Se esperaba otra cosa de la corrida de Cuadri, quizá más bravura, más casta y mucha más emoción de la que ha habido en el ruedo de Las Ventas. Aunque también cabía la ilusión de que se pusieran delante toreros capaces, toreros lidiadores y que lucieran el toro. Pero de todo lo esperado nada o casi nada se ha cumplido. De la presentación ni un pero, impecable, y si acaso, alguno que podría recordar menos a ese toro corpulento, muy musculado y con un tipo muy característico, pero nada más. Lo menos bueno fue cuando fueron saliendo los toros y lo mismo salían muy parados, sosos, no dando demasiado juego en el caballo y complicados en la muleta, pero casi sin transmitir. Pero peor aún fue el ver a la torería como no eran capaces de poner los toros en suerte, como no los metían en los capotes, como no se cuidaba lo más mínimo la colocación en el tercio de varas, lo mismo para ponerlos en suerte, que para que los coletudos no interfirieran en el buen discurrir de la lidia. No es admisible que en el primer tercio haya una manifestación de señores de luces innecesariamente cerca del picador y sin parar de moverse un segundo. Ni tampoco se puede aplaudir el que los matadores se tomaran tantas precauciones por un lado, ni que no tuvieran más recursos que dar derechazos y naturales abusando del pico, citando muy fuera de cacho, estirando el brazo en exceso, no mandando jamás en las embestidas, sin tirar del toro, sin rematar y estando a merced del animal. Y por si esto fuera poco, con un recital de sablazos, bajonazos, pinchazos o espadazos traseros.

Siempre puede venir un castaño a apañarte la tarde

Y salió el castaño, que fue el que nos acercó a esa ilusión que los aficionados tienen en la tarde de los Cuadri. Complicado, exigiendo que se le hicieran las cosas con mimo y pulcritud, pero poniendo ese punto de excitación e incertidumbre que no debería faltar nunca en el toro de lidia. No mostró ni codicia, ni fue un dechado de bravura en el caballo, pero se permitió el lujo de descabalgar al picador. Casi no fue picado, lo que puede que favoreciera la emoción que se vivió en el tercio de banderillas, en el que tras los dos primeros pares, la gente esperaba a Ángel Otero, ¡Eeeh! Toro y torero cara a cara; se arranca el Cuadri, el hombre sale a su encuentro, pero en el momento del embroque el animal echa la cara arriba y echa todo a perder. El torero, con el orgullo magullado no se resiste, pide permiso, tras haberse cambiado el tercio, y una vez concedido, vuelve al toro. Se deja ver, mucho, el toro fijo en el hombre, de nuevo se citan en el ruedo y otra vez que ese echar los pitones al cielo hace que todo se desmorone. Pero ahora, aún habiendo fallado, el orgullo del torero estaba por encima de todo. Se intentó un imposible, pero esta vez no se logró. Otra vez será. Y el castaño seguía queriendo pelea, buscando la muleta sin descanso, queriendo cogerla y sin dar tiempo al matador, ya estaba revolviéndose para medirla con sus pitones. Encabo no puede, el castaño se crece, otra tanda, una penitencia y como los boxeadores agotados abrazándose a su contrincante, el espada acortó las distancias con la esperanza de que allí se pudieran ahogar todas las embestidas de aquel Cuadri llegado de Trigueros. Su fin le llegó de un sablazo deshonroso, pero al menos el aficionado pudo  sentir y vibrar con un toro y es que en una tarde no demasiado afortunada, el castaño salvó la cara.