Con lo que han sido esta feria las corridas de clavel y será por no haberlos regado, por podarlos a destiempo o por exceso de abono, van y se nos marchitan. No creo yo que el motivo responda a una única causa. Quizás el baile de corrales con que dos especialistas del género nos han deleitado esta semana, para acabar trayendo una bueyada de tomo y lomo. Puede que también haya influido que el hijo predilecto del nuevo público de Madrid no se ha encontrado y no ha podido penetrar de nuevo la Puerta Grande, aunque sea por la gatera. Tampoco creo que haya ayudado la incapacidad del ilustrado del G 10, que además sabe idiomas. Y un torero que hizo el paseíllo a la cabeza de las cuadrillas, que ha puesto mimo y gusto para domar las embestidas de dos mulos.

Los del Torreón se han comportado como tantas y tantas corridas de esas que estamos más que hartos desde hace demasiado tiempo. Yo ya confieso mi incapacidad para juzgarlos, pues me parece que soy un gramófono averiado que repite todos los días lo mismo. Si ya admiraba el trabajo de José Luis Bautista, ahora estoy por proponerlo para subirlo a los altares. Menudo mérito. Pero a mí lo que me toca es elegir dos momentos que merecieran ser dibujados. Pues en estos casos y en estas tardes, hay que ir a amarrar. En primer lugar me he inclinado por el arte, el buen gusto toreando y la naturalidad. Si fuera una adivinanza, creo que no tendría ningún mérito averiguar la solución: Juan Mora.

La naturalidad y gusto de Juan Mora

No ha tenido su tarde el de Plasencia, pero a poquito que haga ya notas como una brisa fresca en la cara. Primero unas verónicas a pies juntos para poner el toro al caballo, pero por una vez no me he decidido por el capote. Hoy se me ha colado en el papel uno de los pases con que ha iniciado la faena de muleta del cuarto por ambos pitones, muy vertical, relajado, templando, toreando y derrochando naturalidad, mucha naturalidad; Un trincherazo es la muestra palpable de ello, prólogo del posterior cambio de mano. Como diría aquel, es para comérselo.

Curro Javier,el buen hacer

Y como la cosa era para asegurar, no podía faltar el momento protagonizado por un torero de plata y más concretamente un asiduo a “Mereció Dibujarse”, Curro Javier. Fue en el segundo tercio del quinto toro, un animal que hacía hilo peligrosamente por el pitón derecho y que no dio ninguna facilidad en banderillas; pero una cosa es que no las diera y otra que el torero fuera decidido con los palos en la mano, que le citara, le provocara la arrancada, cuadrara en la cara y clavara un par en todo lo alto. Así como el que no quiere la cosa.

No he encontrado ningún detalle en Manzanares, que persiste en sus vicios modernistas que tan buena renta le produjo, pero que no encontró eco entre el aficionado de Madrid, por muchas orejas y Puertas Grandes que se le abrieran. Limitado con el capote, limitado para llevar mínimamente la lidia y colocarse correctamente y no junto al estribo derecho del picador, para verlo más cerquita, se supone; y perfilero, sin mando, ni dominio, con pases largos, pero lineales y sin rematar jamás atrás cuando coge la muleta.

Cayetano por momentos hacía preguntarse al personal el motivo de su presencia en el ruedo vestido de luces. Justito de conocimientos técnicos para desarrollar el toreo, se limita a estar deambulando alrededor del toro, a ver qué pasa y, por momentos, ni eso. Solo hay que remitirse a su actuación en el último con el parecía muchas cosas, menos un matador de toros de primera. No sé si habremos aprendido algo para evitar en un futuro que se nos marchiten los claveles.