No habíamos olvidado San Isidro y ya estamos otra vez con el follón a cuestas. Y no creo que nadie pretendiera que una triunfal corrida de rejones nos hiciera olvidar lo de antesdeayer para hacer tabla rasa y empezar de cero. Primero, porque no hay quien entienda este apósito de la feria de Madrid, y segundo porque el panorama no ha cambiado ni en el color del papel de envolver este regalo que es la feria del cumpleaños de la plaza.

Ya me niego a entrar en el más mínimo detalle, porque otros lo hacen estupendamente y porque además pienso que esto ya no tiene un pase. La tarjeta de felicitación nos deja ver unos toros que, o no se tienen en pie, o que tienen unas embestidas más equinas que bovinas. Buena presentación, pero nada más, que es lo que han dejado ver los Valdefresnos.

Tres toreros, uno posiblemente de los que mejor hace el toreo en la actualidad, pero con la particularidad de que lo hace con toros, no con otro tipo de ganado doméstico o domesticable, y no es otro que Diego Urdiales. No se molestará o no, no se será fruto del azar o no, pero el caso es que hoy el riojano se ha estrellado; curiosamente como les ha ocurrido a otros muchos que despuntaban más allá de la línea de la mediocridad y vulgaridad imperantes en la tauromaquia del siglo XXI. Los otros dos eran Rubén Pinar y Miguel Tendero, que tal y como marcan los cánones del toreo de este siglo, son unos maestros consumados en el arte del pico, de descargar la suerte, de citar en la pala del pitón, del retorcimiento y de aniquilar los toros con la espada.

Manuel Montoya se deja ver

Cuánto cuesta ver cuarto y mitad de torería en nuestras plazas y en nuestros días y es por eso que cuando surge el chispazo hay que ir corriendo a ver si te electrocutas. Hoy el causante de esta descarga torera ha sido, una vez más, un torero de plata, Manuel Montoya, quien después de un buen primer par y tras volver a coger los palos, se ha encaminado hacia el toro con garbo, gracia y vergüenza torera, para que el toro le viera y para que no tuviera dudas que el que le iba a clavar dos banderillas era él. Esto creo que en el siglo pasado se llamaba andar a los toros, y parece que había varias formas de hacerlo.

Manuel Montoya pareando

Pero si esta estampa ya tenía ese sabor que se está perdiendo, como el de los tomates y los melocotones, lo ha culminado con otro par en todo lo alto, sin estridencias, muy natural, cuadrando en la cara, metiendo los brazos y saliendo airoso del embroque. Así en dos palabras, dos momentos en una única secuencia. La excepción a una tarde en la que no hemos podido celebrar, otro año más, el cumpleaños de la plaza y esperemos a ver si aún vendrá algún día de fiesta.