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18/04/2014
  (Bogotá-Colombia) Luto en el país por fallecimiento del Nobel de literatura García Márquez
 
Firma: Néstor A. Giraldo
 
     
 

A los 87 años de edad dejó de existir en Ciudad de México el premio Nobel de literatura colombiano, Gabriel García Márquez, autor de obras literarias de inmenso valor como CIEN AÑOS DE SOLEDAD, EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA, EL OTOÑO DEL PATRIARCA, LA HOJARASCA, LA MALA HORA, CRONICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA, EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA, EL GENERAL EN SU LABERINTO, DEL AMOR Y OTROS DEMONIOS, MEMORIA DE MIS PUTAS TRISTES  y muchas otras que lo catapultaron como uno de los mejores escritores del mundo.

Su deceso lo produjo una infección pulmonar y de vías urinarias.
El hijo de Aracataca, nobel en 1982, fue declarado como muchos otros escritores a nivel mundial, defensor de la fiesta y brava. En 1955 realizó el siguiente reportaje “Joselillo revela los secretos de su triunfo”.

Transcribimos textualmente, lo que fue aquel reportaje que en su momento fue publicado por el periódico EL ESPECTADOR.


Gabriel García Márquez falleció a los 87 años en Ciudad de México

Las intimidades de un célebre torero colombiano

JOSELILLO REVELA
LOS SECRETOS DE SU TRIUNFO

Su primer traje de luces fue el de su primera comunión, con lentejuelas. Y se lo bordó su propia madre. Una vaca brava, 10 días durmiendo en el parque y mazamorra en reverbero, pilares de su fama. “Hoy se han acortado las distancias y se siente más miedo”.

Aquel día de 1949 –día de ferias- la muy caucana de Santander amaneció disfrazada de pueblo andaluz. Era natural. Por primera vez en la modesta pero intensa historia de las ferias municipales, se habían contratado dos toreros españoles, legítimos españoles de España, con una larga trayectoria y muchas cornadas, según se decía, y legítimos nombres españoles: Joselillo y Manolo.

Para dos legítimos toreros españoles el ambiente debía ser igualmente legítimo. Debía haber manolas a caballo y claveles en las ventanas, como en efecto lo hubo. Con previsiva anticipación, la banda rural preparó un legítimo pasodoble español, e interpretándolo con todo el corazón, al frente de la junta organizadora encabezada por el alcalde y la plana mayor de las autoridades municipales, entre el estampido de los cohetes y las campanas, se dio la bienvenida a los toreros.

La emoción fue mayor porque los dos jóvenes diestros, anticipándose a los acontecimientos, llegaron a Santander a las once de la mañana, sudando dentro del traje de luces. Sendos trajes de luces iguales, de paño negro adornado con lentejuelas de siete colores. No hubo discursos, pero hubo lo que pudiera parecer español legítimo.

A las tres de la tarde el trompetista de la banda rural dio el primer toque. Se abrió el toril y una enorme vaca, legítima vaca villecaucana, salió a la plaza como una tempestad.  Diez minutos después, Joselillo y Manolo, aporreados y con el traje de luces deshecho, fueron llevados en hombros de la multitud hasta la carretera de Cali. El viaje de regreso lo hicieron a pie.

“El contrato decía torearíamos toros y no vacas”, dijo Joselillo, el mayor de los toreros, al alcalde de Santander. Y explicó, en tono de gran conocedor, que los toreros legítimos no pueden lidiar vacas, “porque embisten con los ojos abiertos”. Pero lo que en realidad ocurría era otra cosa bien distinta: Joselillo y Manolo no habían visto un toro, ni una vaca, en toda su vida.

LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE JOSE

Los dos audaces muchachos eran los dos hijos menores de don Abel Zúñiga, un conocido y estimado barbero de Cali, que nada ha tenido que ver con los toros. A los dos hijos menores los bautizó José y Manuel, pero lo mismo que al mayor lo bautizó Hernando: porque le gustaban los nombres. Jamás se le ocurrió que por así llamarse pudieran protagonizar un escándalo en Santander, puesto que con los mismos nombres habrían podido ser médicos o ingenieros, como Abel Zúñiga lo deseaba. Por eso los matriculó en la escuela pública y luego en el Colegio San Luis y por último en el Santa Librada.

Los dos muchachos no habían manifestado ninguna afición taurina, ni leyeron revistas de tauromaquia, hasta cuando José, el mayor se fugó de la casa, estuvo cuatro meses dando vueltas por Bogotá y Medellín y regresó a Cali con el cuento chino de que era torero diplomado. Entonces fue cuando a Manuel se le ocurrió también que era torero por contagio y empezaron a llamarse Joselillo y Manolo, y consiguieron el contrato para la feria de Santander, ni ellos mismos recuerdan cómo. Su madre, doña Jesusita, quien les hizo los trajes de luces, cosiendo laberintos y lentejuelas en el vestido de paño negro de la primera comunión. Como los muchachos habían crecido, los vestidos les venían estrechos, como a los toreros.

“LA CULPA FUE DE AQUEL MALDITO TANGO”

Uno de los dos descalabrados toreros de Santander es ahora Joselillo de Colombia, un torero legítimo con cartel en España. El otro, Manolo, recibe este año la alternativa en España, donde ya está ganando nombre. Ahora el cuento no tiene nada de chino, como lo tenía cuando Joselillo regresó a Cali, de 16 años, cuatro meses después de haber escapado a la patria potestad y al colegio Santa Librada, con la cabeza llena de ideas confusas y diez pasos en el bolsillo. Cuando se subió a un camión que lo condujo a Cártago, ya quería ser torero. Pero un mes antes era un estudiante normal en el tercer año de bachillerato, que no había pensado jamás en un toro. 

La cosa empezó un sábado en la galería del teatro “Jorge Isaacs”, de Cali, cuando Joselillo vio la película mexicana “Toros, amor y gloria”, con Cagancho. Repentina y turbulentamente nació su vocación. Una semana después, tratando de ser torero, llegó en camión a Cártago; allí tomó otro camión que lo llevó a Medellín y allí otro que lo llevó a Bogotá. Cuando llegó con su maleta llena de buena ropa a la pensión Roma, en San Victorino –en 1946- de los diez pesos sólo le quedaba uno. Joselillo no recuerda haber experimentado ninguna sensación extraordinaria distinta del frío. Tiene motivos para recordarlo: durante diez días, con su liviano traje gris y envuelto en periódicos y carteles, durmió acurrucado y tiritando en el parque de Santander”.

¿QUIEN LEE LOS AVISOS CLASIFICADOS?

Ahora Joselillo lee novelas de Blasco Ibañez y poemas de García Lorca. Pero cuando dormía en el parque Santander y lo sorprendían las doce del día en ayunas, sólo leía los anuncios clasificados de los periódicos. Respondía a todas las solicitudes. Pasaban los días, las semanas y no encontraba colocación y menos la manera de hacerse torero. Un día después de que le negaron una solicitud en la calle 64 –a donde fue a pie desde la Avenida Jiménez de Quesada- vio en el periódico que en la carrera 5ª. Con la calle 14 necesitaban un ayudante de litografía. Regresó a pie y cuando llegó al lugar indicado eran las cinco de la tarde y había 60 aspirantes en turno. “Pero me vieron cara de hambre” dice Joselito, porque le dieron el puesto, con $ 30 mensuales.

“¡NO MAS MAZAMORRA!”
Con sus primeros ahorros compró un capote y una muleta. Se los vendió por $ 40 un aprendiz colombiano cuyo nombre no recuerda. Entonces empezó a frecuentar cuando salía del trabajo, los entrenamientos de tauromaquia que se efectuaban en el Parque Nacional. Pero Joselillo era un muchacho tímido: nunca se atrevió a decirle a nadie que quería ser torero, así que en el Parque Nacional se limitaba a observar. En la noche encerrado, encerrado en su cuarto “de una familia García, del Valle”, donde se hospedaba, se entrenaba con el capote y la muleta hasta la madrugada. Antes de acostarse –en un colchón abierto en el suelo- preparaba su propia mazamorra en un reverbero. Cuando se dormía, cansado de sus toros imaginarios y harto de mazmorra, soñaba con muchas cosas, menos con los toros.
Y porque se cansó de mazamorra preparada por él mismo –una mazmorra que nunca ha vuelto a comer ni quiere volver a comer en su vida-  fue por lo que regresó a Cali. Para no dar su brazo a torcer, inventó el cuento chino de que era torero diplomado, sin haber visto en Bogotá ni siquiera una corrida. El cándido de su hermano Manuel le creyó el cuento y creyéndolo se convenció a sí mismo y se volvió torero.

A OJOS DE BUEN CUBERO

Nadie enseñó a torear a Joselillo. Aprendió sólo, aprovechando la oportunidad que le brindaba “el señor Polanco”,el mayoral de la hacienda de García Bajo, en Cali. Por primera vez le vio entonces la cara a un toro de carne y hueso, pocos meses después de habérsela visto a la vaca de Santander. Y más desconcertante de todo fue que se le empezó a considerar como el “fenómeno del Valle” antes que conociera las nociones rudimentarias del toreo, sólo porque Pepe Castoreño lo vio en una novillada en “El Tablón”, la hacienda de Pepe Stella y envió una fotografía a“El Liberal”, de Bogotá. El cronista “Piquero” escribió una gacetilla llena de ditirambos y Joselillo se convirtió en la expectativa de los círculos taurinos antes de ser buen torero.

EN ESPAÑA POR EQUIVOCACION

Joselillo –nacido el 9 de agosto de 1930 en el Barrio de San Antonio de Cali- llegó a Madrid en 1951, porque en Panamá lo dejó el avión que debía llevarlo a Costa Rica. Pensaba viajar a México, con el dinero ahorrado en Colombia, después de haber toreado durante dos años en casi todas las ferias del Occidente. En Palmira figuró en el cartel con su coterráneo Nito Ortega, cuando su coterráneo era matador y Joselillo un novillero de buena casta. En 1949 el empresario Julián Barbero lo vio hacer dos quites en Buga y se dijo, según dice ahora: “Aquí hay un torero”. Tratando de sacarle partido a esa impresión, Julián Barbero montó un escándalo periodístico en Bogotá, llevó expertos y cronistas a Buga y organizó una corrida para presentar en sociedad a su revelación. En toda la historia de su carrera fue esa la única vez que se le ha ido un toro vivo a Joselillo: un jabonero, astifino, que lo hizo quedar mal e hizo quedar mal a Julián Barbero. Aunque sólo por un tiempo, porque al año siguiente Joselillo estaba triunfando en Quito, toreaba por primera vez en la plaza de Santamaría y volaba a Costa Rica de paso para México. Pero como se equivocó en el horario del avión, tuvo que firmar contrato para siete corridas en Panamá. De todas lo sacaron en hombros. Al finalizar la temporada vio que el dinero no sólo le alcanzaba para viajar a México sino también a España. Allí desconocido y desorientado, fue presentado a un grupo de taurófilos por un banderillero:
-          Este es un gran chico venezolano, Joselillo de Colombia.

SANCOCHO DE OREJA

Tres años después de haber llegado a España, Joselillo tiene un buen cartel y un piso amplio y lujoso en el número 31 del doctor Castello, donde vive con su hermano Manolo, que le siguió los pasos. No le fue fácil introducirse a los círculos especializados, pero dando tumbos de plaza en plaza, encontró menos obstáculos que en Colombia. Al contrario de lo que ocurrió en Bogotá, en España no durmió en los parques. Siempre tuvo para vivir, a pesar de que cuando llegó, su único conocido en toda la Península era el hermano de la cantante Tere Amoros, a quien conoció en Colombia.

El 20 de septiembre de 1953, en la plaza de Lorca, tomó la alternativa de manos de Antonio Bienvenida. Como estaba en España, para  celebrar el acontecimiento Joselillo cortó cuatro orejas y un rabo. Si hubiera estado en Cali seguramente habría hecho lo mismo. Pero hubiera hecho algo más que, según dice, es lo que más le gusta hacer en la vida: se habría comido un sancocho de gallina a la orilla del río.

¿MIEDO?

Joselillo está orgulloso de reducir a cifras su carrera: ha toreado veinte corridas como matador y solamente en dos no ha cortado orejas. Ha sufrido ocho cornadas. La primera en el muslo derecho, toreando en Palmira, en 1950, que le costó los $ 400 que se había ganado. La cicatriz que tiene en el pómulo izquierdo se la marcó un toro de Cereté, Córdoba, el Viernes Santo del año pasado. Joselillo no tiene ninguna superstición y se alegra de no tenerla, pero es un católico convencido y atribuye la marca del rostro “al disparate de torear en Viernes Santo”.

“Soy un hombre temperamental y envidioso en mi profesión”, responde cuando se le pregunta cuál es la sincera y descarnada opinión que tiene de sí mismo. En cuanto a su arte en general, considera que “hoy se está toreando mejor que nunca, porque se han acortado las distancias y se siente más miedo”.
-          ¿Más miedo?
-          “Sí –dice-. Cada vez siento más miedo”.
(Febrero, 1955)

Queríamos con la transcripción de este reportaje hacer un homenaje póstumo a quien fue el mas grande escritor de nuestro país, premiado en 1982 como premio Nobel de literatura.

¡Maestro García Márquez, descanse en paz!

 
     
   
     
   
     

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