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Los olores pueden transmitir al que los percibe, sensaciones muy diferentes, siendo el mismo aroma, la misma fuente, la misma intensidad, que los sentidos filtran a su manera. En la corrida del Pilar se decía que en el ambiente se respiraban los vapores emanados por la gasolina, ¿Gasolina en una plaza de toros? sorprendidos miraban al ruedo buscando esa montaña de los días del motocross, los anuncios de bebidas energéticas y las azafatas luciendo ceñidos trajes para acentuar la sensualidad. Pero no había nada de eso. Se miraban unos a otros y uno dio con la solución, en los programas aparecía el del torero más rápido al sur del Alberche: David Fandila, alias El Fandi. ¡Ya estamos pensando mal! De sobra es conocida su afición por las motos de agua. ¿Entonces? Las miradas se dirigieron a ese sector disconforme que parece haber decidido sublevarse en las últimas fechas y con la firme decisión de pegarle fuego a la plaza, hartos de abusos por parte de los taurinos y de esa benevolencia sin sentido en la que, desde hace tiempo, está sumergida la fiesta de los toros.
La plaza de Madrid parece estar partida, por un lado los amables de los tendidos del 4 y el 5 y parte del 6, que se adhieren a la mayoría, siempre y cuando las pipas y el yintonic se lo permitan. Aplauden hasta a las palomas que se posan sobre el ruedo. Si salen los alguaciles, si asoman los matadores, si el pica no pica, si el torero queda desarmado, si da muchos pases, si pincha y ya pierde la razón con los arrimones y las volteretas; ahí es el frenesí. Que es justo el momento en que los rebeldes agitadores, los profesionales del desorden público, los comandos dinamiteros, los otros, resto del 6 y parte del 7 con islas en la grada del 8, se hacen presentes con sus protestas. Se les pretende callar con ráfagas de “Sssssss”, pero nada y entonces es cuando viene lo del cállate, baja tú y luego lo de los insultos en los que se duda de la capacidad intelectual del prójimo, esos tan feos en los que se pretende afear las conductas de los padres... y las madres. Y mientras unos protestan el trapío del toro y la flojedad, como en el caso de los del Pilar, otros, incluido en ocasiones algún comentarista de la tele de los toros, se creen que berrean por la mansedumbre del animal. Cuando unos gritan desaforadamente contra la vulgaridad y la aceleración constante de El Fandi; contra la trampa y precauciones excesivas de David Mora; o contra esa cuesta abajo de López Simón tan cómodamente instalado en la vulgaridad y después de haber adoptado plenamente los modos de la Tauromaquia 2.0. Además de esa incapacidad manifiesta de llevar la lidia con cierto decoro y aseo, los otros, los buenos, los que alcanzarán el reino de los cielos por sus maneras recatadas y nada conflictivas, les abuchean y aplauden a los maestros. Que tampoco es tan grave, al fin y al cabo, solo vienen una o dos veces a la plaza, ocupando su lugar los demás días, otros del gremio de las palmas fáciles y las orejas más aún.
Si el señor Otero enseñara a poner banderillas... Afortunadamente hay momentos en los que aparece un torero y de alguna manera consigue aunar criterios, con lo sobrevalorado que está eso de la unidad, y hace que la plaza se le entregue. En esta ocasión fue el buen banderillero Ángel Otero, que en un par al segundo de la tarde, por el pitón derecho, consintiéndole y aguantando el empellón, logró dejar un par en lo alto del morrillo. Algo es algo. Tampoco fue para tirar cohetes. Pero igual podíamos pararnos a pensar y meditar si no hemos llegado a una bifurcación del camino en el que unos giran hacia un espectáculo diferente y que agrada a los más modernitos y que en muchos casos se han acercado hace poco a la fiesta y los otros pretenden seguir la línea del clasicismo, fiel a los cánones eternos del toreo, en el que el toro es el actor primordial e imprescindible. Eso sí, decídanse pronto, porque de momento ya empieza a molestar, y mucho, ese maldito olor a gasolina.
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