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Visite nuestra ficha del festejo ¡Abran paso! Llegó Diego Ventura, cumbre, figurón del
toreo, y además iconoclasta, dispuesto a conquistar a la afición mexicana, y a
derrumbar anticuados ídolos y sus segundas generaciones. Tal y como comentábamos
en el previo, las expectativas giraban en el sentido de observar a un torero y
a una persona más madura, más asentada, y en un gran nivel taurino. El
hispano-luso reventó las expectativas, llegó el mejor rejoneador del mundo para
hacer una obra suprema, que posiblemente se lleve por delante las grandes
piezas de Carlos Arruza y Pablo Hermoso de Mendoza. Antes del éxtasis estuvo la lidia
del abreplaza, primero del hierro de Enrique Fraga, de nombre Incansable –n. 58, un toro noble pero
algo soso, con acometividad de inicio, pero un poco a menos. El de la Puebla
del Río mostró su faceta humana haciendo una faena regular, normal, con algunos
momentos de emoción, pero nada de otro planeta. Toreando muy bien con la grupa,
cortando el viaje para luego llevar casi en redondo, y clavó con limpieza a
pesar del terrible primer rejón de castigo, y mostró su oficio de torero bueno.
Con el rejón de muerte pasó algunos apuros, que provocaron una rechifla. Se tapó
entre palmas. La fecha del 11 de noviembre
quedará fresca en la memoria colectiva de la afición taurina de México por muchos
años, gracias a la feliz coincidencia en el albero de la Monumental de Diego Ventura, y el jabonero apenas
sucio llamado Fantasma, número 62 de 487 kilos. El lisboeta representaba una
incógnita: como señalamos en el previo, su relación con La México no fue la
mejor antes, tanto por una cuestión taurina como por un asunto de personalidad,
aspecto difícil de transformar en una persona adulta. Aunque sabíamos del rabo
de Madrid, y del éxtasis de la encerrona, subsistía cierto morbo. De recibo, en los lomos de Bombon, hizo la suerte de la portagayola
con la garrocha, más útil que vistosa, fijando al toro y encelándolo poco a
poco, llevándolo muy templadito. Clavó un solo rejón de castigo, con el que el de Fraga sangró hasta la pezuña. En el segundo tercio comenzó la locura,
ahora montando a Sueño, un caballo
torerísimo, que le deja la cola en los belfos a los toros de una forma impresionante,
citando y templando. Casi a dos pistas recorrió más de medio ruedo, antes de
meterse por los terrenos de adentro en tres ocasiones, temple rematado con el
escalofrío de la cercanía. Con la segunda banderilla al estribo armó el escándalo,
la puso andando hacia atrás en los medios, y la repitió después con todas las
ventajas para el toro, dándole las tablas. Pureza, verdad, y torería. El lío
estaba formado. Consagración inmediata del maestro Diego Ventura Gitano fue el tercer caballo de la faena, especialista en los
giros en la cara del toro, y con los que hizo unos espectaculares cambios para
clavar al violín. Cada suerte que hizo fue más impactante que la anterior, además
con el aderezo de la doma a la alta escuela, recursos elegantes y oportunos en
vez de la grosera coba que intentan muchos rejoneadores con la elegancia de sus
caballos. No fueron aspavientos ni desplantes tontos, fueron parte de la
estructura de la faena.
Hacia el final de la lidia
apareció Dolar. El toro parecía venir
a menos, pero no eran los planes de Ventura que la faena hiciera lo mismo. Otra
banderilla a la grupa precedió el momento estelar, cuando el montado retiró la
cabezada y la rienda de su cuaco, y se dispuso a clavar el par a dos manos sin
mando, toreando solo con las rodillas. Qué maravilla de toreros, equino y
humano, qué intuición del caballo, qué expresión de determinación de la montura
al entrar a la jurisdicción del toro. Qué cosa más imponente. Continuaron las
banderillas cortas, e inmediatamente después el cambio tercio, y con él una
breve pero intensa petición de indulto. Jorge
Ramos accedió a sacar el pañuelo, provocando el delirio en la plaza. ¡Torero! La parte a caballo concluyó con
una banderilla corta al violín, tras de la que Diego echó pie a tierra. Tomó
los trastos, e instrumentó un par de pasajes soberbios toreando con la muleta,
reposado y gustándose mucho. Todavía se arrancó con alegría y buen tranco Fantasma, que tomó las telas humillado y
con buen estilo. Un doblón, un soberbio trincherazo, el cambio de mano, el
molinete, y el pase de pecho. La locura absoluta. Otra tanda, molinete, el de
pecho, y dos derechazos ligados, otros dos y el de pecho, ya en los toriles. Costó
trabajo devolver por donde vino al toro, que quería pelea. Al otro extremo del
ruedo, Ventura se quebraba en llanto, gritos de ¡Torero, Torero!
En la vuelta al ruedo se le unió
el matador Enrique Fraga y dos de
sus caballos. Paseó un rabo simbólico antirreglamentario e ilegal, pero qué más
da, retazos de toros. No se lo entrego la autoridad, sino su gente desde el
callejón, por lo que podríamos considerarlo como “no oficial”, y seguramente la
Alcaldía tomará cartas en el asunto. Ojalá a la próxima paseé otro rabo, uno
que corte el mismo Diego Ventura. ¿Los demás? Borrados, a la par
del mal encierro de Barralva. Enrique Ponce tuvo
una tarde para el olvido, con una pésima actitud toda la tarde, rozando la
patanería, sin ninguna disposición. Vino a cobrar, como un vil sinvergüenza, y
así se comportó toda la tarde. Don Luis –n.
448, 511 kg. – fue el esmirriado primero de lidia ordinaria, protestado de
salida, con el que Ponce se gustó a la verónica y remató con buena media. En el
último tercio cuajó un buen inicio de faena y una buena tanda, interrumpida por
el derrumbamiento del burel. De ahí en más el valenciano anduvo sobre pies,
destemplado, toreando a jalones, con buenos momentos cambiándose de mano. La polarización del tendido era
evidente, algunos increparon al valenciano durante toda la lidia, y otros le
aplaudieron todo, respaldando a cabalmente el sitio de ídolo totémico fifí que conserva el de Chiva entre
ciertos asistentes a La México. Mató de un grosero sartenazo perpendicular y caído,
para que la esnobiza pidiera una
oreja de risa, que fue fuertemente protestada. Ponce, con su actitud altanera
propia de adolescente quedado, se dio su vuelta al ruedo ignorando todo y a
todos. El maestro se conforma con retazos y se da coba con ellos El resto de su actuación fue peor
que desastrosa. Al quinto le pegó doscientos trapazos de muy mala gana, sin intención
de hacer faena. Eso quedó claro desde el herradero que permitió en los primeros
tercios, absolutamente desentendido de una lidia que no tuvo ningún orden. La
gente, en reposo tras el éxtasis de la faena al cuarto, lo toleró mucho, y
apenas respondió con silencio tras de que acertara con el verduguillo. El toro se llamó Abuelo –n. 519, 503 kg. –. Más de lo mismo en el que mató por El Payo, al que además le tiró otro
descabello ya en el suelo, con saña, como todo un patán.
A Octavio García le apretaron un poco más. El queretano siempre es
desconcertante, cuando está bien sorprende que esté tan artista, y cuando está
mal sorprende que esté tan mal. Estuvo acelerado, sobre pies, extraviado, como
si no tuviera sitio, embarullado intentando engallarse. Se tiró a matar en dos
ocasiones y dividió las opiniones. El séptimo le pegó una cornada en la pierna
de la salida en los primeros pasajes de su trasteo. Su lote se conformó por Malagueñito, herrado con el número 14 y
pesado en 515 kilos, y Licenciado,
que fue el 526 con 475 kilos. El Payo, herido El mejor librado de los actuantes
a pie fue el bisoño Luis David Adame,
que lució quitando por chicuelinas al cierraplaza. En el último tercio echó
mano de procedimientos ratoneros, como meterse en los costillares y agarrarse
de los cuartos traseros para llamar la atención de la concurrencia. Después
fluyó un toreo un poco mejor en redondo por el lado derecho, con algunos detalles
por el lado izquierdo cambiándose de mano, y buenos remates. Pinchó antes de
dejar una estocada, y la gente buscaba más la salida que premiarlo. El toro se
llamó Desde Arriba –n. 449, 504 kg.–,
entrepelado acucharado de cuerna. Con el primero de su lote no tuvo opciones. Se
llamó Clavellero –n. 426, 470 kg. –.
Luis David Adame, entre lo corriente y los chispazos Quien se robó el show durante el
cierra plaza fue Daniel Morales,
joven picador que apenas andará en torno a su tercera actuación como
profesional en la Plaza México. Tras del tumbo al caballo de Juan Roberto Cobos en la
contraquerencia, le pusieron al toro en suerte en la puerta, mismo que se
arrancó franco y descompuesto, para después pelear con fuerza y celo. Vaya
puyazo le ha cuajado el menor de los Morales, y cómo aguantó la reunión, además
de hacer la suerte de la divisa. La ovación fue de lujo, y debió salir a
recibirla al tercio.
La primera de muchas, Daniel Morales El próximo domingo, en punto de
las 16:30 horas, Ignacio Garibay, que
se cortará la coleta, Sebastián Castella,
y Diego Silveti harán frente a seis
toros de La Estancia.
*Fotos: Luis Humberto García
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