Era la cuarta corrida de la feria de Madrid y, todavía no había sucedido nada digno de mención, salvo los fracasos de las corridas celebradas que, en el conjunto de sus toros, ninguna gloria habían aportado. Respecto a los toros de La Cardenilla, de no ser por Serafín Marín, tampoco hubiéramos resaltado nada. Toros mansos, descastados, sin fuerzas y sin alma; algunos, hasta se echaron a la siesta. Tremendo, pero cierto. Es lamentable que, imágenes como las de hoy, al igual que en días anteriores en que, unos toros preciosos de lámina, a la hora de su lidia, no tuvieran contenido alguno de bravura. Era mucho lo que había que exponer para que, en alguna medida, el espectáculo tuviera interés; es decir, todo lo tenían que hacer los toreros y, esta fiesta, como todo el mundo sabe, es la conjunción de dos valores, llámense, toro y torero.

Eduardo Dávila Miura es un hombre afanoso, vulgar, anodino y sin alma. Tendrá el hombre sus méritos que nadie le negará pero, en Madrid, se le apagan las luces, se queda a oscuras y queda como un caricato de su profesión. Listo si debe ser porque, por lo menos, no se enfrenta a los toros de su familia, por si acaso. El hombre anduvo voluntarioso, eso no se lo podrá quitar nadie. Como explico, los toros, tampoco permitían grandes florituras, pero de ahí al aburrimiento, la cosa tenía su miga.
Javier Valverde estuvo encorajinado que, en definitiva, es como se debe estar frente a una corrida como esta; valor a raudales y, ante todo, llevarse el respeto de una afición admirable que, sin lugar a dudas, premia aquello que merece respeto y, lo de Valverde, lo merecía todo. Madrid era consciente de lo que tenía frente a sí Javier Valverde y, le aplaudieron con fuerza tras haberse jugado la vida con gallardía. Epopeyas artísticas no cabían, pero si todo lo que Valverde supo hacer que, en definitiva, no era poco. Era todo muy emotivo. Este torero salmantino merece más y mejores oportunidades; no es que sea el salvador de la patria pero, condiciones, arrestos, valor y gallardía, atesora para parar un barco.
Y en esa misma línea de valor, entrega absoluta y consciencia admirable por todo lo que estaba haciendo, tenemos que encuadrar a Serafín Marín que, en esta ocasión, una vez más y en Madrid, fue capaz de dar la cara con una vocación sin límites, con una dignidad que, ya quisieran tener las máximas figuras de la torería. Actuación muy seria ante enemigos nada propicios para el éxito. En su primero, de un hachazo, le segó la taleguilla y, sin inmutarse, volvió a la cara del toro como si nada hubiera pasado. Un ataque de vergüenza torera que dice mucho a favor de este representante de los toros en Cataluña. Recordemos que, si Joaquín Bernadó, como catalán, dejó el pabellón taurino de aquella zona admirable de España, en un lugar altísimo, Serafín Marín, en los tiempos actuales, es el estandarte más emblemático de la toreria catalana para el mundo.
Marín, en una tarde plena de gallardía, con un valor fuera de lo común y una técnica admirable, tiraba de los toros hasta aburrirles y, sus derechazos, tuvieran la enjundia de lo auténtico; incluso lo intentó por el lado izquierdo y, por semejante pitón, su enemigo, no quería guerra alguna. Toros rajados, es cierto; pero el valor y la disposición de este hombre hicieron el milagro. Sin lugar a dudas, se necesita un corazón a prueba de bombas para estar donde estuvo Serafín Marín. Cortó una oreja en el último de la tarde y, dicho trofeo, seguro que le supo a gloria. Era, como todo el mundo pudo ver, una oreja a ley, ganada con toda justicia y honor. Por esta razón, como se evidenció, una oreja en Madrid y en semejantes condiciones, es un triunfo incontestable.
Hemos asistido a la corrida del valor y, en honor a la verdad, poco más se podía hacer. Preparémonos que, como barruntamos, mañana, festividad del santo patrón, veremos el bochorno de El Juli. Todos los presagios que tenemos nos invitan a pensar que, entre El Juli y Joselito, nos están preparando una encerrona. Será, como siempre pasa, las falsedades de las figuras que, creyendo que el público es tonto, nos quieren dar gato por liebre. Al tiempo.