Tal parece que el maratón taurino 2014-15 de la Plaza México dio inicio una vez más. Al final del serial mayor anterior, en este espacio recapitulábamos el número de trofeos concedidos por el palco de la Plaza México, ocupado, un año más, por Jorge Ramos, Jesús Morales, y Gilberto Ruíz Torres, en orden de aparición. En aquella ocasión hablábamos de cuatro decenas de orejas, así como diez arrastres lentos, además de quejarnos amargamente sobre el abuso de recurso de los toros de regalo. Así, en una sucesión de maratones de más de tres horas, se desarrolló, a lo largo de cuatro meses, una maratónica entrega de retazos de toro. En esta edición 2014, un disparo al aire fue detonado ya, y la carrera de fondo ha comenzado. El primer festejo anunciado como de seis, pero en el que en realidad se lidiaron ocho astados, siete descastados hasta el hastío, se llevó a cabo este domingo en la Plaza México, abonando cuatro orejas más a la ya abultada cuenta de la naciente temporada.

Han sido ya nueve las orejas entregadas en este serial, así como dos arrastres lentos, apenas en su tercer festejo. Al ritmo de tres por corrida, si sacamos un promedio. Considerando que en ninguno de los tres se ha vivido un éxtasis sin igual, que la plaza no está llena, además de la categoría de esta, podemos fácilmente deducir la condición exagerada que se esconde por detrás de tal cantidad de trofeos. Según el humilde criterio de este junta letras, una oreja del Payo, una de Saldivar, y una de Talavante no debieron ser concedidas, además la poca brillantez de la obra de Sebastián Castella también premiada con doble trofeo. Los arrastres lentos, regalados por Ramos y Morales, fueron atinadamente negados por Ruíz Torres, a pesar de la insistente petición de un sector del tendido, adicto a exigir trofeos.

En lo particular referente a este tercer festejo, Marrón exhibió que la buena novillada que mandó al coso de Insurgentes en el verano fue una llamarada de petate, pues este domingo volvió a su listón habitual. Una corrida pesimamente presentada, carente de absolutamente de todo, no solo en cuanto al trapío, sino también en cuanto al juego. Por primera vez en esta temporada se protestó la presencia de un toro, el cuarto de la tarde, de infausta memoria y vergonzoso juego, cuyos datos no vale la pena reseñar. Éste tocó en suerte a Arturo Macías, a quien el tiempo ha alcanzado, y ahora es primer espada. Con dicho astado no cesó en el intento por darse coba, aun cuando la hostilidad estaba a flor de piel, y era claro que nada sería tomado en cuenta. Al primero, débil, soso, de embestida muy artística, dirían por “ay”, lo toreó con demasiados enganchones. Falló con el estoque y perdió algún trofeo. Con el regalo se eternizó sin mayor sentido.

Alejandro Talavante trajo al santo de espaldas. No solo se aventó el paquete de pedir el encierro de Marrón para la Plaza México, cosa solo apta para aventureros aficionados a las emociones fuertes, además gustosos de recibir injurias e insultos. Sino que el primero de su lote, mal presentado y prometedor, se atrofió al estrellarse contra un burladero, y su segundo salió en Marrón, ni más ni menos. Hubo de recurrir al toro de regalo, y escogió a su reserva, de Campo Real, nombrado Queretano, herrado con el número 556, y con 510 kilos, bien presentado, ofensivo, y en puntas. El extremeño, como los conquistadores ibéricos de esta tierra, se dio gusto corriéndole la mano al regalo con más lentitud que ligazón, pues lo lento de la acometida no venía acompañado de repetición. De muy buenos momentos estéticos, aunque quizás no el mejor planteamiento, la faena de Talavante al octavo se vio emborronada por el mal manejo de los aceros, y se vio premiada por dos ridículas orejas, inexplicables tras el pinchazo y estocada defectuosa.

El alguacil se volvió a hacer bolas con la premiación como en la inauguración. La premiación no fue vista con claridad por los miembros del servicio de ruedo, que hacían su trabajo, y no tenían los ojos en el juez. El señor banderillero Valentín Luján, que ninguna falta nos hace en México, se puso a gritonear, manotear, y jalonear al alguacil, al puntillero, y a los monosabios, exigiendo se cortara la segunda oreja con pueril berrinche y puchero. No pongo en tela de juicio al torero, ni al subalterno, ni pretendo injuriarlo ni ofenderlo, y mucho menos haciendo memoria de la grave cornada que hace algún tiempo sufrió en las Ventas, pero si no va a respetar la fiesta de nuestro país, mejor que se suba al Iberia, que sale cada semana. Tanto quería la oreja, que sus actitudes la llamaron, pues, ante la bronca, su matador terminó por entregársela. A mí se me habría caído la cara de vergüenza.

Arturo Saldivar, tuvo, en algún momento, la mayor proyección de un torero mexicano en la Plaza México. Acto seguido, fue vetado por la empresa. Debemos contar como saldo positivo que haya recuperado su paso triunfal en esta plaza. Juega en su contra lo volátil de su temperamento, evidente en el ruedo, y que influye directamente en su labor, como con el tercero de la tarde, con el que debió asumir con más tranquilidad que simplemente no había mucho qué hacer.

El sexto, el de mejor juego de Marrón, dio pie a una actuación solvente de Saldivar, a quién llevábamos tiempo sin ver con cierta rotundidad en la Plaza México. La condición del animalillo, bastante pobre, obligó al egresado de Tauromagia a respetar mucho los terrenos del Marrón, que no estaba para obligarle en demasía. Buenas tandas por naturales y derechazos, y cabeza se le vieron a Saldivar este pasado domingo. En contra parte, el recurso trillado de la dosantina es también importante en su concepto, que en esta ocasión no alcanzó la brillantez seguramente esperada por el espada. Una estocada defectuosa le valió otras dos orejas exageradas cortesía de don Gilberto Ruíz Torres, que reprueba en su primera aparición en el palco igual que Jesús Morales. Esa es la mala, la buena, es que la carrera de Saldivar puede retomar un ritmo ascendente. 

El maratón orejero, en su fecha tres, ya acumula nueve orejas. A este ritmo, de a tres orejas por corrida, para la fecha veinte estaremos hablando ya de sesenta orejas, y trece arrastres lentos. Al fin, eso es lo que importa, si en el pasado San Isidro se entregaron veintitantas, ¿por qué la supuesta contraparte americana de Madrid no podrá entregar sesenta orejas?