olé transido de sana afición, las gargantas rotas, la sangre encendida, la vista nublada. Era, amigos aficionados, la resurrección de la bravura”.
Por su parte, el crítico Francisco Aguado dijo del picador: “Manuel Carrasco dio una lección de toreo a caballo, citando siempre de frente, enseñando los pechos del penco, tirando el palo y midiendo el castigo. Fue muy ovacionado y se llevó el premio de la Real Maestranza”.
No podemos decir entonces que Peleón fue mal picado, sin embargo, murió a consecuencia de ello. Los veterinarios certificaron que tres de los puyazos tenían trayectorias de treinta centímetros y el otro -presumiblemente el primero- casi cuarenta. “El morrillo parecía destrozado por una Turmix (moledora de carne)”, comentó uno de ellos. Triste y nada deseado desenlace de un tercio de varas espléndidamente ejecutado, en el cual, el maestro Manzanares tuvo la nobleza (poco común en muchos matadores) de lucir la calidad de su toro; Manuel Carrasco cumplió a cabalidad su labor midiendo y dosificando el castigo, que normalmente se propina en el abominable monopuyazo, sin las mañoserías ni vicios que suelen usar los del castoreño, y el extraordinario Peleón lució en forma espectacular la raza y bravura del toro ibérico, que temíamos extinguida.
Ahora bien, si el tercio de vara comentado se hizo como debía hacerse ¿Por qué terminó con la vida de Peleón? ¿Cómo evitar que los toros se maten en la pica? No es de ninguna manera reduciendo el número de puyazos, como puede pensar alguno y como erróneamente se ha venido estableciendo en cada nuevo reglamento, sino modificando las puyas a efecto de que se pique sólo con la pirámide de acero, es decir, sin introducir el encordelado hasta la cruceta. Para el lector que arquee las cejas e, incrédulo, retroceda para releer lo leído, debo decir que no ha leído mal. La pica debe realizarse sólo con la pirámide de acero que es la puya; el encordelado es tope, no puya. Así es y ha sido siempre. Así está establecido en todos los reglamentos taurinos del mundo aunque, en la práctica, tal cosa no se respete jamás. Leamos lo que dice el Reglamento Taurino Nacional Español (las negritas y mayúsculas son mías):
“Artículo 64. Inciso1. Las PUYAS tendrán la forma de pirámide triangular, con aristas o filos rectos; de acero cortante y punzante y sus dimensiones, apreciadas con el escantillón, serán: 29 milímetros de largo en cada arista por 19 de ancho en la base de cada cara o triángulo; estarán provistas en su base de un TOPE de madera, cubierta de cuerda encolada de tres milímetros de ancho en la parte correspondiente a cada arista, cinco a contar del centro de la base de cada triángulo, 30 de diámetro en su base inferior y 60 milímetros de largo, terminada en una cruceta fija de acero, de brazos en forma cilíndrica, de 50 milímetros desde sus extremos a la base del tope y un grosor de ocho milímetros (anexo III).”
El novísimo Reglamento Taurino de Andalucía de 21 de marzo del 2006, ha modificado ligeramente las dimensiones de la pirámide de acero y el encordelado, pero mantiene el concepto que lo primero es puya y lo segundo es tope. Veamos el texto del artículo correspondiente (las negritas y mayúsculas siguen siendo mías):
“Artículo 46. Puyas.
Las PUYAS tendrán la forma de pirámide triangular de acero, con aristas o filos rectos y caras planas, y sus dimensiones, apreciadas con el escantillón, serán: 26 milímetros de largo en cada arista por 19 milímetros de ancho en la base de cada carao triángulo; estarán provistas en su base de un TOPE de madera o plástico PVC que sujete la pirámide. El referido TOPE, de forma cónica, deberá tener 25 milímetros de diámetro en su base inferior y 50 milímetros de largo, terminado en una cruceta fija de acero, de brazos en forma cilíndrica, de 50 milímetros desde sus extremos a la base del tope y un grosor de 8 milímetros.”
Aparentemente la cosa esta clara en los reglamentos pero la gran mayoría de aficionados están convencidos que la pica debe ser hasta la cruceta. No hablo de aficionados comunes sino de notables comentaristas y críticos taurinos para quienes si no se le mete las cuerdas al toro no está picado y ni qué decir de quienes viven del toro como los matadores y picadores que pegaron el grito en el cielo cuando el reglamento de 1992 redujo el largo del encordelado (que, repito, es tope y no puya) de siete y medio centímetros a seis. El cómo hemos llegado a la situación actual en la que. contrariando los reglamentos, se pica hasta la cruceta y se matan los toros en la suerte de varas sin que el público, jueces, veterinarios, ni siquiera ganaderos, levanten la voz para tratar de impedirlo, es una historia larga que trataré de explicar en la parte final de esta serie de notas con las que deseo llamar la atención del aficionado para que reflexione en relación al tema para crear conciencia de un cambio favorable a la recuperación de la bella suerte de varas que hoy está prostituida.
Mientras tanto, si usted amigo lector, está convencido que la pica debe realizarse hasta la cruceta y ha meneado compasivamente la cabeza mientras leía este artículo, le pido se plantee y responda las siguientes preguntas: ¿Por qué en todos los reglamentos taurinos a la pirámide de acero se le llama puya y al encordelado tope y por qué para las novilladas picadas se establece que la pirámide de acero, es decir la puya, tenga tres milímetros menos de altura? ¿No le parece absurda, por no decir sarcástica, la mínima reducción del acero de la cual el novillo ni se va a enterar si al final va ha recibir un puyazo hasta la cruceta? ¿Por qué Pepe-Hillo, en su Tauromaquia, recomienda la puya de uno o dos dedos (de 3 a 3.5 centímetros)? ¿Por qué desde la época de Lagartijo hasta 1917 se usó puya de limoncillo en la que el encordelado es muy abultado y deja fuera sólo la púa de acero? ¿Porque cuando, establecida la arandela –donde hoy está la cruceta- respetables estudiosos taurinos opinaron de la siguiente manera: “Si la arandela pudiera colocarse en la misma base de la parte descubierta de la puya, la solución sería perfecta”, (José María de Cossio en su monumental tratado Los Toros); “Hablamos de puyazos normales, contando como puya la púa de hierro; no contamos como púa el palo hasta la arandela, aunque sea frecuente verle entrar hasta ahí. Esto es lo que hay que evitar”, (Gregorio Corrochano en su libro ¿Qué es torear?)? ¿Por qué no he podido encontrar un libro serio en el que se sostenga que la pica debe hacerse hasta la cruceta?
Sin duda, el tema es espinoso –y no por la púa- porque para nadie es fácil reconocer que hemos vivido equivocados desde siempre –como aquel despistado señor al que me referí en mi primer artículo de esta serie- aceptando como correcto algo que no lo es y que, desgraciadamente, permanecerá así en tanto los aficionados no tomemos conciencia de nuestro error y pongamos real empeño orientado a modificar el mal estado de las cosas para que el tercio de varas pueda recuperar la importancia y belleza a las que está destinada como parte fundamental de la lidia.
*Grabado: Dibujo a la pluma de Goyo Menaut.