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Los toreros de arte son aquellos que tienen esa compostura especial, una armonía de movimientos, una manera de estar en la plaza, que tiene un atractivo por si mismo. Pero también un manejo de los engaños cadencioso, unas formas de torear más pausadas, unos remates más redondos, más por abajo y por tanto más enjundiosos.
Todo junto compone un cuadro con gran interés que muchas veces puede tapar otras formas más destacables por la técnica o el valor. Ya decía Marcial Lalanda, que para ser buen torero había que destacar por el valor, la técnica o el arte y que las grandes figuras eran eminentes en dos de ellas, pero que nadie había conseguido aunar las tres de manera excelente.
Este era el paraguas que recogía el argumento de la corrida del domingo de Resurrección en Las Ventas, que lejos del montaje de Málaga y la exótica, para la fecha, miurada de Sevilla, se destacaba por la seriedad del ganado y la enjundia de los alternantes.
Morenito con el capote en su primero Ya se sabe que los artistas son inconstantes y que dependen tanto de la inspiración como del toro y por ahí se despeñó la cosa. Los toros de Gavira con mejor forma que fondo, torcieron por el descaste y cuando prestaron algunas embestidas se encontraron con la indecisión de Curro Díaz, la falta de acople de Morenito de Aranda con el peor lote, aunque regaló las mejores verónicas en un quite al veleto que abrió plaza y las mostrencas maneras de Nazaré que si no tiene hueco en un cartel de arte, tampoco parece que lo vaya a tener en uno de técnica, y no sé en el de valor; a anotar en su haber las dos estocadas descubriendo muy bien la muerte a sus toros.
El arte también buscó su hueco en los vestidos de torear, así el butano (naranja) y plata de Montoliú, el fucsia y azabache de Juan Martín Soto y, en el puesto más alto del pódium, el amarillo (barquillo) y negro de Joselito Ballesteros, dieron un aldabonazo en la cromática paleta de una tarde que perdido el arte de torear, tampoco encontró su éxito en la armonía de los colores.
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