Que se divierta. Frase que cortésmente suelen decir quienes están en las taquillas vendiendo boletos para las corridas y aquellas personas que los recogen en las puertas de acceso a la localidad, la repiten. Será, creo yo, un deseo con buena voluntad.
Deberían decirnos: que se emocione.
A las corridas de toros uno va a emocionarse. Si eso nos dijeran a la entrada, quizá los asistentes tendrían una percepción diferente de la corrida, algunos hasta podrían captar en ese momento que no es lo mismo divertirse que emocionarse.
La diferencia entre ambas sensaciones es evidente. El diccionario es preciso. Menciona que divertir es pasar el tiempo de manera alegre y entretenida. Qué la emoción es un sentimiento muy intenso de alegría o tristeza producido por un hecho.
Existe mucha gente que a va a los toros a divertirse y tiene todo el derecho porque para eso paga su boleto.
El ambiente es festivo fuera de la plaza. Antes de la corrida los aficionados se juntan para comer, echar trago, hay paso doble, flamenco, plática taurina, camaradería. Ese ambiente agradable, que se vive alrededor de las plazas confunde a mucha gente, porque con ese jolgorio se meten a ocupar su localidad. Creen que dentro de la plaza se vale la pachanga, que la corrida de toros es un espectáculo para echar relajo, ponerse un sombrero texano, fumar puro, emborracharse y gritar tarugadas.

¿Divertirse o emocionarse?
El aficionado, el que chanela, se comporta diferente, sabe respetar, claro que se echa sus alipuses, pero entiende cuál es el objetivo, diferencia los momentos de las bromas y de permanecer atento.
La fiesta de los toros no es diversión, no es el entretenimiento trivial que algunas personas imaginan. Es un espectáculo singular en que dos seres vivos se enfrentan a muerte en una lid brutal, cruenta, apasionante, sin ápice de frivolidad.
El encuentro a muerte entre dos seres vivos no es divertido, por el contrario, es dramático, espeluznante y, sobre todo, emocionante.
Por ese motivo es fundamental el peligro en las corridas de toros.
Ese peligro lo provoca un toro con trapío y bravura; por supuesto con un torero capaz de domeñar, de poderle al toro, de lidiarlo con todo el arte que sea capaz. Cuando esos elementos se conjugan se viven las tardes apoteósicas.
Debe dejarse claro que el toro es fundamental en una corrida. Es la esencia de la tauromaquia. ¡Vamos a los toros!, se dice; jamás he escuchado que alguien diga: vamos a los toreros.
Entendamos por toro, un bobino que por lo menos tenga cuatro años de edad, buena presencia, corpulencia, cuernos ofensivos e íntegros, lo que se conoce en tauromaquia como trapío.
El toro, en toda la extensión de la palabra, es lo que le da autenticidad a una corrida, convierte a los toreros en héroes
Debería ser normal, o por lo menos frecuente, que trapío y bravura fueran de la mano, que nunca se soltarán, pero cada vez es menos habitual. Corridas de toros con toros, para la gramática es una redundancia, para la tauromaquia un milagro; los taurinos reciben con beneplácito pleonasmos de ese tipo.
Por supuesto que cualquier toro, grande o chico; manso, bravo o descastado, siempre tiene riesgo, en cualquier momento puede herir o matar, eso es innegable.
En la plaza qué prefiere usted: ¿divertirse o emocionarse?
Foto: Jaime Oaxaca.