El toro bravo -como el trigo- es la promesa de un fruto eterno y abundante si muere, sin embargo, no sólo vemos a través de él un culto a la muerte sino mejor aun, el respeto a la vida. Esta y la bravura son un don precioso, un milagro por el que nos aventuramos y vamos de largo hasta la nación de los bravos.
El fervor y sensibilidad por la ganadería de bravos que ponen en De Haro quedó clarísima en la novillada de calaveras el sábado pasado. En términos generales un encierro fuerte y de caja larga; en particular los novillos difíciles fueron el tercero y el sexto. Marango #162 con 439 kg, le tocó en suerte a Ulises Sánchez quien no solamente estuvo incomodo y toreando muy de lejos, sino que alargó la tarde con un novillo feo y muy duro; el otro complicado fue el cierra plaza, Señaleado #39 con 418 kg, más corto y con un pelaje que daba gusto ver, sin embargo cantó desde el tercio de varas y también le puso complicada la tarde a José de Alejandría quien dio cuenta de su poco bagaje.
Los demás dieron la nota. El abre plaza, Altavoz #200 con 460 kg fue un novillo que sin ser el prototipo del hierro, tenía por lo menos una oreja, muy noble y con clase, de embestida largas que José María Macías sólo aprovechó con el capote pues con la muleta no lo pudo mandar ni le encontró la distancia y el toque.
El segundo de la tarde fue Mentecato #31 con 480 kg para Gerardo Sánchez quien lo recibió con la tlaxcalteca y lució con verónicas, no sólo mostró más valor, sino mejor planteamiento en el último tercio pues el novillo era codicioso y era prontísimo.
Gerardo Sánchez a la verónica
Manuel Astorga salió en cuarto lugar con Pregonero #115 de 470 kg. El novillero sin claridad desde el primer tercio, por lo tanto sin lidia; el novillo boyante, dio pelea en el caballo y se mantuvo con casta hasta el final. El juez lo premió con arrastre lento.
Y como no hay quinto malo, salió a la arena Espejeado #33 con 443 kg para Rafael Soriano; el novillero quizo, desde que se abrió de capa le puso ganas, incluso trató de ambientar con las banderillas pero con la muleta sólo fueron pequeños momentos, el novillo fue superior y aunque la autoridad le regaló una oreja -quizá por la estocada efectiva pero claramente caída, la brava afición se encargó de protestarla. Y con razón, porque el De Haro fue un animal muy franco, largo, volvía de inmediato como queriendo comerse la muleta; tuvo la codicia y la casta de lo que nos hace vivir: bravura.
Definitivamente es difícil ver salir un toro bravo, pero que salgan más de dos y más de tres, sólo habla de un trabajo arduo, de una selección muy cuidada; De Haro se consolida como ganadería de bravo, hay mucho que aprenderle, sobre todo la vergüenza. Cuando las cuadrillas habían abandonado la plaza, la afición pidió, pedimos, al ganadero saludara en el tercio; porque si exigimos bravura, exigimos también su reconocimiento.
Ante ella nos desmontaremos y hacemos palmas fuertes. Porque se muere mejor por arte, por bravura y, ¿quién resiste beberla en la tacita de plata? La plaza de toros Jorge “Ranchero” Aguilar es una gitana vestida con la paz de los arboles que la abrazan, olivo como el último vestido que usó El Pana, y bordada en plata luna. Para abrevar de ella está su compañera inseparable desde el siglo XVI, el campanario del ex convento, la torre dorada por el sol y las hojas de otoño; quizá ahí viva el duende y solera de esta mezquita del toreo. No hay quien pueda con tanta belleza. ¿Quién puede vivir sin ella, si tras conocerle dan ganas de velarle el sueño? ¿Quién se niega a ver los toros de plata que con tanta devoción cria Don Antonio De Haro?