Es muy del mundo del toro eso de que hay que tirar para adelante cómo sea, que la corrida hay que darla y punto, aunque se lleven por delante los derechos del espectador que paga para ver un espectáculo en toda su integridad, confiando en que se pongan todos los medios precisos para que esto sea así. Y la de Montealto se dio, en contra del sentido común, del barrizal en que se había convertido el ruedo y del peligro que podía suponer para los toreros, el festejo se echó para adelante. Una corrida complicada, que extrañamente se pudo picar más o menos decorosamente en líneas generales, que los matadores no supieron entender, ni mucho menos lidiar, que requería poderla y que tal y como transcurrió la cosa, se pudo comprobar que en el pecado llevaron la penitencia.

Podía haberme detenido en la faena de Juan Bautista que le premiaron con una oreja, pero eso de los medios pases y encelar al toro siempre con el pico de la muleta no parece resultar tan conmovedor como para arrancarse a dibujarlo. Vulgaridad y adocenamientos, los justos. Quizá lo más destacable sea el hecho de que tuvieran que salir los cabestros a por el sexto, tras habérsele mandado los tres avisos a José Manuel Más, pero no creo que haya que recrearse en lo malo, se dice, pero nada de recreaciones, entre otras cosas porque no sé si sabría plasmar la falta de recursos y de capacidad lidiadora del madrileño, perdido toda la tarde y dando la razón a los que cuestionaban su sorprendente presencia en esta feria.

Un capotazo de Morenito y gracias

Tampoco es que Morenito de Aranda haya estado como para ponerle un azulejo en las Ventas, demasiado perdido toda la tarde y sin ese espíritu que se le podría pedir para venir a Madrid, aparte de la escasa pericia en manejarse con los de Montealto, a los que le costaba hasta fijar en los engaños o ponerlos en suerte en el caballo. Que no se crean que esto es exclusivo del burgalés, que sus compañeros hasta puede que le hayan superado en tales lides de incapacidad. Pero como este es un torero a veces de pellizco, de maneras estilizadas y con una estética muy del gusto del aficionado a los toros, baste con que coja el capote y dé dos verónicas, ya nos reconforta y nos hace por lo menos, despertarnos del tedio y angustia que provoca la modernidad imperante, vacua e insustancial. Fue en un quite al primero de la tarde en dos verónicas muy lentitas y llevando al toro enganchado en sus vuelos. Hubo una media, más estética que eficaz y un trincherazo, pero como había que elegir, esta vez me he quedado con el casi extinguido toreo de capote. Luego vino una tarde insufrible embarrados hasta las orejas, que junto con la lentitud en el transcurrir de los tercios y la demora en el comienzo del festejo ha conseguido mosquear a los aficionados que salían de la plaza a altas horas de la noche. A ver más de uno cómo explicaba en casa que volvía de los toros y no de un night club de carretera y además de tener que dar explicaciones, tener la sensación de que le habían tomado el pelo con nocturnidad y alevosía.