|
Con tres cuartos de entrada se han lidiado toros de Alcurrucén, el 5º tris como sobrero, de distinto juego.
Enrique Ponce, silencio y ovación tras aviso
El Juli, silencio y ovación tras aviso
Diego Urdiales, oreja y dos orejas tras aviso.Foto archivo Como baja un río torea Diego Urdiales: natural, con caudal, con elegancia, con simpleza, fácil, con fluidez, con sentido, con orden, con un poso de viejo tan asentado que demuestra que la tauromaquia sigue impertérrita ante el tiempo. Sólo una vez vi convertir la arena de un ruedo en líquido elemento y fue con José Tomás toreando en Barcelona. Hoy lo he vuelto a ver con Diego Urdiales en Bilbao.
Tarde de toros en la capital del norte, tarde de figuras, tarde de fiesta. La ganadería a lidiar Alcurrucén. Toros de justa presencia para una plaza como Bilbao y desigual juego. El lote en gracia para el diestro riojano y el resto de toros mermados pero no por ello desgraciados para Enrique Ponce y Julián López El Juli. Dos toreros sobrepasados por el caudal y los litros de Diego Urdiales. El primero porque carece de la profundidad del rio riojano y el segundo porque no controla el tiempo con la misma naturaleza. Dos figuras que torearon sus dos primeros oponentes dejándose llevar y con la comodidad propia de quien lleva dos décadas pisando Bilbao con soltura y hasta en tardes varias con comodidad. Dos figuras que tras ver la catarata de toreo que arreció en el tercero -primero de Urdiales- pisaron el acelerador de la moto acuática que conducen desde hace ya tiempo y que ya ¡oh sorpresa! no surte la misma admiración entre el tendido cuando la comparación es evidente. Bien las postrimerías de faena de Enrique Ponce engalanando el toreo y meciendo la clásica genuflexión y bien también la raza de Julián López El Juli que sale a relucir en los momentos más violentos de su toreo. Uno es el envoltorio más bonito de la tauromaquia, la perfecta combinación de luces e ilusión, el cartel de toros, la eterna deriva; el otro aquella joven promesa que vino para quedarse para siempre, la pasión por el mundo taurómaco, la feria tras feria.
Al lío.
Tercero de la tarde. Tonadillo. Paciencia que lo tiene metido en la capa. Una puya, la otra marcada (Alcurrucén no se pica). Una tanda, acorta distancias. ¡Lo tiene! El resto es sometimiento, medida, mecerlo por bajo, siempre cruzado, ética y estética. Tonadillo no transmite y perece tras un aviso y una estocada contraria. Se va al desolladero sin una oreja porque mientras el animal hace su viaje el diestro riojano la pasea triunfante por el círculo negro del botxo. Torero de Bilbao.
Sexto. La tarde no se cae a pesar de las dos devoluciones que sufrió El Juli (uno por un infortunio con la consecuencia de un pitón estrellado y otro por inválido) y no decae porque señoras y señores hoy torea Diego Urdiales. Así reza del Pino. Silencio sepulcral. Gaiterito. Negro mulato listón. Cantado el toro de la tarde por una espía Torcida. Sale con fuerza el burraco. Promete aguantar, dar más que sus hermanos. Lo cumple. Se somete a la colocación del río Urdiales. A cada meandro. Diego comienza a trazas naturales como Paco de Lucía arpegia entre dos aguas. Más distancia que viene de largo. Análisis in situ, en proceso, ¡no de casa traído!. El agua del manantial y el manantial de la tierra. Na tu ral, na tu ral, na tu ral. Qué descaro. Qué toreo. ¡Heráclito!. Pincha entrando a matar. Mata entrando a matar. Muerte brava. Gaiterito sucumbe al poder de la razón. Dos orejas. La exigencia se devalúa. El toreo ha sido hecho. Puerta grande. Corazones henchidos. Mentes en blanco. Relajación.
De camino a la Paz un saludo a Iván Fandiño que seguro desde el cielo habrá disfrutado apretando los dientes.
Una tarde más en la vida de un torero tan grande como su caudal y la calidad de sus aguas: Diego Urdiales.
|
|