|
La revelación de esta feria se llama Ginés Marín. Metido en una rara corrida para San Isidro en la que El Juli no sólo quiere tener alguien por delante, sino que tampoco quiere competencia y se encartela con dos toreros noveles a los que confirma su alternativa. Para mayor rareza hace cambiar el orden habitual de la lidia en la que le corresponderían los toros tercero y cuarto y da las alternativas en dos tiempos para tener un toro entre medias. Según la información recogida por Rafael Cabrera, a lo largo del siglo XX en las raras pero conocidas alternativas de dos espadas en la misma corrida, el padrino siempre ha toreado los toros tercero y cuarto. Cuestiones administrativas que se cambian a capricho. Ginés Marín tiene compostura, tiene figura, tiene cabeza y tiene decisión. También mata mal, pero a todo se aprende o se tapa con la decisión. Organizó su faena al feo Barberillo-127 en tandas de tres pases y tres adornos. Con la costumbre de torear con el pico y retrasando la pierna de salida, al tercer pase se queda muy fuera, pero ahí se cambia la muleta de mano y se queda colocado para darle otro pase, una trincherilla y un pase de pecho.  Elegancia, verticalidad y compostura, así es Ginés Marín Todo lo que tenía de feo el toro, que parece mentira que lo pasaran los veterinarios, lo tenía de nobleza en la embestida. La decisión de irse al toro en la primera serie sin probaturas, la cabeza para hacer la faena en un mismo terreno y saber cortarla con dos docenas de pases antes de que el toro se rajara, la figura que no descompone y luce vertical y volcarse tras las cercanías de la cruz del toro para meter el estoque desprendido, compusieron una faena que sumada a la novedad del torero, satisfizo al público y agradó a los aficionados.
El Juli, quien era el factótum de la corrida, mostró su capacidad y sus limitaciones. Desentendido del orden en la plaza durante la lidia de sus toros, que camparon a sus anchas por el ruedo y se picaron donde tuvieron a bien, los metió rápidamente en el canasto sin vacilaciones y ahí se acabó la cosa. Es importante hacerse con los toros, fundamental diría yo, pero no deja de ser instrumental. Hay que dominar a los toros para torearlos con belleza y la belleza no sólo no apareció sino que ni siquiera fue convocada. Para poner interés a una lidia que no se culmina con la belleza tras el dominio, el toro tiene que tener mucha más agresividad que los mansos de la reata de los músicos de Alcurrucén, que, casualidad sin duda, iban juntos y cayeron en su lote. Cuestiones administrativas. Álvaro Lorenzo pasó de puntillas y dejó dos buenas estocadas a sus toros.
|
|