Recientemente hemos tenido ocasión de conocer, con motivo de la Feria de San Miguel en Sevilla, del penoso espectáculo ofrecido por los toreros anunciados en sus carteles. Estos, bajo las sospechas de todo el mundo racional, presentaron diferentes excusas en modo de partes facultativos, que amparados por un reglamento establecido y creado a la medida, les permitía. Este gesto, cuando menos casual y sospechoso, hizo tambalearse el cartel, recomponerlo de urgencia y tras la generosa aceptación de un público, también creado a la medida de los intereses que se gastan los taurinos actuales, pudo darse el festejo sustituto, donde del cartel anunciado sólo quedó la banda de música. La otra “banda”, conocido el cambio del ganado a lidiar, salió de najas.
Naturalmente, es preciso decir que ese cambio de ganado fue el detonante para la huída. La autoridad, por boca del Sr. Presidente del festejo, dejó patente que los toros presentados, no es que no tuvieran el trapío que debe exigir la categoría de la plaza, es que ni siquiera fueron examinados al no contar, de entrada, con el peso reglamentado. A toda prisa fueron cambiados los toros, naturalmente contando con la seguridad de que seguían en el cartel los toreros anunciados –lo que viene a determinar que no fueron a buscarlos a lo más grande y agresivo de cabezas que existan en las camadas-, encontrando unas reses a modo, para eso tienen veedores a sueldo los toreros, del gusto de los presuntos matadores. Tras el urgente reconocimiento veterinario y aprobados los toros correspondientes, en presencia de los representantes de los toreros, hete aquí que un mal que pululaba por la noche sevillana, fue a toparse con nuestros queridos diestros en el peor momento, cuando dormían, pillándoles distraídos.
Nuestros lectores tienen suficiente información de la celebración del festejo, y al parecer los toros salieron algo astifinos, ¡por las prisas, digo yo!, sin que esto pueda servir, para los mal pensados, de razón para la huída. Fue el mal ese y punto. Ante la sorpresa de todo el mundo, y el estupor del hombre que portaba el micrófono del evento televisado, D. Eduardo Canorea, ¡bendito sea!, empresario de La Maestranza, se despacha a modo, explicando con pelos y señales las vicisitudes vividas. Por lo inusual, un empresario, un taurino que habla en serio, ¡aleluya!, deja estupefacta a la audiencia, no digamos al entrevistador – su compañero Sr. Domínguez ya había explicado y justificado a “favor de obra” las ausencias-, y ponderando y afirmando, con gran seguridad advierte que hechos así no pueden olvidarse como “pelillos a la mar”. Toma nota, y sin decirlo, se adivina, piensa “arrieros somos y en el camino nos veremos”. Todo un ejemplo, sólo falta que se ejecute aquello que de forma tan responsable ha expuesto. Los aficionados serios de todo el orbe, ¡por fin!, tienen alguien dentro del montaje y tinglado taurino que es coincidente con sus pretensiones de traer la seriedad debida a este “corral sin amo”. Toda una celebración. Ese es el camino.
Días después, como por arte de magia, se informa a medio mundo que dos de los no actuantes, Curro Romero y Morante de la Puebla, van a actuar mano a mano en un próximo festival en La Maestranza. La ciencia está de enhorabuena, ya que el mal ése que pasó por Sevilla ha cambiado de dirección sin dejar grandes secuelas. Los más, quedan escandalizados. Los menos, educados y domesticados tras largos años de “enseñanza” se alborozan pues tenían pendiente todavía, este año, ver a sus ídolos amados. (Hago un paréntesis de inmediato para indicar que el toreo de Curro siempre me ha enamorado y el de Morante podría llegar a hacerlo, pero que hoy y ahora no es el caso. Lo digo para los más desorientados).
Y aquí aparece nuestro nuevo “Capitán Trueno”. Emerge en defensa de las cosas justas y de los más desfavorecidos, -léase, aficionados-, enarbola la bandera de la paz, sí, pero la verdadera, la que tiene que impartir la justicia que demanda cada situación y momento, y dice: STOP. Puede celebrarse para tan digna causa el festival en La Maestranza, pero no es de recibo que lo hagan toreros “convalecientes”. Otros hay con más méritos y más ganas de pisar por este albero. Y si no los hay, no hay festejo. Queda informada la Sra. Presidenta de la Asociación a cuyo beneficio habría de celebrarse. Un buen paso, ¡sí señor!. Alguien debe de empezar a poner orden, lo venimos reclamando y, ahora, más que nunca. Se acabó con que unos cuantos manejen a su antojo todos los hilos, protegidos por quienes les ríen las gracias. ¡Todos a formar!, esa debe ser la norma; después cada cual, allá con su responsabilidad, que afronte las consecuencias. Suelo decir que: “El presente de indicativo del verbo querer, es: yo hago”. Un empresario, hasta ahora ejemplar, ha dado el paso: hacer. Nos faltan más de todos los ámbitos taurinos que los vayan dando. Pero, al menos, hemos empezado.
Sr. Canorea, goza Usted de nuestro respeto, apoyo y el respaldo que necesite. Si sigue en ese camino, puede contar con nosotros. No se puede ni imaginar la cantidad de ellos que podemos ser si cundiera así el ejemplo. Lo reciente de Madrid, debe mantener alerta todas las alarmas. Ya está bien de vividores. Muchos, muchísimos de los que pululan y viven de esto, podrían marcharse, incluso con las ganancias, y no les echaríamos de menos. Queremos la Fiesta, pero la queremos libre de tanta sospecha.
