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Como el objetivo de este espacio no es hacer una crónica paralela, ni detenerse a analizar en profundidad la tarde en cuestión, hoy me quiero parar en algo que ha podido pasar desapercibido en la segunda novillada del abono de San Isidro, pero que a este modesto aficionado le preocupa sobremanera. Hoy, en la duodécima de feria, volvimos a ser testigos de una lidia horrorosa en varios de los capítulos de la tarde. Se notó, y mucho, que hoy no había matadores experimentados en el ruedo, sino jóvenes chavales con cortas trayectorias. Pero claro, Madrid es Madrid y se debe exigir que todo lo que suceda en el ruedo tenga sentido y se ajuste, además de al reglamento, a los distintos parámetros y reglas de la lidia. Se dio el caso de varios astados mansos que no querían pelea en el caballo y que salieron como alma que lleva el diablo de sus respectivos encuentros con el del castoreño. Y, en esos momentos, el desconcierto y la confusión se apoderaron de todos los que estaban vestidos de luces en el ruedo dando lugar a verdaderas capeas de pueblo. El toro de aquí para allá, sin que nadie le mandara ni consiguiera obligarle a desistir de sus huidas; los banderilleros pegando capotazos a diestro y siniestro, sin orden ni concierto; el novillero de turno sin saber que hacer… y, mientras, algunos aficionados desde el tendido asesorando lo que había que hacer y hacía donde se tenían que marchar los caballos. ¿Cómo puede ser que el espectador que se sienta en su localidad sepa mejor que los profesionales que hay en el ruedo lo que hay que hacer en esos momentos? Es normal que haya dudas y algún fallo, pero todos aquellos que hacen el paseíllo en una plaza de toros (y más en la primera del mundo, en Las Ventas, nada menos) conozcan los terrenos y los recursos a emplear cuando los animales no se comportan como de costumbre o como a todos nos gustaría.
Así, viendo estas escenas, a muchos nos da la impresión de que la lidia se ha perdido para siempre. Y por lidia no me refiero a la “lucha” entre el toro y el torero, sino a ese ceremonial o ritual en el que todo está medido y contemplado, y que transcurre desde que sale la res de los chiqueros, hasta que es arrastrada. Los terrenos para el primer tercio; los recursos que pueden emplear los banderilleros cuando su oponente les pone las cosas difíciles; el rigor y la autoridad del matador respecto a su cuadrilla… y un largo etcétera de cuestiones varias que resultan apasionantes y que hacen de este espectáculo, quizás el más complicado y apasionante de cuantos existen. Ahora, en las últimas décadas sobre todo, el toreo de muleta, y un toreo de muleta muy limitado por cierto (derechazos y naturales, y nada más), se ha impuesto sobre todos los demás momentos y tercios de la lidia. Ahora parece que los dos primeros tercios no existen, que son meras formalidades vanas, y que el espectador está únicamente esperando a que el torero de turno, sea matador o novillero, coja la franela y comience con una de esas interminables y monótonas faenas a las que ya nos hemos acostumbrado. Pero es que no tenemos que olvidar que la lidia posee una riqueza y variedad mucho mayor. Resultan apasionantes también el resto de tercios, y la lidia en sí, siempre y cuando se desarrollen de forma correcta e interesante. Por eso tenemos que esperar y exigir que también se toree bien de capote, que se intervenga en quites, que se ponga en suerte el toro al caballo, que el picador mueva a su montura con torería para después dar los pechos y levantar el palo, que los banderilleros se asomen al balcón… lo que ha sido siempre la lidia. Y, por encima de todo, que cuando sale algún animal con algún tipo de complicación, o simplemente evidenciando mansedumbre, no nos veamos desbordados y creemos en un templo como Las Ventas una capea bochornosa. Señores, para eso están los libros y vídeos que recogen la Historia de un arte sin igual.A ese banderillero, José Otero, le obligaron a saludar después los aficionados Y termino con un recurso que llevó a práctica esta tarde un banderillero en el manso que cerró el festejo: por la mansedumbre del animal y para ahorrar capotazos y ser más eficiente, el subalterno, en vez de colocarse en el centro como de costumbre, se fue entre las dos rayas, cerca de chiqueros, para colocar el par de banderillas casi de dentro afuera. Así el astado se arrancó a la primera y los dos palos quedaron prendidos sin tener que pasarse media hora colocándose para luego pasar en falso o sin que el toro se te arranque. Fue un detalle de inteligencia y de conocimiento de eso de lo que hoy he querido hablar… de la lidia.
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