Lo que era Madrid en la feria, no cabía un alma, la plaza estaba “abarrotá”; la reventa iba a toda máquina, el que tenía un abono estaba invitado durante todo el mes de mayo en el bar del barrio, a cambio de que contara lo sucedido en la corrida de cada día. Que no hacía falta ser un juglar taurino, algunos días era suficiente con relatar lo que nacía de esa pelea entre el toro y el torero. Es más había que estar atento para no perder detalle, porque el arte, la emoción, aparecían cuando menos lo esperabas. El vecino te pegaba un codazo y te decía “¿Ha visto eso?” Claro que lo había visto. Pero eso ya no es frecuente, casi hasta es un milagro, incluido lo del codazo. Madrid, San Isidro y unos vacíos insospechados hace años. Localidades vacía por todos los tendidos, aunque mucho más notorias en el sol. La mejor feria de los últimos lustros y el personal no se ha enterado. Pero que conste que esto está en pleno apogeo, en la cúspide del arte, del toro bravo y encastado y de interés por la tauromaquia, pero el que paga no se ha enterado, o simplemente no se lo cree.

Teruel en un prometedor inicio del trasteo

Es difícil de creer todo eso en virtud de lo presenciado en la segunda de feria. Los de Martín Lorca flojos, con problemas para sujetarse en pie, de embestidas renqueantes y víctimas de la inoperancia lidiadora de los colegas de la tarde anterior del gremio de los toreros. Un mal generalizado y a nada que salga un animal con un chispita de mandanga, ya estamos todos volados y sin saber qué hacer. Ángel Teruel no ha respondido a la expectación despertada el año pasado, es más, parece que hasta ha avanzado negativamente, como diría un político, pero en Román Paladino, ha ido pa’ tras, como los cangrejos. Y eso que a algunos se nos despertó la ilusión al ver el recibo a la verónica, que no fue gran cosa, pero parecía un síntoma de disposición, con una media desmayada que nos hizo albergar ciertas esperanzas. Las mismas que se intensificaron con el comienzo del trasteo de muleta, tomando al toro por bajo, por ambos pitones y ganándole terreno en dirección a los medios. Un tanto acelerados, pero con ciertas gotas de torería. Esto no podía dejarse de lado, había que dibujarlo, aunque seguro que habría más instantes para elegir. La serie se remató con uno del desprecio y ahí se nos acabó todo. Punto y final, el que quiera arte, que se vaya al Prado.

Si alguien esperaba ver arte en el quehacer de Miguel Tendero, pues que reflexione y piense si alguna vez se han conjuntado los astros para que esto se produjera. Aparte de carecer de un mínimo gusto, parece empeñado en hacer ver que está haciendo un esfuerzo supremo, pegando trapazos sin lógica, ni cohesión. Confundiendo el temple y la lentitud con la parsimonia y la sosería, con unas maneras que ya no parecen interesar demasiado.

Juan del Álamo ha salido triunfador, ha cortado una oreja y ha dado muchos pases, pero lo que podría suponer que él sería el protagonista de esta sección, con una labor merecedora de premio, no ha ofrecido ni un instante que mereciera dibujarse, por el toreo ventajista, con el pico de la muleta y sin cargar la suerte, no tiene lugar en este espacio. Ese toreo del arrimón, las manoletinas que más bien parecían ejecutadas por Llapisera, los alardes vacíos y el toreo en línea, siempre sin rematar el pase. Lo de las estocadas de momento lo vamos a dejar de lado, pues si empezamos con los soberbios bajonazos, con esos metisacas tan eficaces como caídos, ya nos calentamos para toda la feria. Dos días, doce toros y un mitin con la espada por parte de todos los matadores. Entonces, ¿cómo podemos pretender que la plaza se llene? Pues es bastante complicado y si continuamos con esta tónica, quitando los días de clavel reventón, puede que pasemos un feria sin apreturas.