Y los Victorinos, unos seres caprichosos que tan pronto te quitan las ganas de vivir como te las dan... Los Victorinos del infierno y de la gloria...
Javier Castaño ha intentado torear a su infernal primero ¡craso error matador! El lugar de "Conducido" era el averno vía macheteo por bajo y muerte. Pidió la dirección del abrasador paraje ya en el encuentro con la capa frenando en seco y poniendo a Castaño desarmado contra el paredón-tablas. Y el torero no hizo caso de la advertencia y quiso hacer faena hasta que el avisado percance ocurrió. Su cuerpo subió hacia el cielo hasta que la ley de la gravedad dijo basta y lo devolvió al suelo con las costillas reventadas. Dicen que más cornadas da el hambre y que esa frase justifica que un ser racional derive en la más absoluta de las irracionalidades. Javier Castaño se fue, por irracional, a la enfermería y de allí salió camino del Hospital. Un lugar lleno de irracionales y buenas personas.
Luis Bolívar pechó con una alimaña de órdago a la grande y con el toro de la feria, disculpen, con la gloria de la feria. A "Esotérico" le importaba la muleta de Bolívar lo mismo que le importa a un tahitiano que en mi casa haya termitas: nada. No hacia sino seguir al torero con la mirada. Un macarra el "Esotérico" ese que murió de un pinchazo, estocada y dos descabellos. Y luego "Bostecito" nº 152 y 542 kilos cárdenos de peso...qué clase, qué pitón derecho, qué nobleza..., que idas..., que venidas, qué capacidad para humillar...,...¡Qué boyantía! ¡Qué Victorino! Un súper clase, uno de esos ejemplares que se ven muy pocas veces en la vida. Bolívar no lo entendió, lo utilizó y lo utilizó bien, con parsimonia, gusto y tacto; pero sin mando en plaza, sin exigir, por fuera; sin llegar rotundo a un tendido que en lugar de aplaudir debería estar tirándose de los pelos. La estocada trasera y desprendida a "Bostecito", el toro de la feria, le valió una oreja.
La tarde de emociones, de miedos y lágrimas que ha vivido el coso de Vistalegre ha sido una de las tardes que marcan no sólo la vida de un hombre sino la vida de los privilegiados capaces de admirar el Arte del toreo. Esto es Diego Urdiales:
Verdad, Evidencia, Exactitud, Veracidad, Confirmación, Certeza, Efectividad, Franqueza, Perogrullada, Afirmación, Realidad, Justificación, Autenticidad y Aseveración.
Y tormento, tormento para quienes lo viven, lo ven, lo sienten o lo quieren. Tormento porque se sufre con el primero, tormento porque se encogen las tripas con el segundo y tormento porque tiene que ser el tercero...tiene que ser con el tercero.
Su primer toro, nº 150 y 530 kg y muy en albaserrada, se recibió con la capa con mando y pinturería. Se brindó al público bilbaíno y se trasteó arriba y abajo para medir las fuerzas del animal que no parecían ser suficientes. La faena estaba servida con paciencia pero nadie contaba con que una insolente ráfaga de viento se cruzara entre la muleta y el toro y dejara al torero al descubierto. Miedo y asco porque el aire volvió a ser protagonista y junto a las justas entregas del Victorino no dejaron que la ligazón triunfara en una faena de poder y entrega que acabó de mala manera.
Su segundo toro, "Hechicero" de número 98 y 568 kilos de peso se presentaba precioso hundiendo la cara en el gris y siguiendo al capote más mandón a este lado del Nervión. Muy bien banderilleado por derecho o por El Víctor. La faena de muleta prometía por el pitón derecho pero nunca por el izquierdo y la promesa no fue baladí. Urdiales salió a los medios gustándose demasiado, no soberbio sino "tranquilo". Poco a poco se intuyó que al toro no había que forzarlo y que la revuelta estaba a la vuelta de la esquina. Fiarse de un Victorino es como fiarse de Leopoldo María Panero. La voltereta ocurrió tras una buena tanda. Fueron muchos segundos debajo, delante y detrás del toro, muchos, demasiados para que nada hubiese ocurrido. Pero milagrosamente nada ocurrió y Urdiales tras unos segundos en la esquina del ring para airearse y mojarse volvió a la cara del toro a pedirle a este los papeles y matarle de una estocada caída para luego cobrarse una vuelta al ruedo con la cara maquillada con una raya de sangre roja producida por la quemazón que le hizo la pala del pitón al rozarle la mejilla. Parecía un puto Sioux.
Y llegó el tercero a lidiar por la imposibilidad de Javier Castaño de salir al ruedo. "Pachuqueño" nº 101 y ¡586 kilos de Victorino!. Muy serio. Toro que no acabó de empujar en el caballo, no toda la corrida lo hizo, y que no pretendía humillar. Y se hizo el Silencio. El silencio sepulcral que acompaña a Diego Urdiales y que es el mismo que acompaña al Cristo de Las Ánimas de la Santa Maria Imperial iglesia de Palacio en procesión. El silencio sereno, el silencio de la admiración, el silencio del respeto..., silencio...torea Diego Urdiales.
Aquí yo debería dejar de escribir y dejarles que ustedes sueñen el toreo de esta manera: en el centro del ruedo, con PODER, mirando a la cara del toro que no quiere humillar y obligándole a entrar en la panza muleta, más allá de la línea que divide la vida y la VIDA, ejerciendo un poder sobrenatural sobre el animal y robando uno, dos, tres, cuatro muletazos con la mano diestra, uno, dos, tres, cuatro con la mano siniestra... Y todo a un tiempo tan lento que aún estoy viendo como uno de los riojanos más grandes de la Historia entra a matar y deja una estocada casi entera que le allana el camino al Olimpo del torero.