Hay muchas sentencias que alaban la brevedad en el arte, el pensamiento o incluso en el toreo, lo que no quiere decir que los que practican estas artes sepan de la existencia de dichos pensamientos. Y lo que son las cosas, la casualidad ha querido reunir en una misma tarde a tres de estos oficiantes de extenso discurso. La Luna, el sol, los planetas y los astros de la cúpula celeste se habían conjuntado para que la tarde del 19 de mayo fuera larga e insoportable.

Si empezamos por el ganado, es para no seguir; la floja y mala corrida del Puerto de San Lorenzo producían una sensación entre el hastío y cansancio y la pena al ver como rodaban por el suelo, se despanzurraban debajo de los petos o frenaban con el hocico clavado en la arena. Si somos generosos diremos que este hierro está en un mal momento, y si somos realistas, que están para no volver a asomar la divisa por Madrid en años. Ya dura demasiado la permisividad y paciencia con estos toros que fracasan año tras año, sin que nadie se apunte el nombre para no contratarlos el año siguiente.

El Cid quiere recuperar sus naturales

Encabezaba el cartel Manuel Jesús El Cid, “El Esperado”, que lleva varias temporadas saliendo de un bache, pero que aunque todos estemos empujando desde nuestra localidad, no acaba de salir del socavón. Pero son tantas las ganas que tenemos de verle, que cualquier atisbo de lo que fue nos sabe a gloria. No ha sido ni la sombra de aquel torero que enamoró a las Ventas, pero al menos nos ha renovado la ilusión y la confianza en su toreo. Tengo apuntado un derechazo en su primero, pero ha sido en el cuarto donde más ha lucido. Tandas de derechazos, aunque acelerados y dos de naturales ya más templados, que parecían un boceto de su toreo de antaño. Pero entre tan poca calidad, tanto toreo moderno y tanto retorcimiento, he elegido uno de sus naturales como motivo que mereciera ser dibujado. Cualquiera de ellos en los que templó y remato, sin estiramientos y retorcimientos, que también los hubo, aunque no en el grado de contorsionismo tan en boga. Ahora solo queda esperar que la próxima vez su toreo sea tan rotundo como años atrás.

El capote de Daniel Luque

Daniel Luque me ha sorprendido en el toreo de capote a su primero, el sobrero de Salvador Domecq, al que ha lanceado con gusto, lentitud y sin aliviarse con el paso atrás en algunos pasajes de las verónicas de recibo. Ha echado el capote a la cara del toro y se lo ha traído muy embarcado y despacito, ha ganado terreno y de nuevo ha repetido la verónica, para acabar con una buena media. Ojalá sean estos los principios de un buen torero decidido a triunfar toreando de verdad y no un torero solo preocupado por las orejas y el aplauso fácil. Pero una de las cosas que tiene que entender es que a un inválido no se le está pegando pases tres días y si no es esto posible porque el animalito no aguanta en pie, a meterse entre los pitones sin ninguna causa que lo justifique. Esto puede llegar a enfadar a los doloridos espectadores del tendido.

Miguel Ángel Perera debería aclararnos si cobra por tiempo, por torear, por pases o por qué y así sabríamos a qué atenernos y sabríamos comprender el motivo por el que es tan habitual que escuche un aviso antes de entrar a matar. Porque a pesar de que algunos puedan pensar que eso es profesionalidad y ganas de agradar, es una de las muestras más claras de incompetencia torera. Si un toro aguanta casi diez minutos yendo y viniendo detrás de una muleta, eso es porque no se le torea, simplemente se le pegan pases. Así que a usted también señor Perera, lo bueno, si breve, dos veces bueno.