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29/03/2015
  (Texcoco-México) En tiempos de consumismo, todo es desechable. Piedras Negras y la tauromaquia de principios del siglo XXI
 
Firma: Jorge Eduardo
 
     
 

En tarde agradable, soleada, y con más de media plaza en los tendidos de la Plaza de toros Silverio Pérez, se celebró el segundo festejo taurino de la Feria Internacional del Caballo Texcoco 2015, y la primera de las corridas de toros a celebrarse. Se lidió un encierro de la ganadería tlaxcalteca de Piedras Negras, bravo y con sus dificultades, aunque nada con lo que no pudiera una muleta poderosa y un espada inteligente. En cuanto a trapío, el encierro fue parejo en términos generales, bonito, y bien presentado. Hicieron el paseíllo cuadrillas completas a las órdenes de los matadores de toros:

Ignacio Garibay: al tercio tras aviso en su lote.

Joselito Adame: división de opiniones tras aviso, y ovación en el tercio.

Sergio Flores: silencio tras aviso, y palmas.


Los Piedras Negras

Es posible que la tauromaquia se encuentre en medio de una pugna que va más allá de los límites de lo estrictamente taurino, entendiendo por esto lo estrictamente relacionado con lo que acontece en el ruedo. Yo me inclinaría a pensar que, en el devenir actual de la tauromaquia, se juegan formas de pensar, concepciones profundas de la noción de espectáculo, de entretenimiento, de rito, de ritual, del toro, del toreo… de muchas cosas. En medio de esta maraña conceptual, surgen carteles como los de hoy, en los que parecen enfrentarse dos maneras antagónicas de fiesta brava: por un lado, la tradición de la bravura, la estirpe ganadera, el orgullo de la estampa, de la casta, de la arrogancia de un bovino con arrobas y pitones. Y, por otro, la cima del mundillo, quien está en condiciones de mover las piezas, de pedir dineros, de colarse a sitios vedados para el matador mexicano promedio, quien mueve sus piezas para acercarse a la cumbre. Este escriba estará siempre dispuesto a aplaudir la conjunción de ambos siempre que ésta dirija sus miras al bien común del espectáculo taurino. Sin embargo, parecen existir discrepancias conceptuales infranqueables, puesto que el mensaje transmitido por el componente humano del espectáculo es muy distinto al de la lucha de fuerzas inconmensurables que radica en los cimientos de la fiesta brava.


Los seis Piedras Negras se encontraron con tres toreros en momentos muy distintos: uno, Ignacio Garibay, en la inactividad, con poca carne que poner en el asador, seguramente con una vida tranquila, que sólo le exige terminar con el molesto gusanito de vez en cuando; otro, Joselito Adame, en el difícil ojo del huracán que significa estar en boca de todos, en la mira del aficionado, obligado a tomar posturas, y a sostenerlas en el ruedo; y por otro lado, el joven Flores, aun saboreando las mieles del triunfo grande que se había negado. ¿Cuál es el papel en esta ecuación del animal bravo, arrogante, inteligente, con el que se hacen las cosas grandes de a de veras? Es la voluntad del hombre de seda y oro quien lo define.

Es así, porque el personaje principal del toreo de hoy, refiriéndonos con esto estrictamente a lo que pasa en el ruedo,  es el torero, y nos ha quedado confirmado en la medida en que responde el aficionado mexicano a los gestos, ademanes, y otras acciones de carácter valorativo del matador (como abreviar las faenas, o pasarse al toro lejecitos).  Esta voz cantante está dirigiendo la cada vez más profunda transformación del espectáculo taurino en México, según algunas voces, achacable a Manolo Martínez (como el documental aquel de Clio, hecho en conmemoración de los cincuenta años de la Plaza México, y relanzado diez años después). Pero, según otras, como la mía, achacable a un formidable conjunto de intereses, en el que la mencionada figura jugó un papel trascendental, y que, en su papel de mandón, pudo ejecutar en el plano más superficial: el del ruedo y sus vicisitudes administrativas, pero nada más.

En dicho nivel superficial, el del ruedo, este domingo presenciamos una oda de desdén a la bravura, a la dificultad, a la lidia, a lo elemental de la fiesta brava. Ignacio Garibay actuó con el gusto propio de quien disfruta su vocación, reposado, disfrutando cada paso que daba en el ruedo. Pero también con la tranquilidad de quien no necesita apostar de más. Eso lo llevó a no dar el pasito adelante a la emoción que bien pudo haber dado con el primero de la tarde, Mandarín, número 445, con 510 kg. Negro zaino, gordo, enmorrillado, feo de hechuras, fuera del tipo de su casa ganadera, y más bien con tipo de bisonte americano, dio un juego claro por ambos lados, aunque se quedó corto con rapidez. Sin embargo, bastaba un poquito de mando para lucir con las condiciones de embestida recortada y vuelta pronta, y, a mi juicio, Garibay lo logró, aunque con ciertas precauciones. Mató de un buen descabello y saludó en el tercio. Es destacable también el saludo capotero, del que destacó una larga cordobesa.

El cuarto, Coquinero, número 332, con 490 kilos, exigió firmeza, en cambio, Nacho optó por arrancar uno por uno los pases, en un toreo que, lógicamente, será más sobre pies que firme. El inteligente piedrenegrino pronto descubrió qué juego estaba jugando, y se decidió a buscar a Garibay, y no quedarse con el engaño que el capitalino mostraba y le retiraba, en vez de dejárselo desplegado en la cara. Tras de esto, Coquinero no permitió otra serie como la muy brillante que se produjo al inicio de la faena, y que, como toda ella, fue por el pitón derecho. Por el izquierdo mostró mucho peligro, y Garibay no lo intentó por ahí. El matador decidió terminar la faena cuando empezaba a quedar descubierto, y mató con problemas. Al tercio.
 


Garibay por derecho con el primero...

En lo que respecta a Joselito Adame, la condición de figurar es una de las responsabilidades más complejas en que la fiesta brava puede poner a un simple ser humano. Y en estos carteles, más. La frescura empieza a diluirse, y la bocanada de aire que significó la irrupción del otrora niño torero debe reconvertirse en el paso estable de un torero maduro, y a la vez lidiar con sucesos difíciles, como el renombrado alambregate. Adame parece optar por un par faenas preconcebidas en las que explota sus puntos altos. Son muchas las razones que pueden inspirar esa decisión, pertenecen al ámbito personal de un torero, y no debemos especular al respecto, pero la moneda está en el aire, y habrá que ver qué dividendos deja. 



...y con el cuarto.

El más complicado de la corrida cayó en manos de Adame: Cirujano, herrado con el 332, y con 490 kilos. El aguascalentense insistió en torear en redondo y por abajo, después macheteó brevemente de pitón a pitón, y, tras perder las manos el toro, decidió tirarse a matar. Ese parece ser el mensaje de la lidia a medias: ¿Ya ven? ¡No sirve! Medio esforzarse un poquito y a intentar matar. Si la lidia es una lucha y una pelea, entonces la antítesis de la lidia es quedarse a medias en el intento de imponerse, decidir que no sirve, que no tiene caso, cuando, además, la afición está esperando verles sobreponerse a las condiciones adversas. 



Adame no se acomodó, ni lo intentó de más.

El quinto fue Pescador, número 447, con 488 kilos. Quizás el más pastueño y dócil de la tarde. Tras un desastroso tercio de banderillas de matador, protagonizado, quizás, por los arpones de las banderillas, Adame inició sentado en el estribo, otra de las marcas de la casa, y continuó con un trasteo a media alturita por el pitón derecho acompañado del insoportable cliché de la Pelea de Gallos. Pescador empezó a recortar su viaje y se tiró a los detallitos, para posteriormente volver a pinchar y saludar en el tercio ante la benevolencia del tendido.



Flores estuvo sobresaliente con el capote...

Sergio Flores no terminó por dar el do de pecho, a pesar de sus buenos momentos con el capote. Con la muleta se mostró particularmente dubitativo, alternando en terrenos y distancias sin terminar de acomodarse en ninguna. El tercero, Tirano, 446 con 505 kilos, tenía un buen lado izquierdo que Sergio no aprovechó, pues su labor se basó en el lado izquierdo. Al término del festejo, algunos señalaban que el animal estaba reparado de la vista, posición que no respaldamos, pero que siempre es posible. Y con el sexto, anunciado como Viguia [sic], Sergio Flores volvió a lucir extraviado, sin encontrarse con el toro en el ruedo. Cosechó silencio y palmitas.



...toda la tarde.

Algunos criterios intentarán vender el naufragio de los hierros duros, en un ámbito local basados en esta tarde, y a otra escala, en la encerrona de Fandiño. No puede haber error más grave para la tauromaquia que voltearle la espalda a sus raíces, a su carga simbólica, al toro y lo que representa. El gesto de Joselito con los hierros duros debe perdurar, debe repetirse, pero debe cambiar de matiz. El gesto debe ser gesta, y no gesto de desaprobación, de desecho, porque el toro es un animal que ofrenda su vida, no un desechable. Sin embargo, en un contexto de enfrentamiento entre concepciones del toreo, es probable que no exista un dialogo taurino basado en hechos, sino, por el contrario, un intento de imponerse como la verdad última de la fiesta. Horrible panorama divisionista.

*Fotos: Luis Humberto García. 

 
     
   
     
   
     

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